No podemos negar que encauzar bien la v ida de la juventud es algo esencial para la existencia de una nación. Hacerlo, además, desde un punto de vista católico, es ir sembrando semillas de esperanza en un mundo como el que le tocó vivir a Lolo.

No podemos negar que encauzar bien la v ida de la juventud es algo esencial para la existencia de una nación. Hacerlo, además, desde un punto de vista católico, es ir sembrando semillas de esperanza en un mundo como el que le tocó vivir a Lolo.
No podemos negar que el interés de Lolo por la juventud se hace patente cuando se da cuenta de que la perversión de la misma tiene un origen algo más que claro y procura que eso se evite.
Cuando un periodista como Lolo, que comprende muy bien el medio en el que trabaja, hace una crítica como la que hace aquí, debemos dar gracias por un tal atrevimiento.
Cuando se escribe sobre el devenir de las ilusiones del ser humano, a veces se llega a la conclusión de que, al fin y al cabo, las que tenemos puede cambiar para bien nuestro.
Hablar de la mina le produce a Lolo un dolor grande. Y es que se da cuenta de la situación de sus trabajadores y de la indefensión que padecen.
Cuando se dice que los caminos de Dios son, por decirlo así, difíciles de conocer porque sólo los conoce Él, expresamos que, de todas formas, nos debemos a su Providencia. Y siempre nos sorprende.
Cuando se da por amor lo que Dios quiere que se dé por amor se hace todo lo posible para que la falta de compresión sobre la vida religiosa de acabe superando.
Ciertamente, del Árbol, así con mayúscula, de la pobreza bien entendida nace una entrega tan especial como es la de las religiosas de clausura; sus frutos, el amor.
El recuerdo del lugar donde uno ha pasado su, lejana infancia, llena los corazones de los ausentes y los une en una especie de hermandad de la distancia.
Muchas veces solemos buscar nuestra felicidad en lo que nos proporciona el mundo. Sin embargo, nace la misma desde dentro de nuestro corazón, rogándosela a Dios.