Es casi seguro que si hay un tema que a un cristiano le interese sobre otros es el de cómo era el Maestro, el Hijo de Dios venido al mundo. Y, como no podía ser de otra forma, Lolo también tenía que tratar este tema… sobre todo este tema.

Lolo hace un repaso histórico de todos los intentos que ha habido de representar la figura, por así decirlo, física de Jesucristo. Y no han sido pocos incluso teniendo en cuenta que algunos de ellos procedían de personas no cristianas…

De todas formas, termina el Beato de Linares (Jaén, España) dando un dato esencial en este tema: la Sábana Santa que está en Turín es muestra más que evidente de cómo era físicamente Jesucristo. Y ahí está, para gozo de todo creyente.

Más que interesante el artículo: formación e información a la vez.

 

 

Publicado en la revista Signo el 24 de marzo de 1966

 

¿Cómo era Jesucristo?

“Nadie le ha visto reír; muchos le han visto llorar” (Publio Léntulo)

“Medía un metro ochenta y tres centímetros de estatura” (Profesor Gedda)

Sería difícil encontrar a alguien que en múltiples ocasiones no se haya preguntado cómo era Jesucristo o que, incluso, a falta de una visión directa no fabricara para su uso interno el perfil de la figura que más ha gravitado sobre el curso de la Historia. Se podría decir que casi con el conocimiento de los hechos evangélicos nace cierta disposición que lleva a una fisonomía del Redentor lo más exacta posible. Y no debe extrañarnos lo que es consecuencia de la naturaleza humana, que por la imaginación da al mundo de las sensaciones su plástica interpretación. Lo que precisamente es opuesto a nuestra espontánea inclinación al “retrato” es ese arbitrismo protestante que llevó un día a la demolición de las imágenes.

PREFIGURADO

Siglos antes de su nacimiento, desde el punto del Génesis en que se nos prometió un Redentor en lejanía, rasgo a rasgo la Humanidad ha ido modelando con tal propiedad la silueta del Mesías que nos asombraría si no fuera por la seguridad de una alta asistencia iluminativa. Así, Isaías le vio ya como el más hermoso de los hijos de los hombres, y el «Cantar de los Cantares» nos dice que como el manzano entre los árboles silvestres, es mi amado entre los mancebos.

Precisamente esta superabundancia de datos ideales originaria una corriente posterior, muy verosímil, avalada por hombres como San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Gregorio de Nisa, etc., que abogarían por una configuración perfecta del hombre que nos redimió.

Habría que aclarar, no obstante, que estas prefiguraciones del Cristo toman un concepto alegórico, que usaba de las imágenes como un día lo hizo el Maestro de la parábola, para dar más vigor a su mensaje mesiánico. Porque una interpretación demasiado literal traería consigo no pocos contrasentidos, como el de otra predicción del mismo Isaías, que, remontándose al trance de la tortura, habla de que no tenía figura ni belleza ni aspecto tal como para que le mirásemos, dando luego paso a una nueva teoría del Cristo feo por la que estarían luego Orígenes, Tertuliano y San Efrén.

LA GRAN OPORTUNIDAD

Con propiedad, la ocasión única para una grabación directa se dio con la aparición de Jesús en la vida pública; pero, fatalmente, fue allí donde una cuestión de principios obstaculizó el intento de sus contemporáneos. Sabidas son las aberraciones idolátricas a que en ocasiones llegara el pueblo mosaico y el precepto que se le diera en consecuencia: “No haréis de Mí imágenes de plata ni dioses de oro os haréis”. Al advenimiento del Salvador, el rigor hebreo había llevado la prohibición hasta sus últimas consecuencias, impidiendo aún la representación con fines extraños. La abstención se llevó entonces hasta el extremo de utilizarse para aquella celada al mismo Redentor, que tuvo como base la moneda del tributo. Habría, pues, que admitir que toda una confabulación perfecta impidió la toma, cara a cara, de los rasgos salvadores si no se abriera aquí el primer portillo cronológico en forma de una leyenda. Se cuenta que el rey Adgaro, de Edesa, admirado de los prodigios que se contaban, mandó a un pintor para que le diseñara la imagen del divino taumaturgo, que correspondió al deseo estampando el rostro sobre su manto. La efigie, o una copia, que reproducimos, podría ser la que se venera en la basílica de la Encarnación de Nazaret, y el hecho lo reseñarían San Juan Damasceno y el Papa Gregorio II.

TIBERIO Y SU ESMERALDA

En estas fechas confluye también otra tradición que atrae por su belleza. Conocido es que la predicación del Mesías fue simultánea al mandato, en Roma, de Tiberio, al que habían de informar las autoridades de los países sometidos. Cumpliendo el trámite Publio Léntulo, gobernador de Judea, envió al Senado una epístola en la que daba cuanta del nuevo caudillo y detallaba su personalidad.

En nuestros días –contaba Léntulo- ha aparecido en Judea un hombre de gran virtud, llamado Jesús Cristo… Es hombre de estatura algo elevada y airosa, de aspecto venerable, inspirando a los que le miran amor y temor… Cuando reprende, es terrible; cuando aconseja, cortés y elocuente. Su conversación es agradable y grave; nadie le ha visto reír, pero muchos le han visto llorar. El cuerpo es de las más excelentes proporciones.

En la corte romana era usual entonces tallar esmeraldas con la efigie de los prohombres más descollantes de su tiempo, que luego se ofrendaban al emperador. Impresionado por el relato, el comicio capitolino acordó plasmar la narración de Léntulo, y de esta forma la fisonomía de Jesús pasó a engrosar la colección de Tiberio.

Gozando de gran predicamento, esta tradición ha llegado hasta nuestros días y son innumerables los hogares en los que preside una copia fiel de la esmeralda.

Cabe preguntar: ¿Qué hay al lado o en contra del mensaje de Publio Léntulo? Nada que admita una afirmación o una repudiación categórica. Si acaso, parece admisible se trata de una creación posterior, muy ingeniosa, que recopilaba la creencia dominante del Cristo hermoso, en la que confluían las interpretaciones más veraces y el sentir de la comunidad cristiana, siempre remisa a una imperfección, aún física, del que es la Suma Perfección.

AL FIN, UN RETRATO

Sin embargo, ¿habrá que sacar la consecuencia de una imposible identificación? Lejos al contrario; de las manos de la ciencia, en el Santo Sudario de Turín, ha abocado a nuestros días un documento gráfico que cabría catalogar de sensacional. Lo que pretendiera obstaculizar el conclave judaico, lo han dado unas simples leyes químicas obrando por modo natural: la más nítida impresión con que pudiéramos soñar. Cada día que pasa, los estudiosos, inclinados sobre el lienzo que sirviera para la póstuma envoltura, nos alumbran un nuevo testimonio que está por su autenticidad. Midiéndola, cotejándola y deduciendo, el profesor Gedda ha llegado a unas cifras interesantísimas, y que no vienen sino a engrosar la versión de la atrayente figura de Jesús por todos los motivos.

Por lo demás, ¿sería posible un trazado más sublime que el que nos dejaran conjuntamente los cuatro artífices del Evangelio?

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