Cuando se produce un accidente laboral y el mismo conlleva la muerte de trabajadores no es posible quitar del corazón la terrible carga que supone tal circunstancia. Y lo mismo que pasa ahora mismo pasaba cuando el Beato Lolo escribía sobre uno de ellos acaecido en su pueblo, Linares.

Hay, sin embargo, algo que diferencia escribir, así, simplemente, sobre lo que pasa y hacerlo de la forma como Lolo escribe sobre la muerte de dos personas en un accidente laboral: Lolo lo relaciona con Cristo mismo, con el devenir de su vida y con entregada y redentora muerte.

Pero no crea nadie que Lolo no aprovecha tal circunstancia para dejar de criticar la situación laboral en la que se veían cada día estas personas que mueren de tal manera. Y es que la valentía del periodista que escribe como debe se nota mucho y más que mucho.

 

 

Publicado en Vida Nueva, 1963.

 

 

Un trágico accidente ha sucedido a cuatro obreros cuando trabajaban en la extracción de aceite de orujo. El suceso ocurrió el Sábado de Gloria, a las ocho y cuarenta de la noche, y fue provocado por un incendio que corrió a sus ropas. A consecuencia de las quemaduras perecieron, en horas inmediatas, los trabajadores Luis Sánchez Piqueras, de veintiocho años, soltero, y Francisco Rodríguez Mula, de cuarenta y ocho, casado y con tres hijos, quedando los otros en extrema gravedad.

* * *

FUE ASÍ: VOSOTROS DOS, Luis y Francisco, trabajabais con otro compañero en la planta baja, allí donde el polvo y los olores se aprietan y oprimen con tal angustia que habéis terminado por llamarle el “Infierno”. La alarma partió del compañero de arriba. Una ráfaga de aire había acercado el sulfuro hasta el horno, y todo fue entonces un duro crepitar de llamas: fuego en el aire, en la planta, en los capachos y en vuestras ropas, empapadas de combustible por la faena. Vosotros dos echasteis a correr con ansia para libraros de aquella culebra de fuego. Tú, Luis, sentiste una posibilidad instintiva en el tonel de agua, y allí metiste tu cuerpo. A ti, Francisco, te salió al paso el agua lodosa de un charco, y allí te revolcaste en busca de salvación. Pero el líquido fue en esta oportunidad, un instrumento de traición. Si los dos habéis muerto antes, allí estuvo él acelerando el desenlace. Ahora hay cuatro lugares vacíos, y el mundo tiene, a su vez, cuatro afanes menos.

VOSOTROS VIVÍAIS, Y YO VIVO AÚN, en una misma ciudad donde la muerte gotea violentamente sobre los días. Yo tengo sobre mis recuerdos de niño que baila la trompa en una plazuela, el espanto de muchas camillas y la emoción de otros tantos pañuelos de viuda sobre las cabezas. Muchas tardes, al volver de jugar, me he encontrado en el camino a esos hombres que regresando de las minas, con su carburo, el traje azul polvoriento y una leve fiambrera dentro de la taleguilla anudada, y he aprendido la dura lección de sus vidas calladas, en el terrible juego de la dinamita, las galerías y el polvo que asesina.

Siempre he deseado escribir un artículo leal, sobre los mineros que mueren en el tajo, reclamando amor para sus vidas, pero el miedo al fantasma de los socorridos y hueros homenajes de las frases y las piedras, cuando ningún homenaje es mejor que el de la prevención y el cuidado de las vidas, me ha atado siempre las muñecas. Si hoy escribo es porque he conocido vuestra tragedia al filo de un amanecer de Resurrección, y quiero quedarme para siempre con esta sabia enseñanza de una mañana de abril.

CUIDADO, MUCHO CUIDADO CON LAS PALABRAS pomposas, pero también abajo el miedo y la aplicación cristiana de nuestra muerte. Nada hay sencillamente tan misterioso, tan trascendente, tan aleccionador, como un accidente de trabajo. La vida de Cristo no es sólo una noble y añeja historia para ser vista en cinemascope, sino que se repite sobre el mundo de ahora con la misma fuerza, idéntico sentido y el propio valor de salvación de hace veinte siglos. Arreglado está el que se encierra en no ver a Cristo vistiendo hatillos mineros o sudando sangre en las fábricas y las galerías. Este sábado de gloria, a las ocho y cuarenta de la noche, al borde mismo de la hora en que se bendice el fuego en las iglesias, el Cristo que murió a las tres de la tarde del viernes descendió también a vuestro “infierno”, como un día lo hiciera al lugar de las almas justas que le esperaban, para estar en vuestra cruz de fuego, y plantar en el centro de los hermanos la fe y el tesoro de una esperanza de salvación que se gana entre sudores, problemas y necesidades. La verdad, amigos, formidables amigos, es que el sulfuro de vuestra noche de 1962 está junto a los latigazos y el estertor de agonizante de aquel nazareno que vino a redimirnos, y que también vosotros entráis en el hermoso cielo de la esperanza. Del furgón de un lunes de Pascua emergen vuestras figuras, que triunfan sobre una carne purificada y queda sobre las calles la raíz salvadora de vuestra muerte. Vosotros, que hasta el fin sólo visteis ropas gastadas y casas sencillas, desde ahora ya sabéis que la humildad es la puerta estrecha elegida por Cristo para entrar en la salvación. La Redención la amasó Él junto a un pan escaso y moreno, una fatiga de músculos que sierran y el recorte económico de un hogar honrado.


VAMOS A VER SI NOS ENTENDEMOS
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No es que viendo a Cristo pobre vuestros hermanos hayan de resignarse y aceptar unos jornales que son para vivir sin boca ni dientes. Si Cristo apuró hasta las heces el cáliz de la estrechez es para consumir toda la angustia que se enmaraña en la pobreza y para que nosotros vivamos sana y alegremente la raíz dichosa de la humildad. Vuestros hermanos y todos nosotros hemos de luchar con ansia por derribar pronto la frontera de las miserias, (36 pesetas de salario), pero que no pierdan nunca de vista que lo que quiere decir el ejemplo del Cristo pobre es que la esperanza está en la misma raíz del trabajo humilde. La muerte de vosotros dos, con 36 pesetas de jornal y 12 de plus por peligro químico, no es un despilfarro, ni un sacrificio inútil, ni un fracaso. “Fracaso” tan ruidoso como el de Cristo no hay dos en el mundo, pero a partir de Él todos los días están florecidos de esperanza. Que dos hombres como dos castillos pierdan la vida por 48 pesetas es un escándalo, y ojalá que vuestra muerte colabore a que sea el último. Pero escándalo mayúsculo sí que fue el de tasar la vida de Dios en treinta monedas. Cristo está, pues, junto a vosotros en la cicatería de la papelilla.

EN ESENCIA ESTAS DOS IDEAS se vienen a resumir en la frase de Bernanos: “Digo que los pobres salvarán al mundo, y lo salvarán sin quererlo, contra su voluntad, sin pedir nada a cambio, por desconocer el precio del servicio que habrán prestado”. ¿Hubierais aceptado los dos la idea de sentiros héroes y liberadores de los hermanos obreros entre capachetas, olor a orujo y toques de sirena? Y, sin embargo, una cosa os digo. Y es que, ni los cristos ni los hombres generosos, vienen o vendrán a salvarnos, montados en “Cadillac” o entre aplausos y victorias. Ni los cohetes, ni los cerebros electrónicos nos pondrán sobre el camino feliz sin andar el trecho de la austeridad, la misma que habéis llevado siempre sobre la carne. Esta es vuestra lección. Por muy áspera que sea vuestra coyuntura, lo cierto es que estuvisteis siempre en el buen punto de partida y el Gran Cristo Obrero camina siempre a vuestro lado, sincronizando sus pies con vuestras pisadas dolorosas, haciéndose eco de vuestra estrechez sin odio, de vuestra paciente, alegre y fervorosa vida de cara al viento de las horas. Si los demás nos empeñamos en ir hacia el destino entre lavadoras y butacones, desgraciados de nosotros.

OS DEJO YA CON UNA ORACIÓN entre los labios. Con vuestra muerte, un chorro de riqueza está sobre las fábricas, los talleres y las galerías. Esto es lo que quisiera decirles a vuestros hermanos: que luchen hasta conseguir que ni uno más muera sobre una laminadora, haciendo zanjas, entibando pozos, o manipulando hornos, pero que el volumen de estas vidas que se troncharon sudando, es la más clara promesa de un futuro de humana y cristiana redención.

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