Con este “Diario” (que durará en esta casa varias semanas) Lolo no ha tenido que ponerse en la piel de nadie y escribir sobre cosa ajena sino que, entendemos, viene referido a sí mismo. Y así es algo que nos llega al alma.
Es verdad que la vida llevada en un diario, y siendo el de un enfermo más aún, ha de estar repleta de momentos difíciles y de situaciones no demasiado alegres. Sin embargo, Manuel Lozano Garrido sabe entresacar, de los mismos, el meollo de lo que hay de sobrenatural en tales situaciones.
El caso es que el Hijo de Dios no podía dejar de aparecer en un texto donde el sufrimiento toma conciencia de que lo es. Y es que, como bien dice Lolo, Cristo fue crucificado, también, con nuestro dolor. Y el suyo, claro está.
Publicado en la revista Enfermos misioneros, en septiembre de 1960
Con estas líneas empiezo un Diario. Con un Diario -Diario abierto cada noche- uno puede sentir la conformidad o el sonrojo de las propias órbitas que aplauden o acusan desde la cara de un espejo. El Diario, así, como un semáforo de Dios.
ANIVERSARIO
Día 24.-Dentro de unos días entro en el diecinueve año de enfermedad. Apenas dos más, y mi vida estará deslindada, mitad en salud y la otra por ese mundo tan distinto que se arracima al pie de una cruz. Si en la mayoría de edad se cuaja un hombre, mis dieciocho años de inutilidad autorizan también a una patente de madurez en el sufrimiento. Al cabo de los años, el dolor y la anquilosis han fraguado duramente, como si fuera una arboladura de cemento. Y, sin embargo, en la adversidad es un mundo de sensaciones sorprendentes el que se crece en cada oportunidad, como esas lentes del caleidoscopio que nunca repiten la figura. De aquí que, con la mayoría, tenga que confesar a la vez mi ignorancia y mi leve parvuleo en el misterio del dolor.
La composición de lugar de mi vida podría ser ésta:
Sentad a un hombre en rigurosa postura de 4 (cuatro). Las manos le quedarán ligeramente reposadas sobre las piernas, con los dedos encogidos, como el que retiene una moneda. La cabeza, inclinada. Y ya así, de pronto, golpeadle con fuerza sobre los hombros. Cuando se haya encogido, dejadle así bien quieto, maduradle en piedra las articulaciones y derramad sobre el cabello los seis mil y pido días de dieciocho años.
INYECCIONES
Día 25.-Hoy también podría celebrar otra efemérides: la inyección número 300 del año. Ayer, cuando pinchaban para el análisis, decía alguien que ya me había acostumbrado a sufrir. No, no es eso. La verdad es que, al cabo de los años, a lo que menos importancia se le da es a la acción de una aguja hipodérmica. Una inyección subcutánea llega a ser indiferente, al menos para mí. Pero la explicación no radica en el hábito, sino en una conciencia real de lo que es la jeringa. Una criatura nacerá crucificada, la muerte le ha de llegar también como un Matusalén que sufre y el dolor estará en la carne como una viga atravesada, desgarrando tejidos y astillándole al ser su corazón. Lo que ocurre es que, a fuerza de perforaciones, se acaba viendo en la aguja lo que objetivamente es: un bisel que no llega a la pulgada y que siempre dolerá menos que el picotazo de un bordado o la espina de una rosa. La primera vez que se acerca un practicante, a nadie se le quita el fantasma de un poste de telégrafos con borde de bisturí. Vivimos entonces el pináculo de los terrores infantiles. Luego, con el cáliz apurado, viene, a su vez, una doble conciencia: la de relatividad del dolor en la operación sanitaria y la de cierta seguridad en cuanto nos parecía estar indefensos.
PREOCUPACIÓN
Día 26.- Me duele la garganta. ¿Anginas?
HÚNGAROS
Día 27.-Húngaros en la esquina. El pandero, la cabra equilibrista, el cornetín y una legión de niños que sale atropelladamente de los portales como los pollitos de una incubadora.
APETITO
Día 28.-La mejor solución para la anemia, comer. ¡¡¡Comer!!! Brrr… Jugar al fútbol, trabajar o corretear calles y luego tener una paella por delante, ¡qué delicia! Pero vivir la náusea o no sentir necesidad y tener que encararse tres veces al día con los guisos y las frituras, ver diecisiete pedazos de bistec como diecisiete montañas insípidas y a la media hora contarlos y resulta que todavía quedan quince, ¡qué tormento, digno de un martirologio romano!
SORPRESA
Día 29.-Resulta que lo de la garganta es reuma en la tráquea. ¡Y yo que creí que ya no quedaba ninguna articulación vulnerable…!
INUTILIDAD
Día 30.-Moscas. Anoto, si no su llegada, sí su pegajosidad irritante. Como no las puedo ahuyentar, echo mano del viejo recurso de soplar en abanico. Da resultado, aunque sus pies de barro los tiene la fórmula en las orejas. Alguien me decía que ésta era una hermosa circunstancia de mortificación. De acuerdo, y le deseo que sepa aprovecharla con los tábanos de la jungla, donde debe de andar ahora. No soy adivino, pero cuando soplo y obligo a despegar a una mosca me da la impresión de que Dios está, con sus ángeles, en mi graderío y les da el tono para un «ra-ra-ra» de victoria. Él dirá que también hay otras cosas…
PROVIDENCIA
Día 1.- En el sobre de fin de mes, apenas los mismos billetes de cien que los dedos de una mano. Señor, sí, ya sé que eso corre de tu cuenta, pero ¡qué difícil lo has puesto en esta ocasión…!
INACTIVIDAD
Día 2.-Cuando la chica se fue al mercado se me cayó la cuartilla y he perdido la mejor hora de trabajo.
RESFRIADO
Día 3.-El médico ha venido con la novia . Es la primera vez que la saludo y creo que también ella ha debido verme cierto rubor, como de colegial cogido en trapisonda. Aunque, si lo pienso, la anemia me ha quitado la potencia del rubor. El hecho es que anoche me alcanzó un catarro y, como no es cuestión de tener una persona sentada junto a mí, no ha habido más remedio que vestirme de «Coyote». Con un pañuelo, convenientemente doblado, salvo airosamente (?) la circunstancia. Resulta difícil de explicar, pero me acerco algo si digo que es como tener un dolor de muelas y vendárselo…, pero en la nariz. Ellos no le dan importancia, o la disimulan, pero yo vivo la apoteosis del ridículo. Me siento algo así como un Ecce- Homo de los resfriados.
FERVOR
Día 4.-Después de comulgar, al buen rato me pongo a pensar en esta falta mía de efusión y de cordialidad en el contacto con Dios. Me escuece no tener cada tarde, unos minutos de farolillos para Él y que, cuando entra, los latidos no sean como una fragua de plata que repica en un aire de púrpuras encendidas. Frío, gris, sin vuelo, hoy me ha quedado en el paladar un como sobrefondo de sabor a hipocresía. Si tuviera un espejo para el espíritu habría de verme encogido, blanco de todos los dedos acusadores del mundo, que condena mi escándalo de escoria que comulga a diario. «Tú, tú, tú», gritan los ojos con ira de todos los fiscales. «Yo, yo, yo», resuena el hombre embebido que tiene mi apellido. Y un «yo» pone la peana, otro el bronce y el tercero los laureles sobre los que se corona el monumento del orgullo. Me doy cuenta de que lo que duele es el recorte a un complejo de pavo real, el tapón a un venero de palabras brillantes y a la quincalla de ideas comunes cuando había pensado en un lujo de ideas y posturas de confitería. Cristo está aquí, en la única salsa de salivazos que podemos darle los mortales, pero lo que le trae sobre picota de Ecce-Homo es este gallo anémico y cacareante de mi vanidad y mi soberbia. Se me olvidó que mi pan ha de ser esta realidad de kikirikí desplumado.
“Buen Dios -le digo, casi en un sollozo-: Te digo que seas paciente con mi impaciencia. Si quieres, sigue lloviendo sobre mi Comunión los crepúsculos encenizados y que la monotonía fumigue su humo denso por entre los candelabros y los roquetes, pero que tu realidad vigorosa, tu evidencia de amor, como una manzana que se cuaja en el corazón, la tenga viva sobre el frío, el aire gris y el vuelo recortado de las horas vulgares”.
LA CRUZ, AMOR
Día 5.- A., que se casa, ha tenido el buen gusto de repartir unas invitaciones con el ritual de la ceremonia. Repasándolo juntos, hemos caído en la gran importancia que tiene el signo de la Cruz en toda la solemnidad. La Cruz, un instrumento de suplicio, un símbolo de sangre, se crece sobre las frentes de una mujer vestida de blanco y un hombre con chaqueta y se agiganta por las bóvedas mientras ellos se dan la mano para sellar un destino de felicidad. Y es que la Cruz es, ante todo, un distintivo de amor. Toda la salpicadura de sangre de la imaginería queda un palmo más baja que el destino de generosidad que Cristo cumplió cuando cruzaba dos leños sobre un montículo de Judea. Así, también, con nuestro dolor.
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Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
Etiquetas: Revista Enfermos Misioneros