Escribimos esto antes de leer el artículo y sin tener visión alguna sobre el mismo. Al parecer, trátase de la Semana Santa pero nunca sabemos lo que Lolo nos va a deparar…
Y Manuel Lozano Garrido lo ha vuelto a hacer: a traído lo que pasó entonces al hoy de su tiempo.
Lo que dice Lolo acerca tanto del trabajo en la mina como en la aceituna lo traslada al sufrimiento de los trabajadores que, de una y otra forma, dan al mundo el producto de su labor. Pero, muy a pesar de que el sufrimiento es elevado queda amortiguado al recordar el que padeció Aquel que murió para salvarnos.
Publicado en el diario “Jaén” el 22 de marzo de 1964
La plata de las minas y el aceite de los olivares son como ríos de oro que Linares vierte en generosidad sobre la geografía del mundo. Pero el filón tiene su perfil soterrado y la aceituna su exacta gravidez bajo un caparazón de escarchas a los que sólo se llega con el penoso esfuerzo diario. De aquí que Linares sufra, en su tensión colosal, con el dolor de la sima abierta a golpes de sudor y dinamita y con la tortura del espinazo que se arquea y los dedos rastreadores taladrados por los hielos.
Pero el sufrimiento, con su tenaza mortal y su angustia, es también un instrumento de aproximación divina. Salvaneschi, un ciego clarividente, ha dicho que “cuanto más fuerte da el martillo, tanto más claramente responde el alma”. Por eso el linarense humilde -minero o campesino- a fuerza de tamborilearle sobre la espalda los dedos del dolor, ha acabado por revestir su pasión hacia el gran Calvario del Trabajador que nos redimió. Y en el paralelismo ha hallado al fin su bálsamo que es, al par, una fórmula de corredención universal.
La Semana Santa, esos siete días pasionales, tienen en Linares un marcado acento de conmemoración -de conmiseración- popular; mejor, trabajadora. Ante el látigo que flagela al inocente o las espinas que le taladran, al hombre se le hace ligero el golpeteo de la perforadora o las horas de la campiña. Ante el caudal de lágrimas de unos ojos purísimos, -por ejemplo, los de la Virgen del Nazareno- al obrero no le queda otro gesto que la ofrenda fervorosa de sus tres cirios: el del Dolor, el del Trabajo y el de la Vida humilde.
La Entrada en Jerusalén
Del suburbio de Belén nos vino un día la salvación. “Del Belén de hoy” -suburbio de San José- con la simplicidad de sus espinas punzantes, le sube a la ciudad su redención: el mismo Cristo que acerca su mensaje escoltado por las palmas de los humildes y las ramas de olivo de la nueva alianza fundada en el amor.
La Santa Cena
Hubo un momento en que el pan, al que un día puso Dios precio de fatiga, tuvo también su hueco santificador en la semana de la Pasión. La alta sed y el hambre corazón tienen también ahora su portillo abierto a la consolación. La Santa Cena perpetúa -sobre los azahares de marzo- la verdad de ese Pan y ese Vino que se hizo para el milagro de la vida eterna, de la que está ausente toda sed y toda hambre.
La Oración del Huerto
Señor: Nuestra cruz ya tenía la áspera costra que pasa como un arado sobre la espalda y esa agonía que se anuda en hierro sobre la garganta ¿por qué te has empeñado en complicarla con eso de la carga alegre y “voluntaria”? Ahora que los días se alargan hay un ritmo febril en los molinos y allí he visto -maltratada y deshecha- esa curva chiquita de la aceituna que Tú modelabas en las noches de escarcha. Se diría que lo tuyo fue un alegre despilfarro. Pero no; ahora palpo el chorro dorado del aceite que nos das como óleo y alimento. Así también ¡qué clara se hace, entre olivares, la verdad de nuestra agonía!
Una, dos, tres gotas… y nuestros ojos miran ya a las estrellas paladeando una amargura que se apiña junto a las heces de Tu cáliz.
El Rescate
Apenas han dado tres martilladas los bronces del Ayuntamiento cuando la túnica de Jesús reverbera al oro único de la tarde del Jueves Santo. Todo Él está revestido de rojo, de un rojo tenaz, escandaloso, en el que insiste al continuo tornasol: es que hoy le lleva aherrojado la púrpura sangrienta de nuestras pasiones. Por la Costezuela, le ha salido al paso un clamoreo de ayes y lamentos. (¡Qué exacto es hoy tu nombre: saeta!) Son los hombres de la pillería y el hampa a los que el dolor de Cristo ha puesto al fin un rescoldo en el corazón. Pero las manos, que se hicieron para la bendición y la caricia, huelgan hoy, amarradas. Al Divino Cautivo sólo le quedan los ojos y ¿ué más para el milagro? Ante la reja, fulguran unas pupilas y, detrás, se oye como un estallido de liberación. Jesús, ya, ahora, camina.
El Nazareno
Al hijo del carpintero lo hicieron un día socialista como ahora podrían tacharlo de anarquista. Porque en esta mañana del Viernes Santo, Linares, por su culpa se ha quedado sin autoridad. La vara de alcalde la lleva hoy el Nazareno junto a la mano que aferra el tramo vertical de la cruz. Pero no hay miedo. Bendecida en su símbolo, la rectoría se ha hecho innecesaria. Hoy no habrá litigios porque los hombres estrenan sonrisas y en el diálogo florece la amistad. Y es que toda fricción se hace pequeñita ante el gesto del Inocente que arroja sobre sus hombros la carga tumbativa de nuestras culpas.
La Expiración
Para la Cruz no hay evasivas. El mismo Cristo tiene su vuelo de arcángel detenido por los vértices de unos clavos. Pero tampoco cabe una consideración ignominiosa. Desde que a Él se le cerraron los ojos cara al viento de la tarde de Nisán, brilla el sol en las almas o las que alcanzó alguna arista del madero. Porque la Cruz ya nos glorifica la hemos colocado en el quicio de nuestros actos como un recordatorio de salvación. El Calvario de ayer ha desembocado en la adoración, hoy, de la Cruz. Por eso, cuando a la hora de nona se hace exacta la Redención, Linares afluye por la arteria del Marqués, ojos y oídos vueltos hasta para las minucias del rito Y, ya exangüe la figura del Mesías, cuando de las palmeras de Colón se cae el último arrebol de la tarde, un caperuz se iza hasta el trono para avivar los faroles y que brille en la noche el sublime misterio de la Cruz.
La Virgen de la esperanza
A lo sumo, cuando se nos arranca un ser querido, lo más que aceptamos es el silencio compasivo. Que no se nos hable de conformidad, ni menos aún de componer el rostro congestionado por el llanto. Hoy no caben lutos que enlutarían a sus ya deprimidos hijos. Por eso, no vendrá mal un momento de meditación, las manos en ese varal de la Virgen, de la Esperanza; los ojos acechando el lenguaje de los suyos. Apenas a unos pasos de delantera todo es un aluvión purpúreo del Hijo, de sus entrañas. La que más necesita de compasión tiene, sin embargo, como una delectación de verdes, como un salterio de la esperanza ya a mano; orgía de blancos, como la eclosión de una sinfonía “blanca”, porque el portón de los fieles chirría ya, para la gloria de sus hijos innumerables.
La Virgen de las Angustias
Y ahora el Hijo ésta muerto.
Cuando todos se alejaron y en el aire hay como un ventarrón de pesadumbre es la hora de volver al álbum de los recuerdos. Y piensa, primero, en aquel zagal suyo que tallaba virutas sincronizando el suyo con el cepillo grande de José.
Y ahora el Hijo está muerto.
Después, en el beso de despedida del mozo bueno o cuando se le iba a las cosas del Padre, mientras Ella quedaba entre pucheros con el pensamiento en sus arduas batallas.
Luego, en aquel anticipo -por Ella- en la cronología del milagro. Ahora lo ve claro: cedió a la suave presión de sus dedos… los mismos que ahora se le meten entre los costillares a sólo unos centímetros de la generosidad sangrienta.
Y ahora, el Hijo está muerto.
Decidlo, cielos ¿hay dolor como su dolor?
La Soledad
Madre:
Lo vi y hasta he leído una definición que había de un concepto abstracto que nace de la ausencia de sonido. Pero yo, lo aseguro, he visto el silencio. Diría más: lo he tenido entre mis manos curtidas y, amorosamente, he seguido palmo a palmo los trazos de su perfil. Verás, fue así: Era al filo de una madrugada taladrada por la angustia de una ausencia. Lo descubrí en Pontón y con él fui Peral arriba. Lo acompañaban un chisporroteo de lumbres doradas y tenía el rostro cubierto por un alud de blondas: el silencio, por una hora, vino al mundo entre bíblicos dolores de mujer. En su cara había unos rasgos agudos, perfectos, en los que insistiera la gubia del sufrimiento. Y, no obstante, sus ojos, sus labios, sus mejillas, estaban arreboladas por el triunfo de la serenidad.
Porque el Silencio eres Tú, Virgen de la Soledad.
Entradas relacionadas

Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.