Hoy, 9 de agosto, celebramos el 98 cumpleaños del Beato Manuel Lozano.

¡Demos gracias a Dios porque en su voluntad quiso hacer ese regalo a la tierra!

Os compartimos un fragmento de su tercer libro-diario (desde el 1 septiembre 1965 al 3 noviembre 1971). Obra póstuma que recoge en su epílogo, redactado por José María Pérez Lozano, el último día de la vida de Lolo en la tierra (3 noviembre 1971).

Esperamos que sean de vuestro agrado para esta hermosa celebración.


Manuel Lozano Garrido, Las estrellas se ven de noche.

Por supuesto que lo de la clasificación y enumerado es una broma, pero ¿perjudica el alarde de malabarismo?

23 junio.—Colocado siempre en cierta aproximación a la carretera, me sé las horas punta de la circulación rodada, el paso de los autobuses, lo que es un «Pegaso», un «R-4» y hasta un «vespino», que están de moda, Es más: por la velocidad que todos imprimen o aminoran, en ciertas ocasiones, me doy cuenta de si el coche-patrulla está o no próximo.

25 junio.—Tras veinte años sin probar un huevo, me he comido hoy una tortilla de patatas. ¡Santiago y cierra Españal!

9 agosto (1970) — Cumpleaños. Justamente hoy, a las cinco en punto de la tarde, como en las horas de faena taurina, he coronado la cima de ese gran Everest que es el medio siglo.

“Cincuenta años, cincuenta, escalados a golpes de «piolet», de aspiraciones, empeños y — ¿por qué no?— de sufrimientos.

Casualmente me decía mi sobrina esta tarde:

—«Tío tienes canas».
Y tomaba a la par una de ellas, no de las sienes, que ese es un sarpullido que cuida periódicamente de disimular Periquito, mi barbero, con su maquinilla, sino de allá de lo más alto y relativamente frondoso de mi cabellera.
Cincuenta años para tomarlos con optimismo, como una plenitud, o en desaliento, como un declive. El haber vivido, con su signo «más» o «menos» marcado con seguridad en la leve posibilidad de vivir confiados o la conveniencia de rectificación.

— ¿Qué ha madurado en mí —pregunto en este tiempo— sobre el inhóspito testimonio de mi cuerpo?

¿Por qué pudieron ser tantas las ilusiones de mi juventud, para que ahora tenga que sufrir el dolor de verlas distanciarse casi al final del camino? Mariposas, mariposas ¿quién os dijo que era eterna la primavera?

¿Qué me ha dado la vida? ¿Un alfiler, cada mañana, que me clava a la pared de mi cuarto, en tantas ansias y sueños? ¡Qué desnudo, en exigencias, el árbol de mi corazón, en esta mañana en que la tarde participa del denso crepúsculo de los años, en el cuerpo! ¡Si pudiera empezar mañana…!

— «Mañana, mañana». ¡Qué tarde aún el amanecer para un comienzo!

Amigo: ¿importan las hojas? ¿O son la savia y el manantial los que dan la fuerza? Todavía al sarmiento le resta una cosecha, con tal de que siga pujando con energía. ¿Qué importa el halago del fruto, ante el gozo real de la germinación? Fluye, fluye vida, que nada muere mientras no fenezca la esperanza.

Si te escuchases de noche cuando descansas, seguro que te oirías el son de un manantial, o el galopar de un ciervo por detrás de tu frente. El pasado es intocable y está quieto, pero del futuro sí que puedes vivir hoy el gozo de la generosidad, sembrando y dejando para otro la majestad del fruto. La vida, en esencia, es un hoy y en esta hora. ¿Qué tal tus labios para sorber el jugo de la tierra y remontarlo airosamente hasta la altura?

Volar es nuestro secreto y nuestra gloria; y el cielo, nuestro dominio, que siempre habrá una mano o un aliento que levante o insufle su soplo en las alas que se cansan.

¡Vida y Verdad, que como os llamáis realmente es Esperanza! Milagro también de la promesa. ¿Qué ha de poder hacer de Fénix con un hombre al límite o canto de ruiseñor de una vida que grita?

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