Los sutiles hilos de Lolo unen este artículo, de 1959, con la publicación del “Diario” al que se refiere y que el P. Castro (sacerdote aquí aludido) publicaría en 1961 con el título de “Diario de un cura”.

“Esto, sin segundas intenciones, es lo que pretendemos y lo que debemos secundar con todo empeño quienes nos apellidamos católicos y españoles.” Es lo que dice Manuel Lozano Garrido al final del artículo. Y lo hace para que nadie pueda atribuirle, eso, otras intenciones, al denunciar la situación de la mina y de sus trabajadores y para dejar claro que lo que quería era ayudar, sin más (ni menos)

El caso es que el artículo trata de una enfermedad tan grave como es la silicosis que era una, casi, sentencia de muerte para quien se expusiese al polvo maldito. Y el Beato de Linares (Jaén, España) no duda lo más mínimo, de la mano del P. Castro, en denunciar una tal situación.

 

Publicado en la revista Signo, el 9 de diciembre de 1958

 

Todos los días antes de que amanezca, un hombre sube la pendiente y entra en la iglesia. Es un cura joven, uno de tantos coadjutores que cada mañana dicen su misa, confiesan, bautizan y tienen su catecismo. Aparentemente nada hay de llamativo en estos pasos y es la suya una vida reglada, sencilla y carente de un interés al que, incluso contribuye el secreto profesional con su sordina. No obstante, la realidad es muy otra y cada mañana toda una trágica afluencia de conflictos humanos apalean las espaldas del hombre que media entre Dios y nosotros.
En los accidentes diarios del simple cura de parroquia, sean con las mutilaciones del sigilo sacerdotal, un director de revista ha descubierto toda una cantera de temas periodísticos. El director es un viejo amigo de SIGNO –J.M Pérez Lozano-, y ha sido en “Vida Nueva” donde el “Diario de un cura” ha cobrado trascendencia y eficacia insospechadas.

El padre Antonio Castro sirve en una importante ciudad andaluza con una problemática social planteada por su naturaleza industrial y minera. Su condición de consiliario de J.O.C. y el “clima” laboral que respira han influido al “diario” un matiz dominante de realidades obreras, con una atención que hasta ahora no había logrado la brillantísima campaña de este periodista sacerdotal. Para nosotros el padre Castro tiene una nueva vinculación, ya que dirige la publicación de jóvenes “Cruzada” cuyo juicio me reservo por considerarme parte.

LA POLÉMICA

Una mañana, en la vida del padre Castro se infiltra un hombre con su rompecabezas a la espalda. Miguel es un minero con un buen puñado de papeles en los que la palabra “silicosis” machaca la tragedia de su vida. Con el problema que sangra, el hombre de lo “hondo” pone en las galeradas la angustia de su desenlace: revisión médica contraria en su caso que la ciencia considera sin posibilidades de evolución positiva. Casi simultáneamente, un accidentado de trabajo, ciego por la explosión de un barreno, plantea su situación legal: 108.24 pesetas de pensión mensual por la inutilidad absoluta. Más tarde es un silicótico en grado último, al que también la revisión obliga urgentemente a incorporarse a las galerías. Apenas a las tres horas, el trabajo provoca una hemoptisis y el desamparo llega porque el obrero, lógicamente, había tenido que suspender las cotizaciones mutuales. Hora por hora, las situaciones obreras van creando una angustiosa alucinación en el anecdotario del sacerdote, que se revuelve apuradamente contra tantas situaciones desesperantes. En realidad el “Diario” no es más que el desahogo de un corazón impotente que en la unidad de todos los casos ha descubierto las grietas de un planteamiento inactual en la legislación de la enfermedad profesional de los mineros: la silicosis.

Los casos que aduce el padre Castro son tan expresivos que alguien se cree con derecho a la duda, y es entonces cuando surge la fotocopia y una polémica constructiva que desemboca en la humanización cristiana de la Ley como objetivo. Aun con todo el impacto que producen estos hechos, no se puede acusar al padre Castro de tremendista. Particularmente he seguido alguno de los ejemplos que aduce y creo que la realidad supera en mucho cuanto haya podido reflejar en su “Diario”.

QUÉ ES LA SILICOSIS

La silicosis es una enfermedad pulmonar producida, no por el plomo, sino por la masa de sílice o cuarzo en la que está incrustado el filón. Al actuar los martillos perforadores la sílice se desprende, sobre todo en forma de polvo menudo, que introducido por la respiración, produce la rigidez bronquial y, a la larga, la muerte por atascamiento de los alvéolos pulmonares. En las autopsias se ha comprobado esta petrificación de los órganos oxigenantes, y el bisturí, al contacto de la sílice, chirría igual que al pretender rayar una roca. Al no ser el plomo el causante del mal, quiere decir que la silicosis se amplía a oficios que, como los picapedreros, ópticos, trabajadores de minas de carbón, etc., tiene posibilidades de absorción del polvo. El trabajo de lo “hondo” está siempre rodeado de este amplio clima viscoso; no obstante, la peligrosidad de la sílice sólo es efectiva cuando las partículas rebajan el tamaño de las cinco micras.

EL POLVO

Lo evitaría realmente una inyección líquida en el momento de la excavación. Los martillos “de agua” son los preventivos más eficaces de la silicosis. Por desgracia, rara es nuestra mina de plomo a la que la mecanización haya llevado al punto de disponer de “martillos de agua”. Su coste sensible, por otro lado, tampoco ha podido obligar a la adquisición. Solución complementaria es la ventilación “forzada” del lugar de trabajo, por desgracia muy onerosa.

LAS CARETAS

El empleo de máscaras filtradoras está rigurosamente establecido. Sin embargo, la careta deja mucho que desear, hasta el punto de que prácticamente está abolida.
Inconvenientes: 1º El difícil ajuste a la cara, que anula su eficiencia; 2º Para ser efectiva tiene que tamizar en extremo, reduciendo al mínimo los orificios de criba. Al apurar la entrada del polvo se reduce a su vez la del aire, y el organismo, sometido simultáneamente al sobreesfuerzo del trabajo, se ve atacado de insuficiencia respiratoria; por tanto, el obrero tiende naturalmente a prescindir periódicamente de la protección. Destapada la careta, la invasión interior es evidente.

TERAPEÚTICA

En el estado actual de la ciencia, la silicosis es incurable. A tiempo, se puede detener su evolución, pero el mal carece de retroceso. Se ha hablado de unas aspiraciones de aluminio pulverizado, pero el Congreso de Sydney (Australia) de 1950 se pronunció por su nulidad.

GRADOS DE SILICOSIS

Cinco años bastan para la enfermedad. En seis se puede haber cumplido todo el proceso mortal. Hace un mes ha sido enterrado un silicótico de veinticuatro años. Teóricamente, la enfermedad carece de contagio, aunque la práctica dice que las degeneraciones tuberculosas son habituales. Aunque es difícil una gradación exacta y los especialistas han llegado a consignar hasta ocho órdenes, son tres los periodos que se consideran:

Primer grado: El mal es acusado y el trabajador debe pasar a labores de superficie.

Segundo grado: El obrero ya necesita una limitación del empleo y la adaptación a tareas especiales.

Tercer grado: Inactividad absoluta.

FACTORES EN CONTRA
DESAMPARO AL AÑO Y MEDIO

Al ser comprobada la silicosis inicial en el examen periódico, el minero debe pasar a trabajos de superficie “si los hubiere”, o de lo contrario volverá a su casa cobrando una pensión del 50 por 100,” sólo” durante los dieciocho meses que siguen. Pasado el plazo, cesará totalmente el abono. De hecho, el porcentaje de silicóticos de primer grado que quedan en la calle es rotundo, ya que las ocupaciones en el exterior de la mina son muy solicitadas y rara es la vacante que origina.

DICTÁMENES

A los ya afectados les obliga una revisión periódica. Como la enfermedad es irremediable, aclarada la situación efectiva de silicosis por un triple organismo local, provincial y nacional un nuevo dictamen está en pugna con las resoluciones científicas. Por añadidura, la inspección posterior se hace a distancia, en Madrid, sobre expedientes.

HOSPITALES

No existen hospitales de silicóticos, propiamente dichos, ni tampoco ningún organismo para la readaptación de enfermos profesionales a otros oficios. Hace poco estuvo a punto de ultimarse el primero.

PREVENTORIOS

Ante la predisposición tuberculosa y la consiguiente posibilidad de contagio, es aconsejable la creación de Preventorios infantiles. Asimismo, en la región andaluza y con la contribución popular, se erigió uno, espléndido, que ha sido desvirtuado, destinándolo a parque municipal.

AYUDEMOS

A falta de una reglamentación ajustada a favor de unos hombres que además de su cita a corto plazo con una enfermedad alevosa, tienen sobre las vidas la sentencia diaria de la muerte. Si de por sí el trabajo de las galerías es una prestación nunca suficientemente valorada, merece la pena intentar el beneficio lógico de unas criaturas que siempre tendrán sobre sus espaldas la marca del dolor y del sacrificio. Esto, sin segundas intenciones, es lo que pretendemos y lo que debemos secundar con todo empeño quienes nos apellidamos católicos y españoles.

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