Cuando Manuel Lozano Garrido pregunta a determinados hombres las razones de su vocación, es seguro que habrá tantas como hombres que han decidido ser sacerdotes. Y eso es lo que podemos ver en las preguntas a sacerdotes que hemos traído hoy.

Como decimos arriba, cada cual ha descubierto su vocación sacerdotal de una forma diferente. Y es cierto que las has podido haber desde, digamos, un principio y las ha podido haber después de haber sido parte del mundo, por así decirlo.

En todo caso, es cierto y verdad que los sacerdotes que contestan a las preguntas de Lolo tienen una cosa muy clara: ha sido más que bueno haber seguido su vocación sacerdotal y que ha valido la pena.

 

Publicado en la revista Pax

 

6 Sacerdotes hablan de su vocación

Les preguntamos:

1º ¿Cómo nació su vocación?

2º Defínala a través de su experiencia

3º ¿Cuál fue la razón principal de su entrega?

4º ¿Por qué se hizo jesuita, benedictino, sacerdote secular?

Hay quien ha soñado para la vocación una voz tonante que se adelanta entre fulgores y visiones extáticas. Por suerte, la llamada es algo más simple y maravilloso: sencillamente un drama. Dios ha querido que para hacerse granito, roca predilecta de su Iglesia, los elegidos sientan todo el peso de la naturaleza de arcilla y atenacen su corazón con los mismos afectos que dan consistencia a la renuncia. El señalado es así un hombre como los demás y, como ellos, siente la atracción de la vida y el desgarrón a que le obliga el llamamiento. El drama, pues, está ahí: en la lucha contra la naturaleza que ellos superaron con la ayuda divina. Hombres estos que supieron ver y comprender, y tuvieron el valor de jerarquizarlo todo a esa cosa sublime que es la entrega a Dios.

Más que un artículo de exaltación, hemos preferido la verídica y palpitante historia de seis hombres que vivieron el drama en toda su dimensión. Ha sido necesaria una promesa de fidelidad para que ellos se decidieran al recuerdo de su encrucijada. Pero, al fin, ahí están sus relatos, dispares y con todo ese fuego de una edad que no remonta los 32 años. La causa de esta limitación sólo se halla en el deseo de brindar unos hechos lo más contemporáneos posibles. Únicamente por eso sabrán perdonarnos nuestros santos curas de sienes encanecidas. No habrá, también, por qué extrañar el brote dominante de la Acción Católica. Para nadie es un secreto el vivero de vocaciones que es esta organización apostólica.

Dos jesuitas, un benedictino, un escolapio, un coadjutor de gran ciudad y un párroco de suburbios cuentan las características de su llamada. Unos fueron dejando la carrera, la novia o los sueños de triunfo; otros, casi en una inocente andadura de adolescencia. Distintos caminos que invariablemente llevan a la única meta: la felicidad en Dios.

CONTESTA UN JESUITA

1º.- Sencillamente. Como la planta de la semilla lanzada a voleo por el sembrador. Claro que el campo estaba insensiblemente preparado por dos ambientes: mi casa y la Acción Católica. Cada uno en su forma. Los dos a un mismo tiempo, templando mi alma en el trinomio Jesucristo-estudio-acción. ¡Aquellos aspirantes de mi Centro! No sabían el trampolín que me estaban haciendo.

Después vino “el milagro”. Tan sencillo. Cuando de mañana me dirigía a la iglesia para comulgar, una buena señora me cortó el paso. Era la viuda de un oficial alemán:

-¿Haría el favor de pedir por una intención mía?

-Señora, ¿Cómo se le ha ocurrido?

-Es que usted un día ha de ser sacerdote, ¿verdad?

Como consecuencia, ebullición de sangre y de espíritu. Una consulta y una respuesta: “Hace mucho tiempo estaba esperando que me dijeras que tenías vocación.”

2º.- Ser canal, repartidor de las inmensas riquezas de Jesucristo. Y eso en un mundo -¡pobre!- aferrado en no desvivirse más que por lo material, lo sensible, como aspiración suprema.

3º.- Responder con actitud de VOLUNTARIO a la invitación del Maestro. Gastarme en su servicio. Salvarme así: salvando.

4º.- Por ligarme con nuevos vínculos a Jesucristo y sus intereses. Ser caballería ligera en las avanzadas de la Iglesia donde la necesidad sea más urgente. A las órdenes del Papa.

OTRO JESUITA

1º.- Durante la guerra, en plena zona republicana, mis padres escondieron en casa a una Hija de la Caridad que nos llevó la Eucaristía. Mis alejados catorce años se acercaron de nuevo a Cristo y comulgué bajo el zumbido de los trimotores. Al concluir la lucha, me di, con preferencia, al apostolado entre obreros y empleados. “¿Qué es Cristo para ellos?” –me pregunté entonces- y, ante tanta indiferencia, un dolor profundo me desgarraba en lo íntimo. Fue el segundo impacto. Estudiar mucho, orar mucho, y mucho apostolado era entonces mi ideal. También había otra ilusión: mi sincero cariño por una chica. “La Legión os llama”, un artículo de “Signo” en pro del sacerdocio, vino a sacudirme como un clarinazo. ¿Sacerdote…? Varios hermanos míos lo serían, pero ¿yo? Y al pie del Sagrario empezó una lucha dramática, silenciosa, desgarradora. Al solo pensamiento de ella el corazón se me encendía. La luz vino y Cristo venció. Mi vida estaba en sus manos.

2º.- Un SI continuo a Dios con fuego de legionario.

3º.- El amor a Cristo y a las almas.

4º.- Por un concepto superlativo de la vida. Quise ser misionero cuando supe que hay muy pocos en la vanguardia de las misiones. También porque palpé santidad, ciencia y celo en mis profesores jesuitas me alisté en la Compañía.

UN ESCOLAPIO

1º.- ¿Ha visto usted crecer la yerba? ¿Qué no? Pues he ahí cómo nació mi vocación: sin sentir. Como una chiquillada. Había que ser algo en la vida, y ser sacerdote se me antojó aceptable. Surgió entre pelotazos, ensayos de comedias y círculos de Acción Católica. Si alguien piensa que mi vocación es una vulgaridad, que lea a Raymond: “la vocación es la más natural de las obras sobrenaturales”, dice él, y le apoya mi experiencia.

2º.- Un aumento progresivo del querer por el conocer. Me explico; tanto mayor ha sido mi vocación cuanto más intenso el conocimiento de la pasión de Cristo. Y lo escribo con minúscula porque no me refiero a la Pasión de los clavos y las espinas, sino al amor intenso de Jesús por las almas, en especial las de los jóvenes. No llego a comprender la Una sin la otra. Hay que dar muchas tandas de Ejercicios y enterarse en ellas de lo mucho que les quiere por lo mucho que les pide.

3º.- ¿Qué menos se puede hacer por Él, que ama tanto, que devolverle un poquito del amor que puso en nuestro corazón? Y como hay tantos jóvenes que no le aman, porque no han tenido unos labios sacerdotales que les expliquen su gran debilidad por ellos, me entrego en cuerpo y alma, lo que pueda y lo que no, hasta gritar desaforadamente que la vida de gracia es de los valientes, de los que saben mirar a los ojos profundas, serenos, divinos de Cristo en la Cruz de su Pasión.

4º.- Por la suprema razón: porque sí. Porque no bastaban los hijos que pudiera darme el matrimonio. Porque los necesito a cientos para poder enronquecer gritando. Porque soy un avariento de jóvenes, y esa avaricia me la sacia la Escuela Pía.

UN BENEDICTINO

1º.- Mi llamada la presentí dos años antes de realizarla. Fue una lucha tenaz, persistente y misteriosa. De un lado la vida me presentaba la bella perspectiva de “alguien” que llenaba las ilusiones humanas de mis diecisiete años. Por otro, mi gran pasión por la música hacía que no me resignara con la prosaica ambición de “ganar dinero”. El corazón exigía un espacio vital de belleza que presentía entre fusas y pentagramas. Así, hice unos Ejercicios en los que vi a Dios agigantado, coronando y sublimando en Sí todos estos ideales.

2º.- La mía benedictina la definiría como “la vida en la paz”. Soledad, renuncia y paz resumen la llamada benedictina.

3º Glorificar ya a Dios con ese reflejo suyo de las artes, correspondiendo al goce anticipado de la Eternidad que con ellas nos hace. También, por la Comunión de los Santos, darle a esta veneración un carácter expiatorio y misionero.

4º Con mi vocación se me planteó un delicado problema electivo. Mis inclinaciones artístico-musicales exigían una Orden en la que desplegarse para mayor gloria de Dios. Y surgió la Orden Artista por esencia. Me decidí por la vida monástica en una gran abadía benedictina. Mi vocación quedó cristalizada en la trayectoria a Dios por la música.

UN COADJUTOR DE CAPITAL

1º.- Estaba novio. Yo había tenido varias novias. Con ser chicas excelentes, notaba un vacío insoportable en todo aquello. Antes, en los primeros cursos de bachillerato, el profesor de Religión me dijo que si quería ser sacerdote. La cosa se cundió y mi reacción fue opuesta: varios meses sin pisar la iglesia. Olvidé aquello. Más tarde, preparándome para el ingreso en la Academia Militar, leía las hazañas de los conquistadores en América. Junto a ellos aparecían los misioneros. “Yo no podré ser de estos capitanes -pensé-, pero sí un misionero”. Mi suerte estaba decidida.

2º.- Una entrega exhaustiva a Cristo. Y, a través de Él, a las almas. Aquí es menester perderlo todo para encontrarlo después todo. Sin entrega, lo demás es cobardía, escándalo. Yo no tuve visiones ni oí otra voz que la de quienes conocía. Más: pasé un año de infierno, porque creí que había perdido la vocación.

3º.- Servir a algo grande. Yo, desde pequeño, quería ser militar y llevar estrellas en la bocamanga. Luego supe la sublimidad del sacerdocio: vivir junto a Dios y al prodigio en cada Misa; perdonar, ser voz de Cristo y manos de Cristo y cuerpo de Cristo. Y me hice sacerdote. Y me hice sacerdote. No aspiro a otra cosa más grande en la tierra, porque no la hay.

4º.- Por “carambola”, que es porque así lo quiso Dios. Yo iba como una flecha a las misiones. Motivos familiares me lo impidieron y vi mi puesto en la retaguardia: sacerdote diocesano, “cura”. Un “cura” que tiene que saber de todo y arreglar todo. Desde el cine parroquial hasta los Ejercicios Espirituales para graduados, los enfermos, los obreros, los niños y la alta dirección espiritual. Los “curas”, amigo, son unos jabatos.

UN PÁRROCO DE SUBURBIOS

1º.- Aspirante, bachiller, dieciséis años y sin pensar en la menor posibilidad de ser sacerdote. En un Mes de Mayo, en el que no me faltaron deseos de agradar a la Virgen, quedó prendida en mi alma una pregunta de esas que se sueltan al azar: ¿Te gustaría ser sacerdote? Creí que sería una de las muchas que pasan sin conseguir el “sí” ni el “no”. Algunos meses después, Ejercicios Espirituales. “¿Qué has hecho hasta ahora por Cristo?”. Me dejó apenado. “¿Qué debo hacer por Cristo?” Seré sacerdote.

2º.- Mis seis largos años de ministerio me han hecho palpar la experiencia del desorden en que viven los que se alejan de Cristo y la armonía interior y exterior que invade a los unidos a Él. Por eso quiero hacerme unidad en la plenitud del Maestro y hacerlo así mismo a mi parroquia suburbial

3º.- Se me figura poco dar una vida por Cristo.

4º.- Para mí es la vocación que más inmediatamente me une a la comunidad cristiana y la que más especialmente reparte los bienes de Dios a los hombres. En el año anterior he administrado más de cuatrocientos bautizos; algún niño ha muerto inmediatamente después de derramar sobre su cabeza el agua bautismal.

Compartir:

Etiquetas:
Accesibilidad