No hay duda alguna que quien sabe las limitaciones que tiene su vida puede encarar lo que le pasa de forma más provechosa. Y eso es lo que le pasa a Lolo en este apartado de su diario, de su diario de un (él) enfermo.

Cuando Lolo se cambia de casa donde vivir ve la oportunidad de recordar. Y no podemos decir que sean recuerdos, podríamos pensar, siempre buenos. Sin embargo, el Beato de Linares (Provincia de Jaén, España) sabe sacar buena punta a lo que le pasa.

Nos dice Manuel Lozano Garrido que no deberíamos confundir la felicidad al pensar que tiene siempre que ver con las palmas o, en fin, las alegrías. Y eso lo dice quien era feliz a pesar de sus sucedidos físicos y supo comprender dónde, en realidad, estaba la felicidad.

 

Publicado en la revista Enfermos misioneros, en octubre de 1961

 

Diario de un enfermo

MUDANZA

Día 12. Me he mudado. Ahora vivo en un cuarto piso y mi habitación tiene una amplia terracita desde la que se ve la sierra, la carretera y la nueva urbanización de la ciudad. Al pie hay un parque de recreos y veo cuando juegan al fútbol o se tiran los chicos a la piscina. Me salgo a escribir a la terraza, cubierta de macetas, y noto el aire, que me llega hinchado y poderoso.

El piso es nuevo y todo invita al optimismo, pero no he podido evitar cierta nostalgia de dejar el anterior. Veintidós años de una vida, la flor y nata de ella, es algo de lo que cuesta más deshacerse que de una chaqueta raída. Los últimos días echaba los ojos atrás, con ansia de recordar y de resumir, y el resultado era siempre una cierta gratitud, un cierto cariño y, por qué no, un sentimiento de felicidad. Bueno, me digo, ¡pero si en realidad lo que aquí he hecho no ha sido sino sufrir durante dieciséis años seguidos! ¡Ea!, pues eso: lagrimitas. Y es que la felicidad es una cosa bien distinta a las palmas y el ‘pasarlo bien’. A uno le puede bajar por la cara un reguero de lágrimas, estar tosiendo, con taquicardia o detrás de un balcón y en el corazón bullirle todas las campanas del mundo.

Por cierto que recuerdo una cosa y me río. Hace dieciocho años, cuando desde Madrid me echaron para acá porque no había nada que hacer, apostaba la cabeza a que ya me moriría en mi habitación. ¿Y quién puede decir lo contrario de quien no se salta ni el escaloncillo de su cuarto? Pues nada; ahora ¡sepa Dios, dónde y cuándo! Y es que, solitos, nos complicamos tontamente la vida con folletones y melodramas, cuando nada hay más bonito, dulce y caliente que el destino a secas, mondo y lirondo. ¿Qué tenemos con que uno muera entre sábanas o lo paseen por las calles si ni ha conseguido subir un palmo por la senda de la bondad?

MISIONEROS EN MARTE

DÍA 14.- Venían de Lourdes y cada uno iba exponiendo su emoción y sus impresiones. «Mira -le dijo a una chica-, yo te diré una palabra y tú sueltas lo que te recuerde. Vamos a ver: ‘Lourdes’». Y a la chica le salió espontáneamente: ‘Escaparates’».

Me lo contó el Cura y me he acordado a propósito de Gagarin, el astronauta. Le han preguntado que en qué pensaba cuando estaba en las alturas e iba viendo la tierra a distancia, las estrellas o el espacio, y el hombre se deja caer con que en el Partido y en los tíos sabihondos que tiran los cohetes. ¡Canastos! Es como si, haciéndonos un gran favor, nos llevaran a la Costa Azul, al Partenón o a las cataratas del Niágara y, qué birrias, pasáramos con los ojos tapados. Yo decía que es maravilloso cómo (ahora que el mundo crece tan a prisa y puede que algún día llegáramos a estar tan apiñados como en el fútbol), Dios Padre piensa en nosotros y nos dice: «Todavía hay zonas en la tierra en que vivir a gusto, pero también os doy los astros para que los habitéis y sigáis haciendo bien las cosas.» Lo ideal sería coger a los esposos más buenos, meterlos en un cohete y lanzarlos a un planeta sin habitar, donde crearían una civilización. ¡Aquella sí que iba a ser una comunidad pacífica, útil y bondadosa! Pero, adiós sueño con estos Gagarines. Nada, que los misioneros tendrán que irse haciendo al traje espacial y, dentro de cuarenta años, el DOMUND, de necesidad, será interplanetario.

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