En realidad, no es nada extraño que pensemos que, al hablar de la salvación de la humanidad con sus criaturas, es la propia humanidad y sus criaturas la que ha de proveerla. Sin embargo, Lolo muestra en este artículo que, en cierta manera, eso es verdad.
La manera en que eso es verdad es atender al sufrimiento de tantas personas como lo pasan mal en el mundo, al dolor amasado en el corazón de las mismas. Y, sin embargo, el dolor y el sufrimiento son tenidos en cuenta en su medida justa que es mucha y más que mucha.
El Beato de Linares (Jaén, España) nos pone aquí mismo algunos ejemplos de cómo quien sufre puede hacer mucho por la salvación de la humanidad y que, ciertamente, lo que es el amor y la debilidad (aunque la última parezca carecer de importancia y al primero no se le tenga en cuenta muchas veces) tienen una importancia vital para la salvación. Y vaya si es cierto…
Publicado Publicado en Prensa Asociada, el 3 de junio de 1965
EN LA JORNADA MUNDIAL DE LOS ENFERMOS
Lo débil salva al mundo
Ni los átomos, ni los dólares valen lo que el amor y la debilidad
Pentecostés, hora-Amor del Sufrimiento
El Dolor, gran financiero de la Iglesia.
Raymond Cartier es un reportero que ha dado cuerpo gigante al periodismo con sus equipos de sondeadores. Un trabajo que, desde luego, nunca le encargaría es el de una encuesta basada en la pregunta: ¿Qué es lo que puede salvar al mundo? Temo que, contestada al modo de cómo se obra, las palabras dinero, la ciencia, el poder, la técnica o el confort habrían de estar en las respuestas sinceras de mucha gente. La tierra, desde la materia, rueda por ese mundo de cosas gratas que simbolizan en el billete de banco, la lavadora, el específico, el cabaret o la voz que se impone en un despacho.
Cierto que el mundo se conduele de insuficiencia, pero tampoco está en los lingotes o en los laboratorios la piedra filosofal de la dicha. ¿Por qué si no, se suicida un Vandervills, que tiene airosa su cuenta de multimillonario? ¿Qué pasará en Suecia, el país más positivo nivel de vida, para que sus gentes encabecen las estadísticas de suicidas?
No; la felicidad sé que obra por los cauces trillados y vulgares. Cuando decimos: ‘Si tuviera dinero’ o ‘¡Sería tan feliz con una nevera!’, hay algo que nos dice que somos insinceros. La verdad está más allá de esas palabras que hemos ido haciendo brillantes con el paladar, los ojos y los sonidos; junta a aquellas otras cosas que duelen como el corte de un bisturí, pero que tienen un meollo de amor.
Reflexionar sobre la fórmula de la salvación es una cosa que sólo se puede hacer con el corazón desnudo y viviendo propiamente ese dolor. Todavía no basta; las palabras que muchos maldicen las han de pronunciar nuestros labios con una figura al lado de acá de nuestra frontera; una figura que, si somos heridos, él tiene una llaga más grande sobre su carne y que, si el corazón vive un ansia de protesta, él es sólo el que tiene justo derecho a la rebeldía. Únicamente con Cristo iremos al mundo para buscarle sus tesoros de salvación.
El GRAN DÉBIL
Cristo sangrante de la tarde del Viernes Santo, con todas las muestras visibles de una derrota; Cristo sin palabras y sin andares, cuerpo de toda debilidad, tan impotente como un niño recién nacido. ¿Por qué has elegido precisamente la fórmula de la flaqueza para salvar? ¿Qué has querido decirnos de la gloria y de la felicidad con un camino de afrentas y de sangre?
Mira, nosotros tenemos ya cosas y hallazgos que calificamos de maravillosos. Si te los ofrecemos, Tú no muestras una sonrisa decisiva. ¿Por qué te son indiferentes? Es más: ¿Qué has querido decir con tu despego de las riquezas y con la renuncia a las comodidades?
No hables; ya lo sé; apenas si es necesaria tu palabra. Ni la sabiduría, ni los filones, ni el recóndito mundo de los bellos misterios son nuestros. Todo nos vino de Ti; nos lo descolgaste desde el cielo en la hermosa mañana del Génesis. Es así que a nosotros no nos caben más frutos propios que los del corazón y la libertad. Para la relación contigo y la correspondencia no cabe otro ángulo que el del amor y la paternidad. El mundo sólo tiene sentido desde este prisma de padre bueno e hijos queridos. Nuestro naufragio tiene un vano origen de aspirantes a dioses; unos dioses con pie de barro que tropiezan y se revuelcan sin posibilidad propia. De aquí que la salvación tenga nombre de debilidad, una debilidad nuestra que hay que enlazar seguidamente con las palpitaciones y la otra ‘debilidad’ de un padre. Si a nosotros nos hacen decididamente generosos, las lágrimas de los hijos ¿no has de estremecerte Tú ante el espectáculo de tantos sudores y lágrimas, hasta sobreponer el amor y la salvación al castigo?
LAS FIGURAS QUE SALVAN
Ya hay hojas al viento en la arboleda del parque y un viento frío se descuelga cada tarde por entre las enramadas, es un aire que caracolea e hincha la blanda superficie de las cometas y que hiere al niño atrincherado tras los cristales por el dolor. Desde hace seis meses, Chuchi es una criatura de silencios y de distancias. A él le parece ya infinito el tiempo desde aquel día en que dieron hilo al vuelo de su última cometa. De aquella fecha y de su andar veloz de cervatillo, apenas si queda hoy más que el lastre de una muleta que descansa junto a la cabecera. Hace ya tres meses de su última operación y el médico sigue mirando su pierna siempre en reposo con preocupación. Pero desde que sufre, desde que ve a Cristo sufrir paralelamente, sus grandes ojos han aprendido a abrírseles con confianza y ya no hay quejas ni lágrimas, sino una inmensa paz en sus pupilas.
Ayer fue un día grande en la vida de Chuchi. Apenas se vistió otra cosa que el pijama de todos los días y en su día no hubo otra gala que el entredós de una almohada: Chuchi hizo en la cama, su Primera Comunión. En el ropero quedó un traje blanco que jamás se estrenará, pero el fondo de los ojos azules del niño era cálido y blanco, como la entraña que aquella ascua pura y redonda que se puso por primera vez en sus labios.
Chuchis de todo el universo: vuestro dolor inocente y leal, la sinceridad, la resignación y la alegría de vuestras pupilas son como una reliquia de fe puesta para saldar el delito de tantos hombres que desviaron el don divino de la sabiduría.
UN CREPÚSCULO HUMANO
En el jardín hay un tronco con un ‘te quiero’ que labraron dos novios en primavera. Junto a él, un banco en el que descansan un canastillo con la labor de roché y un bastón con mango de plata. Una mujer con los cabellos de nieve, vigila dulcemente a los niños que amasan la arena. El ‘te quiero’ o los juegos y el pelo blanco son como las puntas de esa media curva de cielo que el sol corretea cada día. Lo que la aguja de ganchillo teje es el hilo malva de un crepúsculo humano. Como las manos, como los músculos, como las ilusiones, que la vida ha dejado de ser físicamente utilitaria. Pero hay algo que se ha remontado con el sol de los años y rutila en la bóveda alta, a la hora gloriosa del universo: el corazón, ese poderoso corazón de los que a fuerza de vivir intensamente las tribulaciones del mundo se ha ensanchado hasta hacerse gigante, puro, noble, humilde y generoso. Al mal de esos hombres que se sientan en los despachos y hablan como si tuvieran el pie en el cuello de las criaturas, lo contrarrestan y lo aniquilan la dulzura y la mansedumbre de tantas criaturas como aúpan su corazón humilde a Dios en los patios de los asilos o en el leve sillón de un cuarto de estar.
LA CARTA DE UNA MONJA
Sor Nieves de la Eucaristía ha de escribir una carta. Tiene que ser hoy, precisamente hoy, porque lo que Sor Nieves piensa decir necesita su justa mañana de calendario. Como un pan cuando vale es con su color dorado y su tibieza. Lo que Sor Nieves escribirá es una carta de felicitación para el santo de su madre. Hace cinco años, ella cuidaba mucho de darle un buen beso en la mejilla y regalarle un collar o unos pendientes lindos. Hoy se pondrá a escribir desde su celda encalada y luego meterá la carta en un sobre usado que despegó y volvió del revés. Lo que ha de decir es esto: ‘Querida mamá: como regalo de tu santo te mando unos jazmines y esas obleas. Los jazmines son los primeros de nuestro huerto y durante todo el año he estado regándolos para que hoy florecieran junto a ti. Los recortes de obleas los he ido guardando cada día de los de mi cargo de sacristía. Mis recursos serán muy pocos pero te aseguro que nadie superará el cariño que va en este sobre.’
En el cielo hay un ángel contable que lleva al día todos los actos de pobreza voluntaria que recaudan los conventos de clausura de todo el mundo. El ángel mira a la tierra y no piensa ni en los billetes verdes, pero dice que el mundo es muy rico porque tras las tapias de los conventos se guardan los bienaventurados tesoros de la pobreza.
MANOS SOBRE LAS SABANAS
La visita del médico fue a las 9,10 de la mañana. Vino, miró el gráfico y repitió el tratamiento. Nueve años de sanatorio acaban con todos los específicos. Hasta la hora de comer ya sólo queda el espacio casi infinito de las manos quietas y los ojos que miran a la techumbre, luego, en la sobremesa, se reanudará otra vez el repaso y las horas lentas de palmas leves sobre las sábanas. Sin más afán ni sudor que el de la fiebre. Hace ya años, cuando vivía la grandeza de un caminar ligero y los pulmones se le ensanchaban jubilosamente al viento de la tarde, trabajaba en una nave de clasificación. Allí los movimientos se hallaban medidos con miras a una mayor productividad. Los minutos de la jornada eran como los quilates de los anillos. Por eso ahora le duele este duro despilfarro de las horas y de los años.
Pero el tiempo tiene también su corazón. Junto al reloj hay un latido de aceptación de renuncia y de plegarias. La humanidad tiene una productividad en el cielo que se va amasando desde las galerías de los sanatorios con gentes que siempre miran pacíficamente al horizonte aunque haya viento, haya sol, aunque haya nieve.
ETER Y BISTURI
Un pasillo y cuatro ruedas de goma. La sábana envuelve la figura horizontal de un hombre. Atrás queda una puerta con un letrero: “Quirófano”. Sobre la camilla, los músculos de un rostro se tensan como alambres de acero. Los pómulos están rígidos, en el difícil equilibrio entre la risa y la queja. Hubo que trabajar duramente. El bisturí desgarraba los músculos hasta que llegó a la articulación. Luego fue necesario violentar la anquilosis. Ahora todo el cuerpo duele como si tuviera clavado la costra de un erizo de hierro. Desde la cabeza a los pies, el dolor le encarna señorialmente. Todos los lamentos del mundo confluyen fieramente sobre su carne, la carne tensa por tanto grito contenido. Y es que bajo la frente del hombre hay una figura divina y consoladora que sangró veinte siglos en silencio. Por eso sus labios callan.
Camas de hierro esmaltadas y solemnes carretillas de quirófano: desde vosotros se rehabilitan tantas horas de egoísmo y de comodidad. La bandera de salvación arriada por un placer insensato, tremola por el esfuerzo de todas las criaturas que salvan.
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Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
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