Publicación original: Boletín Asociación Amigos de Lolo nº 65 de septiembre de 2010 con palabras de Venancio-Luis, que fuera director de LA VERDAD, de Murcia donde publicaba artículos que le enviaban de Lolo.

Hoy traemos a esta casa de Lolo lo que fue la culminación de todo un proceso que había empezado, como nos dice el autor de este texto, catorce años antes.

Todo lo que escribe Venancio-Luis nos mueve el corazón porque aquello que sucedió aquel 12 de junio de 2010 fue algo maravilloso que mostraba y demostraba que quien sabe vivir su fe siempre acaba triunfando sobre las muchas dificultades que puedan aparecer en su camino al Cielo.

Al Cielo fue, precisamente, eso creemos nosotros, donde fue Lolo tras su muerte. Y es que su fama de santidad le precedía aunque, claro está, que el proceso terminase aquel día lluvioso y fuese en Linares era la confirmación de que lo que bien empieza… bien acaba.

No. No fue milagro, pero…

El cielo amaneció amenazante. El pronóstico era lluvias-lluvias. Y la mañana las trajo, inicialmente, suaves. Por algunas esquinas de Linares, los ciegos anunciaban el cupón: “Hoy el Lolo”. Y en la enorme explanada del recinto ferial, trabajaban en los últimos preparativos para el gran momento soñado desde hace 14 años: a las 7’30 de la tarde un representante del Papa iba proceder solemnemente a la proclamación de Beato de un linarense triturado por el dolor y por las circunstancias adversas, pero rebosante de alegría, de optimismo, de trabajo para los demás: Manuel Lozano Garrido, “Lolo.

Él sí que fue un milagro permanente. Por la mañana un pequeño grupo, principalmente de periodistas como él, hicimos un recorrido para visitar sus recuerdos y la exposición que recogía sus cosas. En ella detalles como su DNI con la inscripción “No puede” en el lugar de la firma; las cajitas de latón de “pastillas juanola”, donde, durante la guerra, él llevaba a la cárcel, camufladas, las formas consagradas, por cuyo “crimen” fue encarcelado; allí, el Cristo yacente de madera, que le regaló un amigo escultor, ennegrecido en el pecho, de tanto pasarle Lolo, ya paralítico y ciego, sus retorcidos dedos como caricia…

Rafael Higueras, el sacerdote que le acompañó en su muerte, y que ha sido el postulador de la causa, hombre espiritual y lleno de alegría y humor como Lolo, nos leía algunos de sus libros. Por ejemplo, aquellas palabras que puso en boda de Jesús cuando nos entregaba a su madre en el Calvario: “Os regalo un seguro de ternura” (Fuera seguía lloviendo) Y añadió Rafael: “Vamos a pedirle a la Virgen que esta tarde en el recinto no haya más agua que la de nuestros ojos”.

Un poco más allá, la Iglesia donde el nuevo beato fue bautizado. Y también San Pedro Poveda. Con las manos tocando la pila de piedra, rezamos en voz alta el Credo: la fe recibida en el bautismo. Y, otra vez, el recuerdo del “regalo de ternura”, penando en la lluvia pronosticada y que ya comenzaba a arreciar.

A media tarde, las 17.000 personas marchábamos hacia el recinto. En la puerta de entrada, se apretaban un mar de paraguas. Y toda la espera, lloviendo con intensidad.

Era la hora fijada: 19’30 en punto. La procesión iniciaba su recorrido: la Cruz, los evangelios en alto, acólitos, cientos de sacerdotes, una veintena de obispos, cardenales y el legado del Papa. Entre las nubes se abrió el hueco, entró la luz y paró de llover. Se cerraron los paraguas. Algunos recordamos lo de la ternura y sentimos un estremecimiento.

La ceremonia comenzó con el rito de la beatificación que culminó con la lectura del documento papal que proclamaba que aquel paralítico y ciego, lleno de alegría, gozaba ya de la gloria de Dios y debe ser modelo de cristianos. El cielo seguía abierto y los paraguas cerrados.

Se descorrieron las cortinas que cubrían el retrato del nuevo Beato, soltaron cientos de globos amarillos, todas las campanas de Linares comenzaron a repicar. Desde el fondo del recinto, empezaron a avanzar las andas con los restos del nuevo Beato. Las portaban “los amigos de Lolo”, aquellos chiquillos a los que él enseñaba a ser cristianos y que han sido los héroes que han sacado adelante el proceso que hoy culmina.

Al frente, sin fuerzas para cagar las andas, pero agarrado al brazo del primer portador, el presidente de la asociación, de 94 años. Dejaron la urna junto al altar.

Había acabado el rito de beatificación. Las campanas cesaron de repicar y empezaron a caer algunas gotas. Los paraguas se fueron abriendo mientras un ciero hacía la primera lectura; un inválido en silla de ruedas, la primera ofrenda; y tres periodistas, las peticiones: la gente de Lolo.

Llovió normalmente el resto de la eucaristía: Y justo en el momento que acabó, comenzó el diluvio torrencial, arrollador, mientras la gente volvía a sus casas, sus hoteles, sus autobuses.

Con un comentario en muchas bocas: no, no se puede llamar milagro; los milagros son otra cosa (por allí andaba, esquivando todo atisbo de curiosidad o protagonismo, el niño sobre el que se operó el milagro, probado con todos los informes técnicos y que ha servido para culminar el proceso: un niño de dos años, hoy personaje conocido en las competiciones internacionales de un cierto deporte) No, no sería milagro…, pero la Virgen, quizás ya por intercesión del nuevo beato, había tenido un “detalle de ternura”.

Lo demás, las molestias de la lluvia…, era lo propio de Lolo.

¿Es que, en algo relacionado con él, hubiera sido justo esquivar las molestias, la superación, el sobrellevar una dificultad con alegría?

¿Y el diluvio final? El broche de oro: ahí tenéis lo que la simple naturaleza llevaba en sus entrañas en el cielo negro ya preanunciado por la Ciencia.”

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