(Alejandro Fernández Pombo sostiene en sus manos el libro de Lolo «Reportajes desde la cumbre»)

 

Publicación original: Boletín Asociación Amigos de Lolo nº 10 Septiembre-Octubre de 1996, por
Alejandro Fernández Pombo, amigo de Lolo, periodista y ex director de “YA”.

 

Como hemos visto en otros artículos publicados en lo Boletines de la Asociación Amigos de Lolo, aquellos que aquí escriben conocían muy bien a Lolo. Y entre ellos Alejandro Fernández Pombo, gran amigo de nuestro amigo Manuel.

Nos hace un recorrido por la vida del Beato de Linares. Bueno, en realidad, eso lo podemos decir ahora porque entonces, en aquel año 1996, todo estaba en proceso y bien que podemos leer el gozo que tiene en el corazón el autor de este artículo, otro periodista de raza que, como Lolo, dejó una obra más que a tener en cuenta.

 

Ya no está tan lejos. Cualquier día tendremos un periodista español convertido en santo.

Un español de nuestro tiempo. Le pondremos aliado de San Francisco de Sales y pediremos a Roma que le nombre nuestro patrón.

Podría ser Ángel Herrera Oria, uno de los grandes del periodismo español, o podría ser Manuel Lozano Garrido, un periodista de a pie, más bien de silla de ruedas, autor de reportajes con la densidad de un libro y de libros con el «gancho» de un reportaje. De los dos está iniciado el proceso de beatificación. Cualquiera de ellos puede llegar a ser santo. O los dos. Hoy hablaremos de Manuel Lozano Garrido, otro día lo haremos de Herrera. Manuel Lozano Garrido es menos conocido y urge darle a conocer.

«Lolo», de Linares.

Manuel Lozano Garrido, en su pueblo, Linares, es siempre Lolo. Todos le conocen así y hasta la Asociación que se ha fundado para conservar su recuerdo y promover su beatificación se llamó precisamente «Los Amigos de Lolo». Lozano Garrido «Lolo» será cuando la iglesia lo proclame un santo de nuestro tiempo, un seglar, un periodista, un enfermo machacado por el dolor. Toda una serie de circunstancias que necesitan de una actitud testimonial como fue lo suyo. Un santo que se necesita.

Manuel Lozano nació el 9 de agosto de 1920 en Linares. Cuando estalló la guerra civil, Manuel es un estudiante de Bachillerato y un joven de Acción Católica que a pesar de su juventud llamó la atención de sus dirigentes. Precisamente por esta militancia cristiana fue detenido en los primeros días y sufrió prisión durante tres meses y luego, ya puesto en libertad, fue militarizado. Una de sus misiones en el frente fue la de atender una centralita telefónica instalada en la oquedad de una profunda y húmeda cueva. Quizá allí adquirió o se desarrolló una enfermedad reumática que fue llenando su cuerpo de dolores y de rigideces. Internado en el hospital, allí estaba cuando terminó la guerra.

Parecía haberse recuperado. Terminó su bachillerato y se hizo maestro. Volvió a su actividad apostólica y fue de nuevo movilizado, ahora en Madrid, donde tuvo que realizar una serie de servicios inadecuados paro su precaria salud que volvió a resentirse gravemente.

Manuel Lozano Garrido joven y lleno de ilusiones y proyectos, era un enfermo para toda la vida.

Enfermo, escritor y periodista.

La enfermedad iría progresando rápidamente. Pronto se impondría la necesidad de un sillón de ruedas, en el que habría de pasar sus últimos casi treinta años. Pero sigue escribiendo. Cada vez más. A la dificultad física, corresponde a una creación fecunda, apresurada y generosa. En una de las notas que se han escrito sobre su vida leo al llegar a este punto: «Cuando su mano derecha quedó paralizada, aprendió o escribir con la izquierda, y cuando ya no podía retener el bolígrafo, se lo sujetaban a la mano con una goma. La enfermedad, que poco a poco iba progresando, le afectó también a los ojos. Cuando quedó ciego, sus amigos y sobre todo un magnetófono que le proporcionó la ONCE … le permitió dictar sus trabajos literarios …».

A ese tiempo corresponden muchos de sus mejores títulos: El sillón de ruedas, Dios habla todos los días, Mesa redonda con Dios, Las golondrinas nunca saben la hora, Cartas con la señal de la cruz, Reportajes desde la cumbre …

Pero Lolo es a la vez que escritor de libros, quizá antes de todo, periodista. En un acto de homenaje a Lolo yo tuve que hablar de él como periodista ya afirmé que lo era de los pies a la cabeza. Ahí están sus colaboraciones, no interrumpidas ni en los momentos más críticos de su enfermedad, ni en los días de mayores dolores. Colaboraciones iniciadas en un órgano local, continuadas después en diarios («Ya» «Ideal», «Jaén» …), semanarios («Signo», «Vida Nueva» …), y la revista que él se inventó y dirigía, «Sinaí», para los enfermos que ofrecían su enfermedad por los periodistas, por los periódicos, por la información. Cuando la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social constituyó los premios «Bravo», el primer premio de prensa se lo otorgó a Manuel Lozano Garrido.

Pendiente de la vida de cada día.

Pero incluso en sus libros, Manolo empleaba su estilo periodístico tanto en la forma como en el fondo. Su continua referencia a temas de actualidad, a lugares y personas conocidas harían pensar en que el autor era un dinámico reportero que viajaba por todo el mundo. Esa vivencia de lo periodístico la llevó más de una vez a los títulos de algunas de sus obras como Reportajes desde la cumbre o Mesa redonda con Dios y otros libros están titulados con una frase completa, una acción, que es como un titular que tiene la fuerza o el atractivo para darse a tres o a cinco columnas: Las estrellas se ven de noche, Las golondrinas nunca saben la hora o -y en este caso debía ser título de primera plana- Dios habla todos los días.

Manolo siguió escribiendo. En Linares ya era una institución. Se le dedicaban calles y se le hacían homenajes. En algunos de ellos acudimos amigos suyos de la prensa, José María Pérez Lozano, José Luis Martín Descalzo, Francisco Javier Martín Abril, el que escribe estas líneas … Lolo no se cansaba de hacernos preguntas de la profesión, del trabajo de los periódicos.

De uno de nosotros escribió un día que «se ocupaba de acechar la huella de Dios en los teletipos». De él sí que podría decirse aquello. Leía los periódicos con la minuciosidad de un corrector de prensa, escribía con el amor y el entusiasmo del que escribe su primer artículo, los corregía con la exigencia de un gran director, pero en definitiva era eso, «acechar la huella de Dios». Pero también dejar la huella de santidad.

Calvario final y gloria.

Su cuerpo iba acusando extremadamente los sufrimientos externos. Llegó a pesar sólo 35 kilos, las transfusiones de sangre eran cada vez más frecuentes.

Juan Sánchez Caballero, uno de sus grandes amigos, que precisamente es ahora el presidente de la «Asociación de Amigos de Lolo», en su libro El dolor como testimonio (Biografía breve de Manuel Lozano Garrido), recuerda que Lozano había escrito en uno de sus libros «Resulta que le temo a la muerte», y poco después: «Suena a paradoja que la alegría tenga que nacer en las tapias de un cementerio».

Era cuando ya, a fuerza de dolores y de ahogos, estaba convencido de que la vida terrena se le acababa. Procuraba adelantar el consuelo de su soledad a su hermana Lucy, su fiel cuidadora. Daba disposiciones a los amigos para el uso que debían hacer de sus papeles, sus fichas.

En el verano de 1971, para liberarle del calor que le afectaba mucho, sus familiares y sus amigos le llevaban a La Yedra en busca de aires serranos más frescos. A finales de agosto dijo serenamente. «Esto se va, esto se acaba» …

Todavía duró hasta noviembre. Otra vez en Linares, falleció el 3 de noviembre de 1971. En la paz del Señor, rezando el padrenuestro.

Fue enterrado en el Camposanto de Linares. Desde allí, en un plazo corto, serán trasladados sus restos a la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción en la que fue bautizado.

El proceso de beatificación está ya en Roma. La primavera pasada se clausuró en Jaén la fase diocesana. Cualquier día le veremos santo. Un seglar santo. Un periodista en los altares. Un joven de Acción Católica canonizado.

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