A lo mejor pueda dar la impresión (lo dice el mismo Manuel Lozano Garrido) que su análisis de la obra “Entre visillos” de Carmen Martín Gaite es algo así como una crítica por ser mujer su autora. Sin embargo, nada más lejos de la realidad pues, en eso, Lolo sabía muy bien que lo que importa es el mérito y el trabajo bien hecho.
El caso es que esta obra que ganó el Premio Nadal de 1957 refleja lo que era una parte de la juventud femenina de la época en la que se escribió la misma y que, al parecer, trátase de una que lo era sin ilusión y sin perspectivas.
El caso es que el mismo Lolo trata aquí también otro libro de quien fuera su esposo (Rafael Sánchez Ferlosio) de título “El Jarama” donde Lolo ve, al contrario que en la otra obra literaria, unos personajes que, en su juventud y cuando se salían de lo que debían ser eran, en fin, equiparables a los que trataba Gaite en su novela…
Publicado en “Revista Linares”, en marzo de 1958.
A mi juicio, “El Jarama” ha sido la novela más definitiva que hasta ahora ha dado el “Nadal”. Su formidable estructura, su cuadro de vida y aún la aguda manera de decir con lo que no se dice, acusaba una personalidad tan firme que ya se presentía la creación de escuela. Y así ha sido. La propia mujer de Ferlosio, Carmen Martín Gaite, ha insistido la primera (con el “Entre visillos”, que le granjea al matrimonio un nuevo “Nadal”) sobre este camino de tan felices augurios. Con lo dicho no quiero atentar contra el mérito de una mujer que ya antes de 1955 supo alzarse limpiamente con el triunfo en el premio “Café Gijón”. Sin embargo, la referencia se impone cuando nos encaramos con los diálogos y aún con esas características de personaje múltiple y deseo de testificar.
Como “El Jarama”, “Entre visillos” quiere ser una novela de testimonio. Su idea es la de pasar íntegramente a las cuartillas, o sea, con toda su vitalidad, un trozo de vida cotidiana. Este género es un fruto lógico de esa reacción actual por una mayor sinceridad en las cosas de cierta plenitud objetiva, para extraer después las oportunas consecuencias. La sociología y la religiosidad tienen aquí un auxiliar poderoso, y la novela se ofrece como una rica fuente de expresión.
Pero un testimonio será tanto más auténtico cuanto más al margen se mantengan los pensamientos del autor. Más que un apoyo, en el relato existe una amenaza de lo discursivo, y sólo en el diálogo cabe un seguro de autenticidad. Sánchez Ferlosio apuró hasta el límite las posibilidades realistas de la conversación, hasta el punto de encomendarle, con éxito, la definición de sus criaturas. Él se limitó a darnos a su muchacha junto al río a través de unos diálogos que eran transferidos con escrupulosidad. Su consecuencia fue la de un verismo impresionante. Las cosas eran como él nos las daba, y ahí permanecían para nuestro juicio. Era una novela que hacía pensar, y aún en lo moral cabía una ejemplaridad a contrapelo: aquella juventud, fuera de madre, chirriaba en su tremendo vacío.
En “Entre visillos” se mantiene el gran valor de la propiedad en los diálogos. El lenguaje es funcional, enriquecido con esa espontaneidad cuyo hallazgo hay que atribuir al periodismo. Nuestras chicas se expresan de este modo, lo que no dificulta sus características femeninas. Pero, a la vez, Carmen Martín Gaite se ha atrevido y alcanza hasta domesticar el relato. Y el éxito llega, porque lo que se cuenta está dicho con fluidez y austeridad, sin literatura, absteniéndose de una psicología cuyo cometido se encomienda a la propia evolución. Aún los trozos de diario a los que se da cabida son fieles, constitutivamente, al matiz conversacional, aunque al principio se fomente cierto confusionismo.
Sin embargo, se ha perdido aquí la tónica neutralista de “El Jarama”. La mujer escritora no ha podido –o no ha querido- evitar el cariño a sus criaturas, y se sitúa al lado, parcializando el testimonio. Latente discurre el juicio de la autora, forzándonos a adherirnos o a enfrentarnos con tal estado de cosas. En definitiva, se ha corrido la aventura innecesaria de supeditar el concepto de una obra habilidosamente tramada y hasta técnicamente conseguida, a la sincronización de su mundo con la situación real. Leyendo, nos vemos obligados a preguntar: ¿es así nuestra juventud de provincias? Y en la contestación irá implícito un fallo definitivo. Merece la pena intentarlo aquí.
Centrado el desarrollo en una ciudad -¿Salamanca?-, una juventud de tipo medio va exteriorizando su postura ante la vida casi circunscrita a la realidad dominante del amor. Aunque la novela es de personaje colectivo, son tres hermanas –Julia, Mercedes y Natalia-, junto a la inadaptable y complicada Elvira, quienes más concretamente van perfilando sus reacciones sentimentales. Indudablemente, todos participan del impulso actual de evasión de los problemas, de vivir el escapismo de la propia vida. Esta es la clave, por ejemplo, del deslumbrante éxito de una Françoise Sagan en países en los que se ha llegado al naufragio religioso.
Las chicas de “Entre visillos” participan moderadamente de esta reacción, y para ellas no existe otra preocupación que la de su salida sentimental. Toda la vida se circunscribe al problema amoroso. Pero el amor se nos ofrece egocéntrico, sin proyección, como un mero fenómeno de entretenimiento. El noviazgo no aparece ni una vez como tránsito hacia la plenitud matrimonial. Todos se relacionan buscando sólo la manifestación instintiva, carcomidos por un ardor de efusiones eróticas. Cuando no, lo más que asoma es la huída de la soltería, el deseo de una póliza para la vejez. Como nadie hay que piense de otro modo, queda en pie un concepto equívoco. Y no pensamos en las bacanales de casa de Yoni, artificiosas. Julia, que es la que acusa unas relaciones más estables, no duda en el aprovechamiento ocasional, por si falla el noviazgo. Ella nos da también la sola profesión de religiosidad, bien pobre y abrumadoramente secundaria e inconsecuente. La única -Tali, el personaje más cautivador- que manifiesta un amor limpio lo hace con el platonismo y la irrealidad de la adolescencia: Su caso queda como un balbuceo prematuro. La mujer en plenitud, fatalmente, obra como Elvira, Julia, Geltru y Matilde.
Parcialmente sí puede ser éste el estado de algunas chicas españolas. Afortunadamente, aunque se haya podido acusar el descenso, como situación tipo, no es así; nuestras muchachas posibilitan aún el concepto tradicional, y hasta viven cristianamente la amplia órbita de las ilusiones. Este es, para mí, el fallo de “Entre visillos”, aunque bien merezca el “Nadal”.
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Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
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