Muchas de las páginas escritas por Lolo en sus libros toman forma de diario. Y esto que hemos traído hoy a su casa tiene eso, de diario, todo lo que tiene la vivencia en un momento determinado y en unas circunstancias también determinadas.

En las líneas que siguen a continuación sobresalen dos realidades espirituales que valen mucho la pena: entender el sufrimiento como algo de lo que podemos obtener bienes espirituales que nos convienen y mucho que nos convienen. Y sus «actitudes ante la presencia del dolor» son un verdadero bálsamo para el mismo de ser entendidas…

Por otra parte, un texto maravilloso de título “No estoy solo”. Y es que, en verdad, y de atenernos a lo que dice el Beato de Linares (Jaén, España) nunca nos debemos sentir solos.

Gocen, por favor, con otro maravilloso texto de Lolo.

 

 

Publicado en la revista Vida Catolicismo, de diciembre de mayo de 1969

 

 

Todos somos elegidos

(páginas de un diario)

VOCACIÓN Y MILAGRO

Dos regalos de aniversario: unas cuantas yemas de Santa Úrsula y un cuadro.

A las yemas, como tienen huevo, viene el doctor Tirte afuera del hígado y deben pasar a la reserva.

El cuadro, por supuesto, lo voy a ver menos todavía, pero trae consigo una lección de generosidad que vale por la armonía de todos los colores del mundo. Me lo ha regalado Jaime y es un bodegón que él pintó allá por el año 40, cuando era un artista de exposiciones. Al poco tiempo le vino la invalidez y también los pinceles quedaron prohibidos. Ahora apenas si dibuja con bolígrafos de colores.

Me incluye también dos cosas:

Una carta, en la que dice: “Ya sabes que no he vuelto a pintar, pero mi mujer ha buscado entre las cosas que conserva y os mandamos esto, para que así tengáis algo muy entrañable.”

La otra son unas impresiones en las que él expone sus “24 razones para estar contento”. A otro cualquiera, una sola le hubiera bastado -el sacrificio de su vocación- para no estarlo ya de por vida. ¿No son los sueños como la sangre del alma de los hombres? La sangre puede que sí, pero el corazón es el amor que en su milagro de generosidad y gracia, puede recrear y renovar toda la vitalidad de un espíritu. Si tanto has dado, ¿cómo extrañarse, Jaime, de que tengas diariamente las alegrías por docenas?

LA RED

A veces me pregunto cómo debe verse la tierra desde el espacio; no he consultado lo que dicen los cosmonautas, pero tal vez no haya mucha diferencia con la perspectiva que desde aquí tenemos de Marte, que se ve como una malla por los canales. Tantas carreteras nuestras, encadenando pueblos, digo si no nos deben dar el aspecto del balón de futbol que sacan al campo, metido en una red.

Si la humanidad pudiese dar también una figura ¿qué representaría? No es una mala imagen la misma de la red. Frágiles sus hilos, apenas romper uno a solas, pero todos en común, soportamos sin resquebrajarnos la terrible potencia de un destino.

La red viviente no puede tener fisuras. O nos trabamos o estamos operando como esos malos trapecistas que evolucionan sobre una malla repleta de agujeros. Un día se va la mano de una vanidad o un orgullo y, si los demás no les esperamos debajo con las vidas enlazadas, el infeliz hombre al hoyo. Si el golpe que a mí me viene todos los días me alcanzara solo, moriría aplastado al amanecer, como una cucaracha. Aquél que da una fatiga, el que no duerme por los demás, el que sonríe en medio de su noche oscura o el que da su palabra, su idea, su esfuerzo, está en el nudo de mi red, junto a mí como un grupo de chicos que se dieran la mano en el corro y yo estoy en la lazada de todos los hombres si me anudo con el amor.

Si canalizo mi corazón por la acequia de los demás ¡qué fuerza al servicio de la envoltura de la vida de los hombres!

UNO DE LOS NUESTROS

A. es un buen amigo al que viene atormentando el problema del sufrimiento.

“Lo que no llego a entender -me dice en una carta- es que ese sufrimiento se realice con la participación de Dios o incluso con su consentimiento, que, al fin y al cabo, es un modo de participar.”

Llevas razón -le digo- cuando afirmas que Dios permite el dolor, con la diferencia de que su consentimiento no es a distancia, como un frío organizador de espectáculos, sino desde el lado de acá en el eje mismo del dolor y como su víctima más atormentada. Si nos escandaliza el dolor de los niños, los tiros del Vietnam y el hambre de la India -¡y qué poco, con todo, nos escandalizan!-, debemos gritar también por esa herida abierta que el dolor viene a suponer en el corazón de un Dios que, ante todo, es radicalmente Padre.

De Él, ciertamente, ignoramos muchas cosas, porque también la hormiga desconoce no pocas de nuestras realidades; pero lo que sí tenemos todos bien claro es que fundamentalmente es amor, y no un amor limitado, como el nuestro, sino abierto, inconmensurable. Aunque no existiese respuesta a la presencia del sufrimiento –que en cierto modo la hay- la paternidad del Creador del Cosmos bien nos merece un gran cheque en blanco.

INOCENTES

Tres actitudes ante la presencia del dolor:

La de aquel que aún no ha ido más allá del escozor de su herida: “Dios me ha quitado…”.

La del que acepta, sin entrar en su espíritu de actividad santificante: “Dios me ha pedido…”.

Y la de aquel que, comprendiendo el valor comunitario del sufrimiento se da de lleno al ideal de redención: “Señor, te ofrezco…”

ACTITUDES

Existe un hecho en el principio del Evangelio que dice mucho de la asociación divina en Cristo con el sufrimiento de los hombres: la degollación en Belén de los recién nacidos. Parece como si el Inocente quisiera identificarse con urgencia, con el sentido y la realidad injusta del martirio de los inocentes. Bien claro está que fue un odio extraño el que puso el cuchillo sobre el cuello de los niños. Lo que Él hizo, en cambio, fue adentrarse anticipadamente en la herida y la muerte de todos los hombres, con el propósito de hacer algo utilísimo del sufrimiento.

Si el sufrimiento vino a ser un hecho consumado. Dios no pudo negarse a esa realidad, pero sí galvanizarla, positivarla y ésta es la nueva fuerza que brota de la Pasión y Redención. El sufrimiento continuará siendo un mal, porque nosotros mantenemos sus posibilidades, pero el dolor, en el Cristianismo, echa a un lado la culpabilidad, para hacerse únicamente circunstancia constructiva, elección y providencia. Se puede o no pagar en él una cuenta personal, pero siempre se está en condiciones de enriquecimiento interior y comunitario.

NO ESTOY SOLO

Si mi corazón conserva una galería de criaturas que tienen las manos abiertas y soy capaz de ir sacando más rosas que espinas del pasado;

si me llenan más las luces que las sombras, las risas que las lágrimas, las ilusiones que los desengaños;

si tomo el futuro con billete de esperanza y lo guardo en la maleta atiborrada de fe y de mansedumbre;

si saboreo el gozo del instante sin el virus del ayer o la quimera del mañana;

si confieso un error, me abro a un consejo, o me brindo a una ayuda;

si tanto me doy de mí que una tarde siento una sensación como de haber salido,

no estoy solo.

No estoy solo cuando alguien se muerde una lágrima para tomar la del otro; cuando el peso del mundo entero parece que doblega unos hombros y, sin embargo, no cae.

No estoy solo cuando hay quien sigue un llamamiento, se apropia una ración del dolor del mundo, traspasa una consolación que necesitaba, perdona un gran agravio, ahoga el resentimiento, espiga las rosas del corazón.

No estoy solo en la tremenda soledad del hombre que vive solo, porque ya no hay olivos con sangre desde que Cristo agonizó entre otros radicalmente solitarios.

No estoy solo, porque en el mundo no hay un hueco sin la presencia de Dios, ni un pozo donde no se refleje la estrella de un destino.

No estoy solo si me acompañan los limpios pensamientos, los bellos recuerdos, las alegres ilusiones, las esperanzas.

No estoy solo sin hombres o con hombres, a la noche o en el campo, en la vida o en la muerte, con luces o en sombras, porque Dios me ha hecho elemento de una malla que a todos nos une, para salvarnos.

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