En muchas ocasiones, Manuel Lozano Garrido planteó encuestas preguntando acerca de los más diversos temas entre los cuales siempre se encontraba lo relacionado con la vida ordinaria, con la familia, con el trabajo, etc. Sin embargo, la que traemos hoy aquí trata de un tema algo curioso: la muerte.
Y podemos imaginar que las respuestas a las preguntas que hace Lolo son tan distintas como las personas a las que si dirigen las segundas. Así, tanto el empleado, la universitaria, el minero o, en fin, hasta el sepulturero tienen que decir según a ellos les parece la muerte y los aspectos que, directa o indirectamente, tienen relación con ella.
Leamos despacio las preguntas y las respuestas que Lolo plantea y otros responden porque es más que posible que nos podamos ver reflejados en muchas de las cosas que dicen quienes responden.
Publicado en la revista Cruzada, en octubre de 1957
1.- ¿Debemos pensar en la muerte?
2.- ¿Qué deseo quisiera ver cumplido cuando llegue su fin?
3.- Si le quedara un minuto de vida y en él hubiera de dejar un mensaje, ¿cómo lo haría?
4º.- ¿Qué es por lo que más y por lo que menos querría que se le recordara?
La muerte se ha hecho para nuestra actualidad y nuestro asombro. Una vida pletórica que se derrumba, un caudal de energía que hoy es y mañana no, es un hecho para terror y pasmo del silogismo. Y, sin embargo, las estadísticas están ahí, haciendo cabalgar sobre el corcel de cada segundo al jinete apocalíptico. La muerte es, pues, siempre noticia, materia de agencia informativa que nos afecta aún más porque es nuestra propia carne la que está siempre en el camino posible de la galerada.
El tema de la muerte lo hemos sometido hoy a una encuesta. Ocho personas han revisado y respondido a las cuatro preguntas.
UN EMPLEADO (26 años)
1º.- No. Me fastidia, la verdad.
2º.- ¿Digo la verdad? Pues haber sido feliz en la vida.
3º.- No se me ocurre nada.
UN TRABAJADOR MINERO (28 años)
1º.- En esto de pensar en la muerte, yo digo que tiene que haber también su límite. Cuando se la tiene al lado nueve y más horas diarias, resulta una compañía bastante molesta. Claro que esta proximidad nos ayuda a darle un valor nuevo a la vida.
2º.- Que esta continua amenaza en el trabajo llegue a ser una preocupación obsesiva en los que está en su mano hacer algo por evitarla.
3º.- Diría a mis compañeros que dieran a su vida un sentido redentor; que pese a todo, amen y no odien. Clamaría a los pudientes para que pusieran sus bienes en el servicio justo al humilde; que para nada les servirán a la hora de la verdad.
4º.- Por haber contribuido o haberme negado, respectivamente, a la elevación de los trabajadores.
UNA OFICINISTA (23 años)
1ª.- Pemán ponía en labios de San Ignacio: “No te acuestes una noche sin tener algún momento meditación de la muerte, y el juicio…”. A esta meditación habría que darle sentido actual, de presencia, -de evidencia-, el mismo que palpamos ya cuando se nos muere un ser querido.
2º.- Espíritu de unión de comunidad en los católicos y desaparición de las cicateras “capillitas”.
3º.-El estilo sería dinámico, la fraseología moderna, y puede que se lanzara por televisión o “magazine”, pero en esencia sería el mismo que el de los ángeles de Belén.
4º.- Más, por el amor; menos por el egoísmo.
UNA CHICA UNIVERSITARIA (20 años)
1º.- La muerte es un punto crucial que ha de signar eternamente, para bien o para mal, el hecho concreto de la felicidad. Nos jugamos, pues, demasiado para fiarlo a improvisaciones. En consecuencia, el cristiano debe ser una criatura que viva como quien ha de morir y muera como quien ha de vivir.
2º.- El ansia de ser mejor, en lo personal y la redención de los humildes, la vuelta a Cristo del mundo del trabajo.
3º.- Pediría autenticidad y consecuencia. Autenticidad a los incrédulos para enfrentarse consigo mismo. Consecuencia a los creyentes para que no se cumpla la apelación: “Vosotros los que veis ¿qué habéis hecho de la luz?”.
4º.- Mejor, una posteridad sin recuerdo. No es que sacrifique el bien posible a no hacer mal, es que daría paso a un dulce hacer bajo la única mirada de Dios.
UN PERIODISTA (36 años)
1º.- Creo que no hay que “ponerse a pensar” en meditación forzada, sobre la muerte. Los mejores “puntos de meditación” nos los da, precisamente el carácter mismo de la vida. Si me pongo a pensar lo que es la vida –no lo que yo quisiera que la vida fuese- ya tengo hecha la meditación sobre la muerte.
2º.- Dejando aparte deseos de índole familiar o personal que a los demás no interesan, no quisiera morir sin ver consumado algún acontecimiento “espiritual” histórico que volviera a los hombres a una comunidad de ideas e intereses. La unidad de los cristianos, por ejemplo: esto es, la incorporación de las iglesias disidentes al Catolicismo.
3º.- Es fácil pensar, desde la vida, un mensaje genial para la hora de la muerte. Pero, desde el umbral de la muerte, no estaremos para genialidades. Estaremos más bien, en disposición de decir cosas sencillas –vulgares, si se quiere -, pero trascendentes. “Sed más buenos que yo”; he aquí un mensaje ramplón en la frase, pero estupendo de contenido para el hombre que se muere, cualquiera que sea el hombre que se muere.
4º.- Es una humildad muy barata la de decir: “No merezco que se me recuerde”, pero –es humano- a todos nos gusta que se nos recuerde. En esta vida, y desde esta vida, después de abandonarla. Yo, particularmente, no envidio la gloria inmortal de un guerrero, de un emperador o de un rey. Envidio más bien la memoria imperecedera de esos hombres a los que la humanidad recuerda o evoca, delicadamente, por un rasgo generoso del alma o por una amable aportación a la comprensión mutua de los hombres. Es una reducción de escalas, “mutatis mutandi”, me agradaría mucho más ser recordado al estilo de cómo se recuerda a Cervantes, que al estilo de cómo se recuerda a Felipe II.
UNA RECIÉN CASADA (25 años)
1º.- Sí. Cuando pienso en la muerte procuro vivir mi vida intensamente. Y esto es bueno.
2º.- Hay un adagio árabe que dice: “Un hombre no es un hombre si no escribe un libro, tiene un hijo y planta un árbol”. Yo quiero dejar huella de mi paso por la tierra.
3º.- Yo desearía, entonces, poder acercarme a los hombres y mujeres de todo el mundo y decirle a cada uno: “Ama”.
4º.- Querría que se me recordara como una mujer que dio todo lo que tenía. Que el epitafio de mi tumba fuera este: “Aquí yace la que enseñó todo lo que sabía. Ahora, aprended”. Si no hago esto, yo sé que no se me recordaría por nada. Y este sería mi mayor castigo en la tierra.
UN INGENIERO (42 años)
1º.- La muerte en sí, aislada, carece de valor apologético. Su importancia le viene en cuanto a su vinculación con el drama de la vida. Como en el clásico triángulo, el desenlace es una consecuencia lógica de la trama. Si no se cumple, una vez más, estaremos ante una comedia- la gran comedia- malograda.
2º.- Un sincero y universal acuerdo por la paz perpetua basado en la justicia.
3º.- A la muerte, que posee esa maravillosa simplicidad de las grandes verdades, no le va la solemnidad oratoria. Es la vida –los hechos- la que tiene auténtica categoría de mensaje. Cuando alguien fallece, su obra parece decir: “Esto lo hice yo; también tú puedes hacerlo”. Los hechos de los santos continúan en los siglos su predicación imperecedera. Para mi último minuto quisiera un mensaje así.
4º.- En nuestras ocupaciones, preferencias y vocaciones va como un afán de continuarnos. Así, al apostolado, las actividades artísticas y al simple trabajo manual los mueve una secreta ilusión de perpetuidad. En la fidelidad o la traición a este ideal está nuestro deseo de que se nos recuerde.
UN SEPULTURERO (50 años)
1º.- Yo tengo que pensar a diario, aunque no en la mía. Es mi oficio.
2º.- Haber ahorrado bastante para tener una buena tumba para todos los míos.
3º.- “Aquí os espero”.
4º.- En nosotros nadie se fija. Pero quisiera que se me recordase por haber sido un buen sepulturero. Al fin y al cabo es una verdadera obra de caridad: enterrar a los muertos.
Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
Etiquetas: Revista Cruzada
