Ciertamente, Manuel Lozano Garrido, andaba con los tiempos en los que vivía, digamos, a la par. Al menos quería que la Iglesia hiciera eso para transmitir la Buena Noticia de tal forma que llegara al mayor número de personas.

La verdad es que el uso de la radio para la transmisión de la Palabra de Dios con todo lo que eso conlleva es más que posible que, en aquellos años (principios de la década de los 50 del siglo pasado), no estuviera demasiado desarrollado pero Lolo ve lo bueno que sería que sí lo estuviera.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Beato de Linares, en el Cielo, estará más que contento con el desarrollo que, de eso, se da hoy día pues, en tal sentido, se ha avanzado mucho.

 

 

Publicado en Signo, número 605, en agosto de 1951.

 

El mundo de la radiodifusión es un campo saturado de posibilidades apostólicas que, según parece, no se utilizan con la intensidad que la situación agónica del mundo reclama.

Decir que la voz de la radio penetra donde no lo puede hacer la del sacerdote ni la de los que con él colaboran en su misión; que, debido a las facilidades adquisitivas poseen ya receptores hasta las personas más humildes, y otros argumentos análogos que insistan en la necesidad de una actuación apostólica, es insistir sobre verdades harto elocuentes, máxime cuando la palabra de Pío XII lo ha ratificado en diversas ocasiones.

Y, sin embargo, si buceamos en el océano tan complejo de las realidades, las perspectivas no son muy halagüeñas. Como decía el padre Iribarren: “¿Oís la radio? Yo, sí; y ante ella me suelo hacer amargas reflexiones sobre la decadencia del arte…” “Sería una excelente obra de apostolado cristiano, de renovación artística y de patriotismo si, quienes tienen talento, tuvieran el valor de competir en todo certamen con ideas católicas y temas religiosos bellamente tratados contra la insulsez y la chatarra”. Al mismo tiempo, y desde estas mismas columnas, monseñor Sagarmínaga expresó un día las facilidades que para su labor misional venía encontrando entre los hombres de la radio y el cine.

He aquí, pues, las dos caras de la moneda: de un lado, superficialidad; del otro, facilidades. ¿Podríamos negar la urgencia de la misión?

En la actualidad, ¿cómo nos desenvolvemos? Creo sinceramente que las intervenciones radiofónicas de nuestros jóvenes son de una marcada eficacia. Desde 1939 han sido muchos los Consejos y Centros que han lanzado y mantienen con tesón emisiones periódicas. Algunos vienen dando, desde un principio, pruebas de bien lograda madurez. Pero, desgraciadamente, la labor se efectúa siempre a través de emisoras de reducida frecuencia, que aíslan la resonancia del esfuerzo en su parte más vital. Al lado de esto, y por diversas circunstancias, nunca ha podido existir una emisión que, además de que cubra la necesidad existente, oriente y sirva de coordinación para tantos jóvenes decididos que en la hora de la verdad lo han de fiar todo a la inspiración momentánea. Y conste que este continuo chisporroteo genial ha sido para muchos el yunque y la escuela para alcanzar elevados puestos en el campo de la radiodifusión.

Respecto a la elaboración de los trabajos también es frecuente el caso de forzosos balbuceos.

Las presentes líneas no van impulsadas por un espíritu de crítica, sino más bien por la creencia de que ante nuestros ojos se eleva una montaña fácil de coronar en unidad de esfuerzos, y difícil de hacer en dispersivas individualidades. Díganlo si no los encargados de mantener por obligaciones profesionales o por simples premuras de tiempo.

Además, a estas tareas la Obra tiene que dedicar sus dirigentes más idóneos, pero como el trabajo sobreabunda, sucede con no escasa frecuencia que en ellos restamos a otras secciones vitales sus bases más sólidas.

Creo que, entre todos, podríamos resolver el problema, aunque fuera en aras de esa eficacia que, como decíamos al principio, está reclamando la hora agónica del mundo. ¿Por qué no intercambiar a través del organismo superior de propaganda los distintos guiones, artículos radiofónicos, etc.? En el nuevo destino, también de órbitas reducidas, serían estos trabajos completamente desconocidos, y, por tanto, de idéntica vigencia. Los encargados de redactar las emisiones encontrarían un reposo en su tarea en beneficio de la calidad literaria, una confrontación de sus valores y la posibilidad de una mayor atención a la parte artística, factor no desdeñable a la vez que estupendo vivero de la Obra Atlético Recreativa (O.A.R.).

Por su parte, el organismo superior, iniciando campañas, convocando concursos, difundiendo trabajos e incluso grabaciones, marcaría la pauta de un movimiento, a cuyo alcance sólo la gracia de Dios puede poner límites.

¿Qué os parece, Jóvenes de Acción Católica? ¿No creéis que si en cada provincia o ciudad tuviéramos un “micrófono de Cristo” no sería el más valiente de sus adelantados? Si lo elevásemos sobre las oraciones y sacrificios de un puñado de personas dedicadas a impetrar el don de la eficacia, ¿no sería una espléndida luz sobre el candelero?

A todos corresponde poner en marcha esta idea.

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