En esta entrevista-artículo (o al revés) el propio Lolo se hace las mismas preguntas que a los demás enfermos incurables y, como es de esperar (así debería ser en un creyente católico) las respuestas nos dejan, literalmente, con el corazón abierto.

Estos enfermos que llevan bastantes años postrados en sus diversos lugares de postración, no son unos enfermos cualquiera porque cada uno de ellos está llevado por la fe que tiene y que, como aquí podemos leer, no es poca cosa.

Hay una palabra, bueno más de una, que define todo eso: esperanza, alegría, fe… En fin, que bien podemos aprender más que mucho de los verdaderos testigos que Manuel Lozano Garrido (él incluido) ha traído aquí.

 

Publicado en la revista Enfermos misioneros, en mayo de 1962

 

157 años de enfermedad opinan sobre el dolor.

El más sincero y vivo testimonio en una emocionante encuesta.

La felicidad, la alegría y la conciencia

De ser útiles, realidades comunes a todos.

Nacemos y nuestro primer vagido suena sobre un fondo de dolor. Morimos y el corazón se para entre quejas y llanto. Vivimos y, al aire de la vida, el sufrimiento va destilando día por día, minuto por minuto. El dolor está por encima de nuestras cabezas como un gigantesco cuentagotas que deja caer, lenta e invariablemente, sus gotas misteriosas. Un dedo nuestro va al mapa como a un abanico con horóscopo, y en el punto de la uña habrá centenares de criaturas que sufren. El dolor es la linfa y la sangre de los mortales. Unos con más, otros con menos, todos lo llevamos en la raíz y lo heredamos como se trasmite el tic nervioso de papá o los bucles de oro de la madre.

Pero ¿qué personaje es este que llevamos tan personalmente a la espalda como un tronco de castaño, tan ásperamente en la carne como una china en el zapato? ¿Qué misión tiene esta figura a la que vemos desde los músculos con cara negra y torcida, como hombre malo de película?

El dolor tiene un rostro que está por encima de nuestros gustos y malhumores diarios. Nos empeñamos en ponernos las manos sobre los ojos para no verle, gritaremos con fuerza para apagar su voz dulce y suave, pero el misterio, la verdad y la raíz del sufrimiento, continuará llamando a nuestros corazones en el silencio de la noche o la luz clara del día, junto al “ra-ra-ra” de los estadios, los reclamos de la televisión o la radio y el claxon de los automóviles. Como la naranja del medio día, el sufrimiento es el postre al que todos, tarde o temprano, hemos de clavar el diente. Hay que pensar en estas cosas sin piel de gallina, con alegría, con fe, con una hermosa y radiante esperanza. El seguro de luz del dolor nos lo da un Hombre que tiene las manos abiertas, como un ángel de amor, y las manos o los pies radicalmente agujereados. La estampa de Cristo, Gran Cuerpo del Dolor, no admite maldiciones ni gritos de histeria. Es el “comando” y pionero de todos los hombres. Se quejará una criatura con la voz sonora de un Caruso, pero su queja y su inocencia de Dios superan en derecho a los ayes reunidos de toda la Humanidad.
Por fortuna nuestra, el dolor, la más de las veces, no es turbio y tiene, a su vez, una geografía de comprensión, de aceptación y de ofrenda. En vísperas de la Gran Jornada de los Enfermos hemos creído oportuno afrontar el esencialísimo problema del dolor de la única manera que cabe hacerlo con autoridad y acierto: desde el testimonio de unos seres que lo llevan encarnando en la propia vida bastante más tiempo que la salud. Siete enfermos incurables han respondido de un modo responsable al cuestionario que le sometimos. Ciento cincuenta y siete años de sufrimiento y siete destinos invariables constituyen un documento irrebatible. Ellos, pues tienen la palabra.

UN MÉDICO: “El dolor, un atisbo de lo infinito de Dios”.

ISIDORO ZARZOSA tuvo al dolor durante mucho tiempo en el metal de su estetoscopio. Años y años fue director de un sanatorio antituberculoso del Guadarrama. Al Cristo que vive en los que sufren lo auscultó él hora a hora. Pero un día Dios quiso encarnarse en su propio cuerpo. En Isidoro, Cristo crucificado tiene ya treinta años; está humana y totalmente paralizado, y desde hace cinco él se conduele también en sus ojos sin luz. El testimonio de este hombre es, por tanto, humana y profesionalmente interesante.

1ª.- Bajo el punto de vista físico es un contrasentido. Con la ayuda de Dios es el camino que nos señaló Cristo con su ejemplo.
2ª.- Desde el ángulo puramente material, algo que no quisiera ni para mis enemigos. En el aspecto espiritual, un atisbo de lo infinito de Dios.
3ª.- Que la salud, como es un don que se recibe gratuitamente, se gusta sin sentido y con alegría y cuando se llega a conocer lo que vale, se quiere administrar con usura. Que Dios está por encima de todo y que por su infinita misericordia concede que en la tierra exista amor sincero y afectos verdaderos.
4ª.- En la vida no existe experiencia. El dolor, cuando ha pasado, no queda más que un recuerdo en el espíritu. Si hoy fuera el primer día de enfermedad le diría: “Señor si es posible, que no me llegue el dolor y dame fuerzas para que en todo caso acepte tu voluntad”.
5ª.- A esto contesta mejor que nadie la Santa Madre Iglesia. El enfermo o el inválido, con sus oraciones, llena la parte de obligación que le corresponde en el cumplimiento de los Mandamientos.

UN ESCRITOR: “El enfermo debe participar íntegramente en los problemas y actividades del Cuerpo Místico”.

El laurel también ciñe las sienes dolorosas. Veintiún años llevan los pies de JAIME RIBÓ BATALLA sin tocar el suelo, la calle y la hierba. Todavía tres primaveras antes ya le acompañaba el dolor en el trabajo. Su postura es la horizontal, siempre así, de cara al techo durante el día y la noche. En el centro de esa horizontal se cruza la perpendicular del alma que se remonta, del corazón que arde de amor o de entrega, y la vida de Jaime tiene la rotunda forma de una Cruz. Un día -un día de dolor, hay que recordarlo- hasta su frente vino una corona de laurel. Había escrito un libro -“Mi cuerpo inmóvil”-, un libro sincero, ágil, transido y desde una mesa de hotel un jurado le asignaba justamente el premio “Ondas”.

1ª.- El dolor, la enfermedad en sí, considero es una misión que Dios me ha enviado y procuro cumplirla aceptándola y encauzándola hasta mi propio bien y el de mis hermanos. Así como toda causa en que sea factible mi cooperación.
2ª.- Todo. Un mundo nuevo, con renuncias, alegrías, tristeza, felicidad, más espiritualidad, más amor y más esperanzas.
3ª.- Me he sentido apóstol, he escrito un libro, amo y soy amado por muchísima gente; tres cosas que no habría conseguido de no haber enfermado.
4ª.- “Te acepto. Preferiría eludirte para vivir ese mundo de ilusiones que desconozco, pero ya que has venido, ya que Dios te trae a mí, sea Su voluntad”.
5ª.- He sabido adaptarme, mi vida no tiene nada de gris. A pesar de mi inmovilidad, en el lecho, siempre horizontal, trabajo, he llenado totalmente las horas, me falta tiempo. El trabajo, el ser útil a la familia, a la sociedad y a mí mismo, me hace feliz. El enfermo no solamente puede ofrecer su quietud, mejor su actividad según posibilidades. El Catolicismo da una trascendencia al dolor en la salvación del mundo y de otras grandes empresas apostólicas que no siempre se comprende y no siempre la práctica alcanza la doctrina. El enfermo debe de participar íntegramente en los problemas y actividades del Cuerpo Místico. No es un mundo aparte, también es Iglesia.

CUATRO HERMANOS: “El saberse incorporados a la Obra Redentora del mundo es la gran alegría del enfermo”.

En Úbeda (Jaén), la ciudad-relicario de San Juan de la Cruz, el arte ha hecho el milagro de la más pura flor de piedra. En una de sus calles hay también un Cielo en la tierra; el hogar de los HERMANOS CASTILLO APARICIO. Encarna, Mary, Pepita y Ángel son cuatro chicos, entre veinticinco y quince años, inmovilizados por una parálisis progresiva. Fijaos bien; el dolor les vino a ellos casi con el uso de la razón. Su crucifixión, la de la inocencia, es la que más se acerca a la de Cristo, el Sumo Inocente. De la mañana a la noche, los Castillos estudian, traducen, trabajan y rezan. Sus vidas, un noble y bello zumbido de abejas celestes. Los cuatro totalizan cuarenta y ocho años de un dolor puro y ascético. Han preferido contestar conjuntamente.

1ª.- Para nosotros, el auténtico valor del dolor es el que da la Fe, y sólo desde este punto de vista el dolor es algo grandioso y útil.
2ª.- El dolor, para nosotros, ha supuesto un mayor acercamiento a Dios o, mejor dicho, un mayor acercamiento de Dios, un mimo y un cuidado especial por su parte.
3ª.- La fraternidad de todos los que nos rodean es la realidad más palpable de nuestra vida. Nuestra enfermedad ha servido para ponernos de relieve que existe ternura y amor entre los hombres.
4ª.- Sabiendo que viene de parte de Dios y que trae con él la Gracia, lo recibiríamos como a un amigo bueno. “Bienvenido, Dolor, porque nos traes la Esperanza”, le diríamos.
5ª.- La vida quieta de un enfermo y la activa de un apóstol están relacionadas en el Cuerpo Místico de la Iglesia. El saberse incorporado a la obra redentora del mundo es la gran alegría del enfermo católico.

UN HUMORISTA: “El dolor irradia una fuente inagotable de energía”.

Nueve años tenía PEPÍN MORENO LÓPEZ cuando le tumbó en el lecho la terrible meningitis. Al fin, un día salió a la calle, pero su vida estaba radicalmente herida por el mundo de los silencios. A lo largo de veintiséis años Pepín ha dejado de oír muchas cosas, pero en cambio su vida se enriqueció de Dios y de espíritu. En verdad, es un hombre que se ha auto formado moral, intelectual y espiritualmente sobre las sábanas. Ahora es un buen dibujante profesional, un formidable escritor humorista y un gran padre de familia. Por la vida, por el trabajo, por el hogar va destapando el pomo de esencia que le brinda el dolor.

1ª.- Sentido de la responsabilidad, de la caridad, de la comprensión. La utilidad de conocerme mejor y junto al reconocimiento de la propia miseria humana, física, la grandeza de la Fe, de la Suprema Bondad Divina.
2ª.- Una mayor perfección ética y espiritual, difícilmente imaginable sin él. La piedra de toque fundamental, el crisol en que se prueba si somos o no somos.
3ª.- Junto a las inevitables humillaciones, las íntimas satisfacciones de haber triunfado más de una vez, la perseverancia y fortaleza para seguir en la brecha, siempre confiando en Dios.
4ª.- Con más entusiasmo, si cabe, convencido de que es un arma eficaz. Diría: “Bienvenido seas con la ayuda de Dios”.
5ª.- Es el dolor, justamente, el único capaz de ayudar a conservar la serenidad y sensatez para salvar al mundo actual. En su misma quietud el enfermo irradia una fuente inagotable de energía, que esparce alrededor, del mismo modo que el agua de un pozo puede vivificar seres y plantas, al parecer inmóviles, contrastando con la fuerza destructora del torrente. El dolor, como el agua se encauza y aprovecha debidamente de múltiples formas. Su importancia y valor los instituyó el mismo Jesucristo, con su ejemplo. Es la base del catolicismo, unido al amor.

UN PERIODISTA: “Desde que sufro, cada día amo un poco más a los hombres”.

MANUEL LOZANO GARRIDO es redactor habitual de “Enfermos Misioneros” y vosotros juzgareis de él por su Diario, publicado en “Enfermos” y que ahora ve la luz en forma de libro. Ya antes se editó “El sillón de ruedas”, del que Radio Vaticano dijo que “era un libro inundado de esperanza”. Y Martín Abril: “Un libro trémulo de divino enamoramiento”. Lleva diecinueve años paralizado absolutamente por una enfermedad reumática y desde hace siete meses sus ojos pierden lentamente la luz. Es colaborador normal de “Vida Nueva” ,“Signo” e innumerables publicaciones.

1ª.- Si el dolor hay que tasarlo con una medida utilitaria, el nuestro no vale ni cinco, teniendo en cuenta que por el de Cristo sólo dieron treinta monedas. Pero si lo que valora es el espíritu, la felicidad y la idea de lo eterno, el dolor es la más bella realidad de esperanza y de salvación. El sentido del sufrimiento lo marca Cristo cuando responde al “¿Quién pecó, éste o sus padres?”, que apuntaba al ciego de nacimiento: “Esto se ha hecho para que resplandezca la gloria de Dios”.
2ª.-Debe de responder con lealtad. Ante todo, el dolor vino a ser un instrumento incesante de autenticidad. Sufriendo, no caben escapes. Estoy aprendiendo a conocerme hasta las raíces, y también a Dios y a los demás. A la vez, el dolor ha sido una maravillosa revelación. A mí me ha dado el carácter concreto de mi vocación humana y espiritual. Mi vida está deslindada en dos mitades por el dolor: a un lado, la juventud; a otro, la enfermedad. De joven quise ser periodista, apóstol y un montón de cosas. Me “moví” mucho, hueca e inútilmente. Sólo cuando oficialmente no valía para nada se conformó y encauzó mi vocación de periodista y quiero creer que los ojos de Dios han de estar sobre esta parte de mi vida con más benignidad.
3ª.- Dios, sobre todo en su ángulo amante y paterno de la Providencia: un Dios próximo y prójimo. A veces me da miedo abrir los ojos de tanto como se acerca y me emociona oírle cada tarde en el lenguaje de los sucesos o testimonios y verle a cada momento en el espíritu fraternal de cuantos me rodean. Desde que sufro, cada día amo más a los hombres y espero un poco más de ellos.
4ª.- El dolor se estrena todos los días, a todas horas. Cada mañana sentimos al amanecer el mismo escalofrío de los músculos y debe de ser así, porque el sufrimiento tiene que “doler”, para que sea dolor. El corazón, en cambio, tiene experiencia, es enriquecido, piensa, valora, comprende, acepta y ama. Desde hace siete meses voy estrenando un nuevo dolor y desde el primer día me esfuerzo porque el encuentro con el ángel del dolor tenga un amplio signo de rotunda alegría.
5ª.- Por la Fe. Lo de Adán fue un delito de desconfianza, que se liquida únicamente dándose a Dios con los ojos vendados. La evangelización, como la Redención, es una realidad de siembra, y a ningún sembrador he visto que toque las espigas a la vez que lanza la simiente. Pero el agosto del alma no falla. Somos como un Cuerpo gigante cuyo corazón es el Espíritu de Dios Vivo. En el pecho, Él da el empujón a la sangre y todos recibimos la Vida. Nuestra gota está a su vez en esa vitalidad, porque todo lo suyo es un puro milagro. Somos Cristos y redentores, no por vanagloria, sino por encarnación y méritos de Él.

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