Publicación original: Boletín Asociación Amigos de Lolo nº23, diciembre de 1999, por Rafael Gutiérrez Amaro, profesor y periodista.
Quienes conocemos a Lolo aunque sea a la distancia de su tiempo de vida en el mundo sabemos muy bien que sufrió físicamente mucho a lo largo de muchos años de su corta existencia.
Ante el sufrimiento, muchos no haríamos otra cosa que enfrentarnos maliciosamente al mismo. Sin embargo nuestro amigo Manuel, que también pudo hacer eso hizo algo más que contrario.
Lolo, como nos dice el autor de este artículo, tuvo esperanza muy a pesar de todo (o, a lo mejor por eso) y supo que Dios lo había llamado y, entonces, actuó en consecuencia.
Él fue un hombre que supo, quiso y pudo ofrecer a Dios su constante dolor, el dolor de una larga y penosa enfermedad; y el del hombre que, a su vez, supo vivir inmerso en la alegría; alegría que entregó a los demás como ofrenda de un Dios que a pesar de todo sabía que te amaba. Es el ejemplo de un gran hombre.
El 3 de noviembre de 1971 Lolo voló muy alto, como ave que había nacido para disfrutar del contacto con las estrellas, como el ciego que necesitaba el resplandor de la luz. Se fue impetuosamente, como hijo que esperaba el tierno encuentro con su Eterno Padre; se lanzó al paraíso como hombre santo que conocía la trascendencia de la virtud contaba con toda la fuerza de su alma para dar el salto desde la esperanzada espera: virtud pasajera, el vértice incuestionable del existir que está en la caridad: virtud permanente, eternamente permanente.
Lolo ya había exprimido el caudal de la fe, había colmado su vivencia de la esperanza, sabiendo hacer de su espera un sabroso acontecimiento, y ya necesitaba en el paraíso de los elegidos de Dios vibrar intensamente, como lo había hecho cada día en la tierra, con su Divino Amor.
iY así! Así se nos fue, se nos fue paladeando el cáliz del dolor, pero gozando dichosamente de la espera, porque sabía que, ‘con el valioso «billete» de su gran esperanza «compraría» al fin su paso dichoso a la Eternidad. Con las alas de la virtud Lolo voló, con su fe imperturbable Lolo subió, colocando su existir en el celeste firmamento, lugar en el que uno no solo existe si no que, allí, ya uno es, adquiere la sublime categoría del ser que solo de Dios procede y solo Él otorga.
Lolo, como todos los Santos, entendió que Dios le había llamado, pero a él, no para aventuras deslumbrantes, no para vivencias sobrecogedoramente emotivas, Dios a Lolo lo sacó de cuajo, separándolo de la vivencia de toda clase de placeres y lo colocó junto a Él: en el pináculo de la cruz. Lolo pudo renegar de su condición de: «esclavo del dolor» y huir de Dios, buscando cobijo en las frondosas estepas de otros placeres menos espirituales, Lolo pudo intentar escapar, abandonar a Dios y destituirle -en su interior- de su soberanía, por haber hecho de él un Santo Job de este siglo XX. Muchos con su dolor hicieron eso, abandonaron a su Dios y con ello compraron, no la gloria, pero sí mercancías perecederas que le traerían – momentáneamente- un poco de fugaz felicidad, pero que al fin dejarían en ellos una atroz y cruel desesperanza. Él pudo pero no quiso, no quiso cambiar la Eternidad por baratijas caducas y pasajeras; no sólo no quiso, sino que se abrazó a la Cruz y acompañó a su Señor con el deseo inquebrantable de aliviar el duro peso de la cruz de su Amado.
Lolo el dolor lo supo transformar en contagiosa alegría; Lolo reconvirtió su ceguera y de ella extrajo el rico tesoro de la espléndida y maravillosa luz; Lolo cogió el desánimo, la desilusión y lo transformó en esperanza, esperanza: vital, activa y efectiva; Lolo cogió su tristeza, su pena y la transformó en fiesta, fiesta para su alma, fiesta emotiva para sus gentes y fiesta espectacularmente grande para todos; Lolo cogió su vida anodina y rutinaria y la transformó en un viaje fascinante por parajes increíblemente bellos, sus escritos son valiosos testimonios de esa fascinación viajera; Lolo cogió su inmovilidad, su dolor y con ella voló por lugares cautivadores, lugares repletos: de ensueño, de esplendor, de belleza, de hermosura, de Dios…
Lolo hizo eso iquiso! ¡supo! ¡pudo! ¿y nosotros qué hacemos? ¿Qué pretendemos llegar a ser?: ¿mediocres revestidos de vulgaridad? cobardes llenos de estériles miedos y de perezosos o raquíticos proyectos? o ¿santos: inmersos en Dios, llenos de Dios, ansiosos de Dios?