Seguramente la profesión de minero es una de las más difíciles de llevar a cabo por la especial situación del lugar donde se lleva a cabo la misma. Si, además, las condiciones de trabajo no son las mejores existe un caldo de cultivo más que asegurado para que la cosa no acabe bien.
Según escribe en este artículo Manuel Lozano Garrido, y poniendo en boca del P. Castro sus palabras tras las correspondientes preguntas, la situación de la minería en aquellos años no era la mejor de todas. Y testimonia este hombre la verdad de las cosas que vivió en primera persona para dar a luz su libro sobre tal menester.
Pero también habla Lolo, y pregunta, sobre la misma labor de sacerdote que, por serlo, ha de llevar a cabo el entrevistado. Y, como podemos ver, nos encontramos con alguien que sabe más que bien lo que supone ser sacerdote en un tiempo como aquel de los años sesenta del siglo XX.
Publicado en Vida Nueva, 21 de octubre de 1961.
EL PADRE CASTRO Y SU LIBRO
ENTREVISTA CON EL AUTOR DE “DIARIO DE UN CURA”
Cuando los lectores de Vida Nueva vean en un escaparate cierto libro de tapas verdes, seguro que les va a dar un vuelco el corazón. Parece mentira cómo lo que apenas pudo ser el título de una sección de periódico -“Diario de un cura”- vuelve a acelerar el corazón al cabo de los años. Y es que lo que la semana tras semana fue contando el padre Castro de su sacerdocio y de los mineros son cosas que a uno se le quedan por siempre marcadas en la entraña como un brochazo de cal o un impacto de fuego. Ríos callados de sacrificio, de oración y de cordialidad compartieron, y vuelven a compartir, el esfuerzo de un hombre que mojó siempre la pluma en la carne viva de su sacerdocio.
Ahora que empiezo a escribir del Padre Castro me he acordado de mi orgullo de chavalín la tarde que, por fin, pude “tocar” a mi ídolo de fútbol. Porque ser amigo de este cura o sea, estar cerca de un hombre santamente generoso, es uno de los mayores regalos que se puede y debe agradecer a la vida. Ya es suerte haber estado, hora por hora, en los sucesos de sus diarios, e incluso haber compartido sus confidencias de hombre. Alguien quiso acusar un día a este cura de demagogo. Pues, ¡hala!, yo respondo con mi vida de todo lo que él ha escrito. El que ande a media luz, que venga y yo se lo diré. Le garantizo hasta la última gota. Mis ojos, mis propios labios, mi mismo corazón, han visto, han dialogado o han vivido las siluetas, las palabras y los problemas de los personajes que a tantos impresionaron con letra de molde. En mi casa he tenido yo al ciego de las ciento siete pesetas de pensión. Con el “Chache”, el chavalín que se suicidó, charlé mientras él masticaba trozos de pan y queso. Los silicosos y las víctimas de la dinamita me encogían el corazón cada mañana. Y para qué seguir, si mi máquina de escribir la guardo como un tesoro desde que él redactó en ella tantas páginas de su diario.
CÓMO ES EL CURA
Mucha gente me ha escrito preguntándome que cómo era el padre Castro. Y yo les decía: ¿Veis que escribe como los propios ángeles? Pues su amistad tiene esa misma fluencia de cordialidad que sus artículos. Es como un corazón muy grande, del que salen ríos de afecto, de simpatía, de gracia y de santidad. Pero que no se os olvide nunca que este corazón es una entraña de hombre, de un hombre que mira siempre de frente a todas las criaturas y nunca se escandaliza, porque es el propio Cristo el que ve que sangra al fondo de todos los hombres.
Bueno, a lo que voy es a que os tenía que decir que el libro estaba en los escaparates. Hubiera valido con una crítica, pero lo que menos podría hacer yo es cogerlo con pinzas. He preferido, y creo que vosotros, también, hacerlo sentado junto al padre Castro. Y de cara a los lectores de Vida Nueva hemos vuelto a recordar los detalles de aquella maravillosa experiencia colectiva.
-Antonio -le decimos-, cuando llegaste a la zona minera, ¿cómo estaba el problema de la silicosis?
-Tal y como aparece en mi libro. Aquello era brutal. Corría el riesgo de tomarlo, ¿cómo te diría?, un poco “deportivamente”, pero no; con ahínco procuraré sobrenaturalizarlo. Aquellos hombres eran Cristo.
-¿Y la situación legislativa?
-Una legislación pobre, que no amparaba a la criatura. El decreto que reseño en el libro, al final, era una clara demostración de la insuficiencia de pensiones y sobre todo, de profilaxis, de medidas preventivas.
-¿En qué se fundamentó tu lucha?
-En los hombres, en los jóvenes hombres contagiados, heridos por la maldita piedra. En los rotos pulmones, en el dilatado corazón, en los míseros hogares de los hombres. Por tanto, Cristo, silicoso, herido, desamparado, hambriento. ¡Aquello era una pasión que nunca tenía fin! Una pasión sin resurrección.
-¿Qué resonancia oficial tuvieron aquellos artículos de Vida Nueva?
-Pues no lo sé. Circularon bastante, tú lo sabes. Hubo mucho allí, pero esto me trae sin cuidado. Se legisló, y ¿no era esto lo que pretendíamos? No lo sé, ni me importa saberlo. Pregunta otra cosa.
¡QUÉ CARTAS GUARDO!
-¿Podrías resumir la ayuda de los lectores?
-Eso sí lo sé, pero no me acuerdo. Tú sabes mi mala memoria. Durante algún tiempo guardé recibos de mantas por si tenía que justificar algo a alguien. Se volcó la gente y los lectores de Vida Nueva eran impresionantes; ‘¡qué cartas guardo, Dios mío!
-Recuerdas algunas anécdotas de aquellos días.
-Están escritas en el libro, pero me duelen los ojos de leerlo; no he querido saber nada. ¿Sucede esto siempre? No he leído mi libro ni quise corregir las pruebas. Era demasiado, me daba pudor o vergüenza. Ya conté allí bastante. Una colección de amor, eso fue todo.
(Recuerdo que fui yo mismo el que corrigió la primera prueba)
-¿Cuál es la impresión más dolorosa y la más confortadora de tu contacto con los mineros.
-La más dolorosa, su falta de fe. No podían vivir de promesas, comprende. Y no creían ya en las palabras. Los silicosos se habían vuelto desconfiados, recelaban de todo. La más confortante, mi solidaridad con ellos. Incluso en el no tener, y aún en el desconfiar. Me tacharon de demagogo; quizá lo fui. No sé lo que es ser demagogo; pero padecí como si también yo tuviera los pulmones de piedra.
“LOS MINEROS SON SANTOS”
-¿Cuál es la verdadera situación religiosa del minero?
-Esos hombres son santos, Lolo. No toleran, y hacen bien, entregas a medias. Hay que uncir la propia vida a la de ellos. Y te seguirán siempre. Todos los mineros son santos, yo lo verás.
-¿Qué es lo que más les acerca al sacerdote?
-Ya lo he dicho: la solidaridad. El amor. El sacerdote que va a ellos por ellos hasta el final.
-¿Y lo que más le escandaliza del catolicismo que ve?
-La excesiva diferencia social. La despreocupación, el lujo, la falta de solidaridad, de amor. Un catolicismo sin proyección social, sin caridad de obras, les produce asco. Y a mí.
-¿Cómo queda aún el problema de la silicosis?
-Hay que tener esperanza, Lolo. En el Boletín oficial del Estado, del 30 de mayo pasado, ha salido un decreto revolucionario. El decreto más importante que se publicó jamás para los mineros silicosos. Ahora, que se cumpla. Los anteriores eran magníficos pero fallaban mucho al ser aplicados; por ejemplo, el que menciono al final de mi libro. Éste sí se cumplirá, seguro, ¿verdad?
-¿Y las viudas, los reconocimientos, el hospital, las autopsias, los martillazos?
-No me aprietes tanto. Podría decirte que no lo sé. Los sanatorios cerrados y buscando un buen postor, ya sabes. Pienso en lo anterior; que se cumpla el decreto que te menciono.
-¿Qué quisieras que quedara claro y vibrante del sacerdote a través de tu diario?
-La preocupación sacerdotal por los hombres, de una parte, y de la humanidad del sacerdote, de otra. Mi libro he querido que sea una apasionada defensa del sacerdote. Por eso va dedicado a los sacerdotes; al sacerdote-hombre.
ESCRIBE UNA NOVELA
-¿Seguirás escribiendo libros ahora?
-Sí, tengo uno sobre los evangelios dominicales, ya escrito, están pasando a limpio; otro de meditaciones -bueno, dos- sobre el Evangelio, y una novela.
-¿Continuarán repercutiendo las gentes y el mundo de las minas sobre tu libro?
-Sobre la novela, sí. A ver si tengo tiempo y la termino. Sólo he podido escribir cincuenta folios, aunque tengo el tema pensado desde hace cuatro años: el sacerdote ha de luchar contra la injusticia aunque se deje la piel en el empeño. Mi novela se realiza en un poblado minero.
EL SACERDOTE, MILAGRO DE FORTALEZA
-Ahora, Antonio, quiero que nos hables del sacerdote. ¿Qué es lo que más te crucifica del cristianismo convencional que tanto abunda?
-La incomprensión y el alejamiento. Mientras que nosotros nos entregamos enteramente, ese “cristianismo convencional” se mueve con cicatería y es un roñoso para darse, enjuicia y critica con ligereza y se pierde el milagro de misericordia y de fortaleza que le aguarda en cada sacerdote.
-¿Qué filón de riqueza sacerdotal no explotamos?
-Su condición de hombre. Olvidamos que es de nuestra raza. El día que cada cristiano descubra esto, caminará con prisa hacia el sacerdote, será dócil y se santificará más rápidamente. Olvidamos que es un hombre especialmente diseñado y realizado, a lo divino, para amar.
-¿Qué vives en el salto de sacerdote de mineros a sacerdote periodista?
-No estoy de acuerdo con tu pregunta. No vale. Sin embargo, te contestaré. Es otra tarea lo que ahora llevo. Sencillamente, obedezco. Este es un dificultoso vivir sacerdotal, el de la pluma. También, con riesgo, con profundidad y con amor. Escribir, entonces, es vivir un proceso interior que se remansa en una hoja de papel; es doloroso, las más de las veces anónimo; muchas, ingrato y, siempre, sacerdotal. A esta situación, repito, he llegado a través de un ahondar en obediencia. Reflexionando sobre el obedecer, encontramos un maravilloso sentido a toda tarea. Y se realiza con gran alegría.
-Por último: cuando escribes, ¿domina en ti el sacerdote o el periodista?
-Yo no soy periodista, ni escritor. Todos estos títulos son “farándulas”; todo adquiere sentido, para mi actuar, desde mi sacerdocio. Yo soy un sacerdote, y sólo eso. Cuando escribo, también soy sacerdote.
Por suerte para nosotros. Gracias Padre Castro, por tus teclas carismáticas.
Entradas relacionadas

Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
Etiquetas: Nueva Vida