La carta que hoy os compartimos, la escribió Tico Medina en el diario “Pueblo” el 19 de Abril de 1963. El pasado 5 de julio (2021) falleció este gran periodista que, sin duda, ya está con su amigo “Lolo”. Para él nuestro recuerdo más cariñoso y, para su familia, nuestro abrazo con el deseo de que podamos vernos con Tico y con Lolo en el cielo.

 

Diario Pueblo, 19 de abril de 1963
por Tico Medina (DEP)

El escritor está sentado junto al balcón. Y está sentado en su sillón de ruedas. Su mundo se abre al otro lado de un balcón en esta mañana insultante de primavera andaluza. Linares. Abril. Juegan los niños en la calle con una pelota de trapo. Hasta el piso alto llegan sus gritos. No hay campanas hoy en el aire. Es Sábado de Pasión… He bajado desde la sierra de Cazorla hasta Linares para ver, para conocer a Lolo, del que tanto me habían hablado, y con tanta emoción, gentes diversas.

Santuario de la Virgen de Tíscar

Lolo está así desde hace dieciocho años. Su mundo es ese pedazo de sol que hay frente a él; ese sol que le calienta, pero que ya no puede ver. En el verano le llevan hasta el milagro de piedra del santuario de Tíscar, donde le ponen al Niño Jesús sobre la manta que le cubre los pies, donde Antonio Navarrete, el alcalde de Quesada, le habla de Zabaleta y le lee sus últimos poemas, y donde Lolo gusta de escuchar la quinta de Beethoven bajo el ardiente sol del mediodía.

Lolo era un muchacho como todos. Incluso deportista, saltarín, sonriente y festivo. Era fuerte, ancho, poco pensador. Hasta que le llegó «esto». «Esto» lo cuenta él mismo en su diario:

“Tengo colgado a las espaldas mi buen cartel de “desahuciado”. Con tanto tiempo, mi inutilidad la vivo con una característica de normalidad, como nos puede haber nacido el pelo rubio o notamos una vocación de fresadores”

Yo creo que Lolo es un fuera de serie. Su nombre de pila de libros es Manuel Lozano Garrido. Iba para media hora el periodista y se quedó con él, a su sombra, cerca de tres. Incluso estuve a su lado en el momento terrible en que la aguja le penetra en la vena, torcido el cuello como lo tiene, como un pájaro tronchado, como un cóndor herido en el pecho, y el brillante tarro de sangre de otro hombre le ha penetrado gota a gota por el cuerpo, como en un nuevo rio vivificante. Lolo sabe que vive de sus amigos. No será, pues, terrible para él, cuando lo lea.

Incluso ya lo ha escrito él mismo, lo ha dictado, porque el reumatismo inexorable le ha enquistado las manos, el cuerpo entero, y hasta la mirada, cosiéndolo a este universo de ruedas y negándole hasta el beso del sol sobre la frente, algo de ese sol que se le viene a dormir, como él mismo dice, a los pies, como si fuera un lazarillo.

Lolo es sorprendente. Su corazón es lo único que marcha, que siena, que se zarandea, dentro de su cuerpo retorcido y muerto. Y la sangre de sus amigos, que le llega dentro de ese jarro de cristal, a lo largo de ese nuevo cordón umbilical de la transfusión, que él soporta siempre, como soporta todo, con una sonrisa en los labios.

A Lolo le hago yo una mala faena publicándole este reportaje. A él le gusta el periodismo y la música buena, y se asoma a los periódicos- se asomaba, cuando aún el reuma no le había dejado secos los ojos- y gusta de que le lean buenos libros. Por las mañanas dicta, Por las tardes piensa. Por las noches… hace por dormir y espera.

Desde que fue a Lourdes, Lolo aconseja también. ¡Y anima!. Desde su dolor, desde su íntimo y brutal dolor, se dirige a los demás, a los que, como él, sufren sin poderse mover. Y les dice lo que deben de hacer, lo que deben de no hacer, lo que tienen que sonreír.

Tremendo Lolo, que ha hecho de su sufrimiento un oficio, o, más que un oficio una vocación. ¡Y como escribe! Muchos de los que por el mundo de las letras andan con el saco de las vanidades a cuestas, ya quisieran, ya, escribir como él, con la desgarrada naturalidad con que lo hace, inyectando a cada línea de las suyas, un toque de esperanza, colocando como un niño malo, a su propia muerte esperada, unas narices de cartón.

Lolo es sorprendente. Escribe siempre, y escribe solo desde que está así, desde hace solo unos años. De repente le vino el viento y se puso a llenar cuartillas cuando podía hacerlo, cuando aún sus manos no apretaban la moneda que ahora aprietan, como él mismo dice de sus dedos muertos. Sin embargo, entonces, cuando se le caía el papel, tenía que esperar a que vinieran a dárselo, y en ocasiones se pasaba las mejores horas del día sin escribir.

En la habitación de Lolo hay algunos cuadros bonitos de Baños, muchos discos de buena música clásica y libros de todos los tipos y condiciones. También hay un Cristo yacente que, a ratos, le tienden sobre la manta de las rodillas y con El dialoga sin mover los labios, abierta en abanico su sonrisa.

Ahora ha terminado un último libro. He aquí un torrente creador inagotable. Dios ha puesto en su corazón los ángeles alados de la inspiración. Pero su pluma ni es blanda y monjil, ni es una pluma violenta y herida, como bien podía ser. Es el suyo un modo de ver las cosas que tiene a veces el látigo de Knut Hansum, y en ocasiones, la brillante desenvoltura de la cosas de Teresa de Jesús.

Los amigos de Lolo que son muchos y muy buenos, están siempre al otro lado del hilo cuando Lucy, que es telefonista de una empresa industrial, les llama para que “ayuden a Lolo”…

Te abrazo LOLO, ciego que todo lo ve, periodista que todo lo cuenta, inválido ganador de las olimpiadas de la fe, y te pido que no me dejes, que me tengas cerca, como siempre, porque gracias a ti tantas veces he podido seguir adelante, desde aquel día que te besé en la frente, donde ya llevabas tu corona de espinas…

 

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