“Lo que puede un Sacramento”. Lolo dice, con estas pocas palabras, y con exactitud, el contenido de este artículo. Así de pronto, nada más empezar y para que nadie se lleve a engaño.

Ciertamente, todo católico sabe y conoce qué es el Bautismo. Y que muchas veces se recibe sin ser consciente (en bien del bautizado) de lo que se recibe. Por eso está muy bien que el Beato de Linares (Jaén, España) nos hable tan pormenorizadamente acerca del mismo y de todo lo que supone para quien lo recibe.

Está muy bien, además, que lo haga no como se podría hacer desde un punto de vista académico sino como suele hacerlo él mismo otras muchas veces: llevando a personas comunes, en el mismo Bautismo, a darnos explicación de qué supone para ellas tal Sacramento.

Digamos, ya por último, que este artículo es verdaderamente maravilloso. Y que ya, para culminar, la nueva cristiana se llame Myriam es… vamos, miel sobre hojuelas.

 

Publicado en la revista Signo, el 24 de marzo de 1962

 

Ni sensacionalismo ni trabalenguas: lo que puede un Sacramento

Y vino Miryam. Hace cinco días, cuando apenas nació, yo fui hacia el moisés con las personas de respeto -tengo diecinueve años- para conocer la nueva ramificación de la familia. Ahora no sé si fue aquella carta de juguete, de fracciones tan pulcras o el cansancio que se filtraba por entre la sonrisa de mamá, lo que me empujó a una de tantas corazonadas. Y como lo pensé lo dije: “Yo…, si te parece.. quisiera ser… la madrina de Miryam”.

LOS NIÑOS DUERMEN DE LADO

El susto me lo dio don Anselmo, el párroco. Yo desde el principio, asumí bien el papel y empecé a repasar el manual de puericultura. Cuando estaba en eso de que a los niños hay que acostarlos de lado, entró y vino hacia mí con una leve sonrisita: “Esta bien, amiga, eso de aprender lo de los piquitos; pero ¿te has enterado ya de la tremenda responsabilidad que contraen los padrinos? Si me metió los monos, ahora ya no me pasa de “pe” a “pa” he leído libros sobre el Sacramento y ya estoy en el mismo centro de todo ese recurso maravilloso con que Dios ha enriquecido nuestra propia esencia. A la pila bautismal yo he acercado a Miryam de la mano de toda esa simbología apasionante que atesora el rito cristiano.

El CÁNCER SE CURA

Siempre me supo a rareza eso de que los niños no se les bese antes del Bautismo. Ahora ya, de pasada, quiero dejar una rectificación, porque sé que entre el niño que sale de una casa y el que vuelve señalado con el crisma hay toda la distancia de una simple creación de Dios a un hijo suyo entrañable. Objeto de creación es también la piedra, el siervo, la planta y las estrellas, como Ramonchi y yo, aunque a nosotros nos quede la diferencia del alma. Sí; no somos más que creación, y el bebé que inicia los balbuceos hereda, bajo la piel, las ramificaciones de un mal que tiene el infecto origen del pecado. El Bautismo es como pasar la esponja por un encerado repleto de trazos; y, más, como volver los tejidos de un cáncer a la gracia fresca de su palpitación original, de su estreno. Yo miro al Bautismo y no dejo de pensar en aquella carne desarticulada, desintegrada, de Lázaro, hediendo ya, y de pronto siento como el afluir de una presa que estalla y la descarga de una batuta que vuelve por el ritmo antiguo y la armonía vital. Porque el Bautismo es una curación humanamente imposible, y, más que una curación, una resurrección sin cortapisas. Con la restauración, el Sacramento nos acerca el derecho de llamar Padre a Dios y el gozo de éste al vincularnos como hijos. ¡hijos de Dios!; ¿no es un beneficio que desborda la fantasía? Por eso me abstuve de besar a Miryam, pero he de confesar que hubiera sentido un gran placer cambiando la gorra del pobre taxista por el casco y las gafas de un Fangio.

EL AGUA

Me alegra ahora la confirmación de un presentimiento. Cuando vienen los días de lluvia y mis hermanitos se aburren no saliendo de casa, uno de los juegos que improvisamos suele ser el de “A mí me gustaría ahora…” Por ejemplo: Mateo sueña con guiar un tren de los de verdad a toda máquina y de pronto echaría bien los frenos. Maribel sigue con la ilusión de ponerse los tacones. Y Juan, el gordinflón, no cambiaría su escudilla de chocolate con picatostes ni por una gran tarta de fresas. Yo seré rara, pero siempre he sentido un placer insuperable ante un vaso de agua limpia, sin cloro, de esa que la miras al trasluz y le da a lo que hay detrás como una emanación de luces fantásticas.

Sin embargo, lo sorprendente para mí ha sido descubrirle al agua la llave de los dominios espirituales. Siempre será un misterio esta dependencia con que Dios se ata a las cosas materiales: el pan y el vino, en la Eucaristía, y unas meras gotas de líquido, en el Bautismo. Por lo pronto, ellas nos recuerdan los instrumentos que condicionan nuestra salvación, la catapulta para la eternidad. No en vano se ha escrito que “el Espíritu de Dios flota sobre las aguas”, el líquido es la premisa de la vida espiritual, como también lo es, al alimón, la fe. Para los Apóstoles urgía el mandato de derramar el agua, mas también sólo “a los que creyeran”, a los que manifestarán deseos de entrar en el campo de la espiritualidad. Por la chiquitina, esta petición la hacemos sus padrinos.

DIA “D”, HORA “H”

Hoy me he llevado el segundo rapapolvo de don Anselmo. Calculé cuarenta minutos para la mantilla, y luego yo no tuve la culpa de que se encasquillara la cremallera del traje. Por añadidura, caía un buen “chirimiri” y él acusó el impacto en el mismo dintel. La verdad: confieso que esperaba encontrarle allí, porque sé que el rito del Bautismo tiene una iniciación exterior, al margen de la comunidad congregada. El hombre de roquete que sale a la plazuela se adelanta con toda la enérgica significación de un comando de Dios. Ante la filigrana de nuestras catedrales o la humilde línea de las parroquias de pueblo, se libran las primeras escaramuzas de la más fantástica contienda, la que tiene como protagonista a esos dos colosos, que son Dios y el demonio. Allí, cada uno prepara su estrategia y dispone los tanques para ese choque, en el que no cuenta el armisticio. Una y otra vez se luchará con encarnizamiento, pero el fruto de la victoria no admite limaduras. Por lo pronto, al principio, Satán ya ha hecho la rebatiña a que a que le da margen la culpa original. En nombre de Dios, el sacerdote da, al aire libre, el primer envite. El contacto con el futuro cristiano se cumple bajo una tenaz conminación al enemigo, para que se rinda. Es como el bombardeo previo a una gran operación, que machaca y machaca las posiciones clave. Al niño, como primera providencia, se le facilita la Cruz en el pecho, los ojos, las espaldas, que es el símbolo de la victoria y como una coraza para el combate que ha de continuar por sí mismo; se le reviste de óleo. La sal, también, es como un preventivo de corrupción. Pero lo impresionante es esta imprecación continua a Satanás, que se va intercalando, como una pasada en cadena de bombardeos que buscan el “K.O.”

UNA CHICA DE PROVINCIAS

A Matilde, la “chacha”, lo de las inyecciones le saca de quicio. Ella dice que no, y que en su tierra “es malo”. Cuando tuvo la “asiática”, fue una escena embutirle la penicilina. Al pasarle el algodón, de los gritos que daba, subió el portero, con la mosca de lo de Jarabe. Yo le insistía en que aquello sólo era operación de limpieza.

Con la fase preliminar del Bautismo pasa algo así: únicamente es un acto de neutralización. Lo positivo, la ocupación, viene después. Aquí es nada menos que la incorporación efectiva de un ser a la familia cristiana. El tío Gonzalo y yo somos las personas que le acreditan. Con nuestro aval, el sacerdote da ya la mano al bebe y le pasa al interior, donde se ultima la “operación familia”. Cuando el agua cumpla el ciclo de la ceremonia, a nosotros nos inundará el gozo de contar desde ese momento con un hermano de la misma palpitación espiritual. Nunca, como ahora, estaría justificada una alegría de cristiandad. Por eso, la Iglesia da el ejemplo volteando sus campanas. A Miryam le cae también con el agua, algo mejor que un buen pellizco de loterías: el pleno uso de sus derechos de cristiana. El Sacramento concede un sacerdocio de colaboración; la ventaja, como si dijéramos, de ser otros curas más, pero, con chaqueta. En la misa, en la liturgia, oficia un hombre a quien se ha consagrado como mediador entre Dios y nosotros. Pero el culto es también una participación colectiva, en la que cada seglar tiene su hueco. Nosotros, pues, también colaboramos en la grandeza del oficiante. Por eso, a la obra del agua se la redondea con la unción del óleo. El aceite, santificado en la tarde del Jueves Santo, nos alcanza con toda la ambición de transformarnos en otros Cristos; de, cómo Él, ungirnos reyes y sacerdotes. La señalización es definitiva. Por eso, el Bautismo tiene “carácter” y, como el fuego, nos marca de un modo inapelable.

TRES SENTIDOS MÁS

Yo creo que el cielo tiene que ser algo así como darle a una, de improviso, uno, dos o tres sentidos. Por lo pronto, ya sé que el Bautismo, aquí, nos abre las pupilas a un cosmos maravilloso e insospechado. “Yo te signo los ojos, para que veas la gloria de Dios”. Y la gloria de Dios está en su obra creadora, santificadora y redentora; en la Comunión de los Santos (Francisco de Asís, Javier, Bernardette y Pablo, hermanos míos); en mi inmortalidad de dicha inacabable junto a los míos y la maternidad de la Virgen.

Cuando a Miryam, le echaron el agua, lo primero que hice fue mirarle mucho a los ojos. Los abría mucho, mucho, aún con susto del frío.

En realidad, el Bautismo tiene todas las características de un viaje. Apenas se nos constituye cristianos, para nosotros empieza la navegación por el ancho mar de la existencia, siempre enfilando el norte de la vida eterna, a la que se transborda con la muerte. El día bautismal por antonomasia es el de la solemnidad del Sábado Santo. Pascua, precisamente, significa eso: paso, el peregrinaje del pueblo de Dios hacia la tierra de promisión. Los días del cristiano han de tener en lo sucesivo tentativas e intentos de zozobra. Todo un navegar de años estará acechado por la catástrofe. Es por eso por lo que la Iglesia consolida al hombre y pone en sus manos los recursos de perseverancia. La Cruz y los Sacramentos son un signo infalible de victoria. Con el cirio que ultima el rito, crepita también la llama de una fe, que lleva invariablemente a la salvación.

MOROS Y CRISTIANOS

Cuando he entrado en casa he dicho a mamá la frase de ritual: “Me la diste mora y te la devuelvo cristiana”. Ella, entonces la besó muy despacio y con los ojos bien brillantes. Ahora, su brote natural de vida es todo un fruto santificado por Dios.

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