Como demuestra Manuel Lozano Garrido en muchos de los artículos que publicó en su día, es posible que un tema que, en principio, suena árido, acabe resultado atractivo. Y es lo que pasa con el que habla del átomo.

Queda claro en este artículo que Lolo quedó prendado por la investigación sobre el átomo que se había llevado a cabo y, ciertamente, se estaba haciendo en el mismo momento que escribía estas letras.

Ciertamente, cualquiera diría que este tema no es demasiado agradable a la vista de quien lee sobre el mismo. Sin embargo, si alguien como Lolo le “hinca el diente” es posible que queramos saber más del átomo porque se nos hayan abierto las ganas de conocer según lo dice el Beato de Linares (Jaén, España)

 

Publicado en la revista Signo, el 11 de noviembre de 1961

 

El reloj atómico mide antigüedades de hasta 25.000 años.

Las centrales atómicas eliminarán la necesidad de carbón.

Hace unos días por la autopista de Barajas rodó hacia Madrid un taxi fabuloso. Su aspecto no se lo daba ni la carrocería, ni la velocidad, ni la pericia del conductor. Cuando llegó a Cibeles unos obreros descargaron el embalaje que cruzó la puerta del primer Banco español. El quid de la cuestión eran los kilos de oro que venían a engrosar las reservas nacionales.

A un hombre solo, de cara a una probeta, le ha sido dado el placer de la momentánea y mítica aparición del oro. El Doctor Dempster, físico norteamericano, ha conseguido la integración nuclear. Es verdad que la cosecha ha sido bien raquítica: los lingotes salen más caros que el patrón internacional, pero el experimento queda como un símbolo de toda esa riqueza que potencia el uso pacífico del átomo. La medicina, la industria, la economía y la alimentación empiezan a pisar recio en un campo de horizontes ilimitados. Lo que un día pudo aparecer como la especulación de un Julio Verne, nos saluda ya desde los consultorios médicos o las naves de las fábricas con una mano que se llama salud, civilización o progreso. El átomo vive ya su hora brillante de cordialidad y ramos de olivo.

ISÓTOPOS REVELADORES

La ciencia ha hecho cuestión de honor reivindicar al átomo en la medicina, y la perseverancia ha tenido su galardón. Hoy por hoy, hasta que no se llegue a la panacea, la batalla más dura se la está dando al cáncer el cobalto. A convenientes dosis los rayos gamma afectan a las células enfermas sin herir a las sanas. Los tumores pueden ser así localizados, bombardeados y eliminados con una proyección moderada de electrones. Si bien es cierto que ya se venía haciendo con el radio, el cobalto supone una mayor eficacia al lado de una amplia economía. Mil veces más barato y de acción más intensa, el cobalto autoriza un tratamiento más eficiente.

Se empieza a dar otro paso con la aplicación de los neutrones, que incluso ionizan más que los rayos gamma y permiten comprobar la marcha por los tejidos. Con ellos entramos dentro de una victoria que ha supuesto a la medicina tanto como la invención del microscopio: los isótopos radiactivos. En realidad son como los “acusicas” interiores del cuerpo humano. Constituidos por rayos débiles y suministrados a dosis convenientes es fácil seguir todo su comportamiento por medio de contadores. El diagnostico y la medicación se han enriquecido con este lazarillo portentoso. Ya se le suministra a un paciente determinada concentración de “indicadores” y queda analizado todo el órgano que se desea. Radiactivados los medicamentos o los microbios se hacen luminosos y se comprueba su acción y su eficacia de inmediato. El iodo radiactivo está dando resultados muy eficaces en el tratamiento del tiroides.

La higiene también ha recibido con todo alborozo a los isótopos. Está ya comprobado que las radiaciones destruyen los microorganismos sin afectar los tejidos sanos. De esta forma se pueden esterilizar medicamentos sin acudir a la ebullición que, a veces, como en las vacunas, descomponía por el calor. Los bancos de huesos se benefician a la par de esta profilaxis.

RAYOS QUE CONSERVAN ALIMENTOS

De la mano de la esterilización es fácil pasar a las perspectivas de la agricultura y la alimentación. Por lo pronto ya es un hecho la conservación de los alimentos. Las patatas, por ejemplo, sometidas a rayos gamma pierden su poder de germinación. Ya se ha llegado a conservarlas durante ocho meses. Con otros alimentos pasa lo mismo.

En el almacenaje es posible higienizar depósitos enteros de granos sin removerlos. Los rayos gamma liquidan rápidamente las larvas y los insectos.

Con los “trazadores” es asequible todo el proceso de crecimiento vegetal, lo que tiene su aplicación en el comportamiento de los abonos y en la marcha de la nutrición de la planta. En el crecimiento de los vegetales la energía produce una germinación selecta abundante y rápida. Hemos de habituarnos al acortamiento del tiempo de generación. Incluso se podrá influir en el color de las plantas, en su tamaño y en la calidad de los frutos. Es más: cabe pensar en dos y tres cosechas al año.

INDUSTRIA: SE ACABÓ EL CARBÓN

Junto a la medicina la industria ha batido las mayores palmas. Ya es una realidad la instalación de centrales atómicas. Toda la energía del futuro tendrá así un marcado acento nuclear. La hulla, los mineros y las terribles estampas de lo hondo se archivarán como peripecias de una etapa prehistórica. Si bien es cierto que las instalaciones son costosísimas, la energía es suficientemente más económica y apenas si hará falta más de una pastilla de materia generadora.

A su vez parece que la energía entra de lleno en una aplicación deslumbrante: la destilación del agua de mar y la purificación en cantidades masivas. Ríos dulces y fecundos podrán ser bombardeados sobre los desiertos.

Si los sabios no fueran tan formales cuando hablan hay un invento que parece que suena a chirigota por lo fantástico: el reactor generador de Idaho. Es como una pila de carga sin fin. A la vez que consume produce residuos utilizables, que llegan incluso a ser más abundantes que los que hay en el punto de partida.

Volviendo a la industria, los “indicadores” cumplen una función muy similar a la que desarrollan en la medicación y en el tratamiento de los tumores. En las conducciones bajo tierra se pueden detectar filtraciones y roturas sin más que nutrir la corriente de isótopos y luego seguir la marcha desde el exterior por medio de unos contadores. Una simple “cala” evita el levantamiento de toda una calle.

A su vez se puede radiografiar los “aires” y las anomalías de los aceros. Calderas, hélices y motores. Mezclados con los revestimientos se verifica el desgaste de los metales. Las cargas de electricidad que se acumulan en fábricas y talleres es posible disiparlas con los rayos alfa y beta. El espesor de un firme de la carretera, el grueso de los cuerpos, el grado de humedad, se cronometran ya sin necesidad de perforaciones ni análisis.

EL ÁTOMO, PRESTIDIGITADOR

De hecho, el porvenir del átomo es tan espectacular que ronda en fantasía a la negromancia. En los plásticos, por ejemplo una simple irradiación consiste en la acción del agua hirviendo. El “nylon” se puede hacer claro u oscuro a conveniencia, compacto o frágil, elástico o quebradizo. Se ha llegado a darle al cobre la transparencia y el color de un vaso de agua.

Mas sin darnos cuenta hemos entrado plenamente en el campo de la química. ¿Qué no se puede decir aquí si ya empieza a permutar las moléculas casi a capricho, como un simple juego de naipes? La quimera del oro tiene otro ángulo no menos efectivo en las posibilidades de transformación y usos a que serán sometidos los cuerpos.

UN RELOJ QUE CUENTA HACIA ATRÁS

Para su reivindicación el átomo no exige más que una palabra: tiempo. Una vez y otra nos pide que seamos generosos en la dosis de las horas; unas horas que para que sean medidas con exactitud, sin precipitaciones, ha sacado de la manga el último de sus inventos: el reloj atómico, que es capaz de no sufrir retrasos superiores a un segundo en el espacio de mil años. Con respecto al tiempo el átomo ha apurado hasta llegar a la ironía con su reloj hacia “atrás”, que tasa antigüedades de veinticinco mil años por medio del carbono radiactivo. ¿No querrá acusarnos así de los doscientos cincuenta siglos en que estuvimos ignorándole con falta de provecho?

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