Cuando motivos ideológicos equivocados ponen sus manos, por ejemplo, en el arte, puede suceder lo que nos dice Lolo en este artículo que salen obras escultóricas que poco tienen que ver con la realidad pero se adecúan con las ideas de los tiempos. Y eso es lo que pasó, según el Beato de Linares, con el Renacimiento.
Víctor de los Ríos fue el encargado de obrar, porque era una obra, el grupo escultórico de la Santa Cena, la última que el Hijo de Dios, comió en el mundo con sus más allegados. Y, al parecer, lo hizo de tal forma que bien podemos decir eso de «así fue».
El ansia porque la fe se vea reflejada en las obra de arte que traten temas, precisamente, de fe cristiana (aquí católica) es la que Lolo muestra en este artículo donde todo se puede resumir diciendo que es lo que debía ser aunque muchas generaciones de cristianos se hayan formado con imágenes que poco tenían que ver con la realidad de las cosas.
Publicado en la revista Pax, el 15 de marzo de 1957
Por primera vez desde que el arte empezó a enriquecerse con los temas cristianos, una estampa de la Pasión –la Cena eucarística- ha sido abordada con el rigor histórico y la dignidad estética que el motivo requería. La tarea ha sido cumplida por el imaginero Víctor de los Ríos, un hombre que tiene en su haber “buen número de Semanas Santas españolas” y eso tan difícil que es la confluencia popular y crítica. Estudiosos como Camón Arnaz, Lafuente Ferrari, o Entrambasaguas, y autoridades como las de los obispos Almarcha, Ballester y García y García de Castro no han vacilado en respaldar los comentarios más elogiosos.
La fidelidad al realismo impresionante de nuestros clásicos, a la par que su certero estilo creador, han permitido que esta vez la reconstrucción no haya sido una fría operación de laboratorio, sino la conjunción feliz de una obra de arte.
CAPRICHO RENACENTISTA
Sabido es, que el Renacimiento innovó en pinturas y esculturas con cierta desenfadada despreocupación por la verdad. Costumbres, vestidos y hasta la misma geografía fueron sacrificados a la moda de la época, que imponía una actualización de los motivos con perjuicio de su historicidad. Así, aunque a “La Cena” de Leonardo da Vinci se la ha admirado por sus méritos artísticos, bajo el punto de vista crítico apenas si resistiría el más ligero análisis. La mesa longitudinal, tan opuesta al judaico triclinio en U, las mismas envaradas posturas, los asientos tabernarios y hasta el lugar de celebración, hacen pensar más bien en una bacanal moderna que no en la severa conmemoración pascual. Y, sin embargo, la influencia de Vinci ha sido tan acusada que difícilmente se hallará una versión sobre la que no gravite el canon que impuso. De esta forma, durante largos siglos, al creyente se le ha ido obstaculizando la ambientación exacta, entre otras, de la trascendental escena eucarística.
TAL Y COMO FUE
En el esfuerzo que de los Ríos ha realizado, influye la idea que en la labor previa de estudio han intervenido varios prelados y eruditos, por su copiosa bibliografía. Fundamentalmente se vuelve a los asientos en forma de divanes bajos que, alineados en U de trazos rectos, rodeaban la mesa ritual. Recostados, todos los comensales tenían una presencia concéntrica y el oficiante hacía la distribución sin trasladarse de asiento. De este modo, alcanza explicación el gesto de Jesús alargando a Judas el pan untado en salsa y ese otro, natural, del discípulo amado reclinado sobre el pecho del Maestro.
Pero, a su vez, se ha visto aquí que la restauración no obstruía, sino facilitaba, la expansión creadora. La nueva postura de los Apóstoles ha permitido liberarles de su situación rígida, dando paso a una rica variedad de movimientos. Acorde con estas nuevas posibilidades, el momento designado es aquel en que Jesús urge al traidor a consumar su villanía. Sorprendidos, los cuerpos de los Apóstoles se contorsionan por el espanto, y la escena cobra así un dramatismo impresionante, que acentúa la imagen escueta, sencilla, de Cristo en preconcebida renuncia al movimiento y sin otra defensa que la expresión facial. Si a ello añadimos el estudio psicológico de cada personaje, a más de la personalidad del imaginero, se alcanzará la trascendencia del grupo escultórico. El temperamento impulsivo, por ejemplo, de los Boanerges está aquí en la fortaleza de Juan y la anatomía de Pedro, con el corto cuello característico del sanguíneo. También el Mesías vuelve su perfil neto, soslayando la difundida silueta del judío francés.
Hace poco, cuando Pío XII le recibió en audiencia especial, Victor de los Ríos se vio sorprendido al ver fotografías de su “Sagrada Cena” en manos del Pontífice, y más aún cuando el Vicario de Cristo le habló de ella como de tallas de su predilección.
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Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
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