“El año de la fe” es el título del editorial de este número doble (72 y 73) que corresponde a los meses de julio y agosto de 1967- Y lo es porque, según nos dice el Director de “Sinaí”, Pablo VI ha declarado, eso, año de la fe, el comprendido entre el 29 de junio de 1967 y el mismo día del año siguiente, 1968.
Aprovecha Lolo para poner las cosas en su sitio y decirnos qué cree él que es la fe. Y, al parecer, lo tiene claro pues es la que “regó de sangre el coso romano de santos, vírgenes y mártires”. Pero, además, “Es una total entrega a Dios, es creer en su palabra” porque “la fe es, pues, testimonio y testimonio de Cristo.” Y termina por hacer una recomendación que nunca deberíamos olvidar acerca de que es conveniente que “nuestra fe sea sencilla, militante, robusta. Que se inspire en la Biblia, que es la palabra de Dios, su mensaje, fuente imperecedera con la que combatir la ignorancia y la soberbia, que son las que han movido al Papa a dar el grito de alerta y que ya dijera Jesucristo: “Guardaos de los falsos profetas…”
Por otra parte, como suele ser habitual en “Sinaí” siempre se acaban abriendo paso las noticias que vienen a poner sobre la mesa la posibilidad de que las personas enfermas puedan formarse en las más diversas materias. Así, en el este número nos habla de que “La tele-enseñanza se impone en todo el mundo” pues se trata de “Un sistema docente apto para los enfermos inmovilizados” y, sobre eso, seguro que Lolo sabía mucho.
En realidad, nada tiene que ver este tipo de enseñanza con el bachillerato radiofónico pues “se basa en intercambios postales. Maestro y alumno, por lo general, no llegan a conocerse nunca.” Y, por eso, en España también prosperó tal sistema porque
“Se pueden cursar estudios por correspondencia, matriculándose en el ‘Centro Profesional de Enseñanza Postal’, de la Comisaría para el SEU, pudiendo elegir Ciencias Económicas, Filosofía y Letras, estudios técnicos de grado medio, oficial delineante y delineante proyectista.”
E, incluso, en la URSS , “En la que se ha limitado mucho la iniciativa privada, se buscan procedimientos que eleven el nivel de vida”. Y añade esto:
“Como el ruso no puede llegar a millonario, ni montar un negocio propio, sigue uno de los pocos caminos que le quedan abiertos: el de la cultura”.
Hay, en la misma página en la que se habla de lo arriba dicho, una columna de don Manuel Calvo Hermando titulada “Los que no duermen” que nos parece interesante traer aquí. Y es que quiere ser un homenaje “a los que no duermen, al sereno, al telefonista, al farmacéutico, al médico, al periodista, al escritor. Son hombres y mujeres que velan para servir a la comunidad, y es justo que nos acordemos de ellos con gratitud, ahora que vamos a entrar en nuestro propio reposo”.
Y luego entra en lo que, de lleno, corresponde a “Sinaí”:
“Pero hay también otros seres -hombres, mujeres, niños- que vigilan, en aparente ineficacia, y que quizás no puedan esta noche abrir las compuertas del sueño. Son los enfermos. Del mismo modo que para nosotros se abre ahora la quietud de la noche, para ellos puede abrirse la tristeza de una larga vigilia, apenas se he enfriado el televisor”
(y es que la columna empieza, digamos, a vivir cuando se apaga, en efecto, tal aparato casero)
Y continua:
“Un escritor joven y enfermo nos decía que de cada situación humana puede extraerse una consecuencia, un progreso, una esperanza o una razón de vivir. O de saber morir, también. Y nos contaba el testimonio del médico norteamericano Tom Dooley, que, atacado por el cáncer, tuvo que saltar desde su hospital de la jungla hasta una mesa de operaciones de su país. Este hombre dio sentido útil a su desgracia con estas palabras: ‘Millares de personas me conocen; están pendientes de lo que o hago. Lo de menos es que yo tenga un cáncer. Lo importante es cómo yo me comporto con ese cáncer’.
Hay centenares de testimonio como éste, de enfermos que han hecho de su dolor un servicio a la comunidad, no sólo por haberlo ofrecido a Dios, sino porque, de tejas abajo, han dado a su estado un tono de ejemplaridad y de alegría que son como luces, como banderas, como mariscales. Dios escribe derecho con renglones torcidos, y estas personas golpeadas por la Naturaleza son auténticos instrumentos en la pluma divina.”
Y otra noticia más que optimista para todos aquellos enfermos que lo necesitan. Y es que en el “Buzón de ‘Sinaí’” se recoge esto:
“Recibimos carta de ‘Auxilia’, Cursos gratuitos por correspondencia para inválidos, que agradecemos con toda el alma, anunciándonos que van a intensificar pronto sus cursos por correspondencia y comenzar las clases orales a domicilio, en Barcelona, para los niños de ambos secos, disminuidos físicos en edad escolar. ¡Que Dios los bendiga!”
Y una más:
“De Méjico nos han sido solicitadas suscripciones a la revista. Damos gracias al Señor por permitir que nuestra Obra se extienda y encuentre aprecio hasta en el extranjero, pues bien sabe Él las dificultades, especialmente económicas, que atravesamos”.
Y quizá por esto, en la misma página, se recoge, en el “Banco de Oraciones de ‘Sinaí’ este ruego:
“Nuestro redactor-jefe pide especialmente a los lectores que rueguen de modo especial por sus intenciones durante el mes de agosto. Y también por la revista, para que superemos felizmente las dificultades económicas. Gracias en nombre de ‘Sinaí’ y propio.”
En fin… que a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Y abundamos en buenas noticias porque en el apartado “Divulgación, Ciencia, Divulgación” titula, nada más y nada menos, “Los ciegos leen con los…oídos”. Y es que se nos informa de la invención del Optophon que es:
“Un aparato que transforma los signos del alfabeto en notas musicales. Así que los ciegos leen con los oídos. Una línea vertical se convierte en un acorde; una línea oblicua, en una melodía; y una ondulada, en un arpegio.
Seis rayos de luz muy sutiles iluminan los caracteres tipográficos, que se destacan sobre el blando del papel, descomponiéndose en varios tonos de intensidad. La luz reflejada es recogida por unas células fotoeléctricas que accionan un auricular o altavoz. Estos seis rayos luminosos guardan cierta analogía con los seis puntos del método Braille.”
Y termina con lo que ha debido ser una gozosa experiencia de parte de un necesitado de tal tipo de ayuda:
“La primera vez que un ciego utilizó el Optophón exclamó: ‘Siento tanta alegría que el corazón parece querer salírseme del pecho.”
Y, claro, no podemos terminar sin la sección “Humor, Pasatiempos, Humor…”
“-Yo siempre he comido carne y por eso tengo la fuerza de un toro.
-No me convence, usted: yo he comido siempre pescado y todavía no sé nadar.
-Pero tiene usted cara de besugo.”
O este otro:
“Un loco, jugando con una linterna eléctrica, la enciende y la apaga, dirigiendo el rayo de luz al techa. Una de las veces le dice a otro loco:
-¿A que no eres capaz de subir hasta el techo por ese rayo de luz?
-¿Crees que no te conozco? Eres capaz de apagar la linterna cuando esté allí arriba.”
Y terminamos con este que es la representación más exacta de no haber entendido los consejos del médico o de tomárselos al pie de la letra:
“Sí señor. Me tomé los doce ‘papelicos’ y ‘paice’ que me encuentro mejor. Pero no sé qué hacer con los ‘polvicos’.
-¿Qué ‘polvicos’?
-¡Toma! Pues los que había dentro de los ‘papelicos”.
Y es que hay cada uno por ahí…
(Continuará)
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Licenciado en Derecho, casado y con dos hijos. Amigo de Lolo y bloguero en defensa de la fe.
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