Ciertamente, no muchas veces se puede leer a un Lolo que está verdaderamente enfadado en lo que dice (también se enfadó alguna vez Cristo y eso también nos extraña) En el fondo es un aviso a los muchos navegantes que confunden la fe con la apariencia de la misma.

Está más que claro en este artículo relacionado con las imágenes de Cristo que, muchas veces, lucen, digamos, demasiado lujosas para referirse a Quien deben referirse y hacer constar la circunstancia por la que pasó el Señor, decimos que este artículo quiere servir como aviso para que no confundamos lo que importa con lo accesorio.

Lo que, en el fondo, nos propone Lolo en este artículo es que tengamos en cuenta que lo que importa es el sufrimiento de Cristo, la sangre de Cristo vertida para alcanzarnos la salvación y, en fin, que no olvidemos el meollo de aquello que pasó en Su Pasión. Lo demás es algo que la mayoría de las veces es despreciable y se debería despreciar.

 

 

Publicado en Vida Nueva, el 3 de abril de 1963.

 

Tú, mi Cristo crucificado, ¿qué prefieres: que digan que vales centenares de miles de pesetas o que te pongan un precio de treinta monedas? Dirás que tan malo es lo uno como lo otro y que tú nada tienes que ver con lo amarillo.

Pues, sí, claro; pero yo pienso que, dentro de lo malo, aún es peor que te manejen con talonario de cheques. En la cicatería de las pocas monedas, por lo menos, se te ve más la Cruz en su afrenta y su misterio, que es lo que queremos que nos lleguen en tus imágenes de crucificado; pero ¡mira que tener que pensar en un Cristo con joyería en caja fuerte, en un Poncio Pilatos de ventanilla o en un Judas de talonario y Cadillac…!

Verás por lo que viene todo esto. Ahora hay primavera en el campo, en el cielo y en los árboles, lo que quiere decir que está a punto y va a estallar en las ramas del Gólgota la rosa de pasión de tu Sangre. Como cristianos, nos sentimos orgullosos de tu hazaña, y queremos pasearte por la calle para que todos te vean con los brazos abiertos y se emocionen con la maravilla de tus manos, generosamente taladradas. Por eso hacemos que te tallen al natural y luego nuestros hombros se encargan de meterte hasta por los callejones. Cuanto más sangre, más patetismo y más almas te vamos ganando.

Pero luego viene lo de mirarnos en la Cruz como un espejo, y ya la tortura hiere y el “Tengo sed” escuece en la garganta como la teja que sale del horno. Vaya; que te ponemos flores, tisú, diadema o remates en la Cruz de oro y pedrería. Y, por supuesto, eso de que tengas pose en la agonía o luzcas almohadón y melena en la muerte, que a lo mejor a alguno le puede dar un “acindoque” de verte una contorsión o una mueca.

Hay que comprender que se quieren hacer las cosas en grande. ¿No dijiste que tu Pasión era para todos? Pues, ¡hala!, nosotros a vivir la idea de lo universal y que te vengan a riadas los turistas.

Por supuesto, que ellos no van a tomar el avión para darse un hartazgo de lágrimas, y viene lo de los carteles publicitarios con tu imagen, el “Baedeker” y las bengalas. Tú, claro, ¿cómo vas a quejarte, si el amor de los cristianos no ha conseguido hacerte tan popular y ecuménico como las oficinas de turismo? Se te ve en Nigeria, Karachi, Puerto Príncipe, Rial y ¿quién iba a soñar con estampas tuyas en los bares de la Suiza de Calvino, junto a los minaretes tunecinos o en la vieja y hostil Lassa tibetana?

Después viene el mercantilismo del arte. ¿Qué Cristo eres Tú ese que sale de la cabeza de un hombre que te mira con mentalidad de cuenta corriente: cada gubiazo, un billete de a mil? ¿Qué pantomima es esa de que te facturen para un pueblo y que allí te esperen con espinas de diamantes, terciopelo, placas e hilos de oro los que han leído y saben que desde la cueva de Belén al sepulcro de José de Arimatea pasaste por la vida tan pobre como una rata?

Pobre mío, ¿quién te iba a decir que la píldora del último escarnio te la iban a dorar con diamantes y bordados? El gran chasco de Judas sería verte ahora traficado por un millón de pesetas; él, que tan modosito estuvo con sus treinta monedas. ¡Si hasta te llaman “el Rico”, tú, que apenas si tenías lo que pudiera dar de sí cualquier chapuza! Te llevan ahora con tantas alhajas por la calle, que te nos pierdes tras un fulgor de escaparate de joyería. Hasta hay quien dice que ya no te hablas con los pobres; ya ves, Tú, que sólo supiste de fatiga de pobre, de angustia de pobre, de pensamiento de pobre…

Aquí tenemos el prurito de valorar las cosas por el brillo que da lo singular lo único. Se saca en cualquier reunión una perla del tamaño de un garbanzo, y en el ¡oooh! de la envidia se paga y se crece la recompensa. Tú, lo tuyo lo pones al revés: eres de todos y tu valor se agiganta cuando todos te poseen. Y lo mismo vale en tus cosas. Con lo uno y con lo otro, nosotros venga a buscar los lingotes y Tú dale con escoger lo que está a flor de tierra, por el campo, por la calle, por la casa y hasta metiéndose en los bolsillos. Así, con el trabajo, la humillación, el dolor y la pobreza. Lo que nos vienes a decir con todo es que la cruz está hecha de madera corriente y moliente, y nada de ponerle celofán a las cicatrices. Lo que importa no es que te hagas excepcional, sino que todas las criaturas del mundo tengan su fortunilla en los latigazos, troncos sobre las espaldas y esponjas de hiel. En casa cruces, y Calvario también en el taller y en la convivencia. Lo que cuenta no es que tu sudor y tu sangre tengan barnices de colores bonitos, sino que se viva el acre goterón de la muerte, ese mismo que fue por la vida empapando las virutas, y el desgarrón de tu Carne Redentora.

Que no hagan al arte capitalista, exigiéndole oro. A la gubia o al pincel les basta con la belleza y una pulsación de testimonio. No hay inspiración o gracia como la de una paleta o un cincel que se mojan o se mueven en humildad. ¿Qué sobrias, qué virginalmente pobres y qué maravillosas y definitivamente bellas las líneas y el rasguear de tus manos creadoras cuando cincelaban los mundos!

Cristo, de cara a los ojos que piensan que te miran y tienen cataratas de oro, y a los que quieren verte y no te ven porque estás aprisionado por un molde de lujo y de riqueza, te alzo rabiosamente una petición de milagro: tu sudor del Huerto, esas gotas espesas y rojas, cargadas de hemoglobina, te pido que las pobres gentes las vean salir realmente de esas espinas de diamantes como te brotan del corazón cuando te cuelgan la humillante calumnia de “Rico”.

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