Leyendo este artículo de Lolo uno se da cuenta de que admira a Rafael Zabaleta, pintor, y que tiene una relación muy directa con él por lo que a los dos les une: Quesada y Tíscar.

El caso es que en su tiempo, y ahora también, Rafael Zabaleta, pasó por un gran pintor y eso lo demuestra lo que Manuel Lozano Garrido escribe acerca de su periplo expositor. Reconocido entonces como lo que era: un pintor excepcional.

Hay, sin embargo, aquí mismo un acercamiento a la fe del pintor. Y, en realidad, lo que nos transmiten estas letras de Lolo es que Zabaleta, además de un gran maestro en su arte era un creyente profundo. Y es que, seguramente, había mucha relación entre una cosa y la otra.

 

 

Publicado en la revista Signo el 1 de octubre de 1955

 

 

Zabaleta va a la Bienal con unos Ejercicios y tres cuadros

El pintor de la Naturaleza habla para SIGNO

Entre la Barcelona que bulle estos días alrededor de la Bienal circula con insistencia el nombre de un gran pintor andaluz como candidato a la medalla de honor, Rafael Zabaleta. El genial artista quesadeño ha extremado esta vez la selección de sus obras y los tres cuadros que presenta son un prodigio de sensibilidad artística. Pero si Zabaleta ha llegado en esta ocasión a cristalizar el milagro de la madurez estética, previamente ha sometido también el lienzo blanco de su corazón a la más espiritual matización de unos ejercicios espirituales que han grabado en su alma la silueta perfecta de Cristo.

Al margen de su personalísimo estilo creador, la pintura de Zabaleta tiene también la concreción material de la sierra de Quesada, de sus tipos y paisajes que decantan sus pinceles. Allí precisamente, en el eje de su tarea artística –Tíscar y su santuario- el discípulo de D’Ors ha escuchado esta vez la alta palabra de Dios, que se le ha alzado de entre las armonías naturales que le inspiran continuamente.

Zabaleta se nos prestó al diálogo apenas a unas horas de concluir sus ejercicios. Le conocíamos sólo por su obra y nos acercamos a él deslumbrados por la centella de genio; pero he aquí que de pronto nos ha salido al paso toda la cálida humanidad de un corazón humilde. El famoso, cuya obra atrae en las salas el monóculo del “diletante”, es en lo particular un sencillo que no tiene a menos el roce con el hombre modesto. El Zabaleta hombre no tiene menos matices que el Zabaleta genio.

Empezamos hablando de exposiciones. El pintor gusta de las del menor número posible de expositores, como la de “los once”, e impugna el rígido concepto selectivo de la Nacional. Después…

-Me gusta la Bienal por su aire renovador. En la primera presenté unos cuadros que entusiasmaron al pintor Sunyer. Como temo a los desperfectos de los traslados, en la de la Habana me limité a presentar un solo motivo. Figuró en la sala de los mejores, con Ortega Muñoz y Benjamín Palencia.

-¿Y la crítica?

-Conservo recortes con juicios inmejorables.

-¿Qué presenta ahora en Barcelona?

-Tres cuadros. El primero es una apoteosis de la Naturaleza. El segundo, una escena de trilla con un primer plano de figuras como la Maternidad, el Trabajo, etcétera. El último, un nocturno luminoso con un grupo de durmientes. Los tres son como una síntesis de mi pintura y, ni que decir tiene, que he delineado paisajes y tipos tomándolos de mis serranías.

-¿En qué fundamenta su pasión por los temas quesadeños?

-En el vigor de su humanidad y de su Naturaleza. Admiro desde su hombre prehistórico hasta el actual.

Sale a relucir después el entusiasmo que el maestro D’Ors sentía por él, discípulo suyo. De la pasión de don Eugenio queda constancia en las páginas de su celebre «Glosario». Precisamente ahora está en prensa un libro de Zabaleta en el que, junto a las reproducciones de sus obras más famosas, figuran los textos que en su día le dedicara la suprema autoridad artística de todos los tiempos. A instancia de sus paisanos, Zabaleta nos relata una anécdota del gran «Xerrius».

-En Barcelona, a don Eugenio le tocó ser jurado de Exposición a la que yo concurría. Para el fallo, cada miembro presentaba una terna por orden de preferencias que luego se resumían. La de D’Ors figuró así: «Zabaleta, Zabaleta y Zabaleta.»

Con el artista charlamos, como decimos, el mismo día que cierra una interesantísima experiencia espiritual. La pregunta se impone:

-¿Cómo debe ser tratado el tema religioso?

-Sintiéndolo y viviéndolo, nunca por otros motivos. Yo lo he abordado en pocas ocasiones, pero siempre con unción. Cuando hice la “Asunción”, lo fue con un fervor que me salía de lo más hondo, renunciando a teorías y posturas y sirviendo sólo a la grandeza del tema. Allí, los ojos eran ojos, sin prismas intelectuales. Puse calor y me llenó plenamente. Lo presenté a la Nacional y con sorpresa me lo rechazaron. Por su amplitud, su conservación era un problema, porque no tengo estudio en Madrid. Entonces se lo llevé a don Eugenio, que no sólo lo aprobó, sino que lo colocó en sitio de honor de su casa. Para Quesada hice un San Pedro y San Pablo que sigue la línea de estas ideas. En otro sentido, he tratado motivos religiosos en mis cuadros de la romería de Tíscar.

Una pregunta de rigor.

-¿Preferencias?

-Los clásicos, destacando a Velázquez; después, el Greco y Murillo. Al lado de ellos, la pintura moderna está en mantillas. Es un buscar sin encontrar.

-¿Y Zurbarán?

-Me gusta por su calor y su emoción religiosa.

El diálogo toca a su fin. Como Zabaleta ha terminado unos ejercicios espirituales, investigamos su estado de ánimo.

-Mi impresión coincide con el significado de la palabra que le da nombre: son un ejercitarse el alma, una gimnasia espiritual. Precisamente porque yo me doy en mi arte a la gimnasia de la inteligencia he sabido apreciar el valor de esta oportunidad que Dios me concedía. Por lo demás, Dios me ha hablado en el paisaje que mueve mi tarea creadora.

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