Lolo, muchas veces, escribe acerca de la Semana Santa porque tiene plena confianza en que lo que entonces pasó sigue iluminando hoy mismo la vida de los discípulos de Cristo. Y eso es lo que en este diario de hoy podemos apreciar.

Como hace muy bien Manuel Lozano Garrido, une realidades humanas a la espiritualidad de la Semana de Pasión de Cristo. Y la historia de “Corderito” muestra bien a las claras que siempre queda esperanza en el mundo.

De todas formas, lo que quiere Lolo es que Cristo vuelva después de su Viernes de muerte y su Sábado de espera. Y se queda, eso, esperando, a que llegue el Domingo que, con Su resurrección, hará posible nuestra salvación.

 

Publicado en la revista Enfermos misioneros, en marzo de 1967

 

Todos somos elegidos

HOGAZA

JUEVES SANTO

“CORDERITO”, que lleva varios años casado y sin hijos, es chófer y vive siempre con la enorme ilusión de algún día tener uno; médicos y… nada. Al fin, el hombre, da el paso de solicitarlo de la Maternidad. Papeleo, porque estas cosas hay que hacerlas muy bien; y esperar, mucho esperar. Un día, lo que viene es el aprobado del expediente de crisis de su fábrica y, a «Corderito», como a quinientos compañeros más, le dan un papel y le indican el camino de la bolsa del paro. La cabeza casi se le hunde entre los hombros cuando entra en su casa. La mujer sale al paso con otro papel y resulta que viene de la Maternidad; que sí, que hay un niño abandonado y que todo está dispuesto para aprohijarle. Pero «Corderito», ahora, con horizonte oscuro, vacila por la mujer. Se lo dice, tartamudeando y ella le interrumpe ardorosamente.

– «¿Y lo dudas? ¿Tan poco vales que no te reconoces reaños para darle de comer a esa criaturita?».

Hoy el cielo tiene un color de alianza gastada. Todo es de oro porque todo, a su vez, transpira amor. Es el gran día de la Ternura. El mundo, en esta fecha, como un enorme corazón. Dios también como una hogaza grande, dorada, curruscante, con las entrañas tan esponjosas como un panecillo de Viena. Y tu Palabra, Cristo, es hoy, a su vez, de Ternura; esa maravillosa, que habla de Madre y de Hijos. Quedarnos aquí, hoy, ese sí que sería un hermoso Tabor, con una tienda para Ti, otra para Elías y una última en la que viviríamos nosotros, cariñosamente, con el mismo espíritu de generosidad que el chófer «Corderito».

ROBO

VIERNES SANTO

Esta es la absoluta mañana de Silencio. Vivo en las afueras y toda la barriada se ha ido hacia el centro de la ciudad buscando la procesión del Nazareno, que está en la calle. Cualquier ruido, por pequeño que sea, se eleva hoy con un sincero remordimiento. Estoy en la terraza, casi a las doce, a una hora en que, Señor, pienso debiera ser también aquella otra de tu despojo. Ya, Cristo, estás casi desnudo del todo para que no queden equivocaciones. Sangre y costillas al viento, nada más. No te queda otra cosa que el corazón y dentro de un rato te harán una raja, que ha de ponerlo a mano de cualquier raterillo.

Hoy, Señor, yo también ante Ti, con una mano de rapiña. Estás solo, tremendamente abandonado, como Tú mismo lo dices en la palabra del día, sin guardaespaldas, y, lo que yo te haga, sea lo que sea, ha de quedar también impune. Seguro que, si me acerco, y te robo, nadie me lleva a la comisaría. Y mira lo primero que hago es aprovechar la oportunidad y hacerme de tu corazón. Noto, por eso, que la mano se me escapa hacia las costillas. Bueno, pero si resulta que estoy temblando, ¿Que para qué quiero el corazón de alguien que entra en agonía? Es que, mira, te ve uno así por nosotros… Y el nuestro sí que se siente de muerto, tan de pulga. ¡Te venimos pidiendo siempre tantas cosas…! Pero Tú, Señor, no atiendas otra petición que la de agrandarnos el pecho. Fíjate en la civilización de nuestra hora; la de los hombres con cabeza de elefante y corazón de tortuga. Y, en realidad, lo que únicamente vale es el Amor.

Otro despojo, Señor, que quiero hacerte, es el de la riqueza. Tú al desnudo para que no haya lugar a equívocos, pobre como las ratas y nada más. Pero nosotros, todavía flagelándote con pedacitos de oro: túnicas de oro, mantos de oro, coronas de oro. Un sabio toma una piedrecita, la mira al microscopio, y nos habla, por ejemplo, del fantástico mundo de la diatomea que la forma. Ciudades enteras como Berlín están construidas sobre ese mundo de fantasía. Tú dando valor a la Naturaleza, hasta al pedacito de barro, pero nosotros, escupiéndote a Ti al catalogarte con la divisa egocéntrica de los bancos.

NOCHE

SÁBADO SANTO

La noticia de este sábado viene hoy de su mismo vacío y de su tiniebla; unos y otros vivimos, así, desangelados como sí tuviéramos un toldo en el corazón. Lo que se toca desde la ausencia de Dios nos pone el guiño en la cara de una comida sin sal. Al compañero de oficina lo vemos tan sólo como un cascarrabias, y al vecino como un mero torturador de nuestros oídos con su aparato de radio. Todos tenemos sed, grietas en los labios, de un algo inconcreto que unos llamamos “paz”, otros “alegría”, muchos “felicidad”.

Mis ojos pardos, son hoy también como dos monedillas. En mitad de la pupila noto turbiamente los tenues redondelitos blancos de unas cataratas. Por dentro, el corazón, a su vez, no ve otra cosa que fantasmas y nubes. Cristo se nos ha ido por entre redobles de «armaos» . De este modo el porvenir no es posible evitarlo, tiene un aire fatalista. El de mi cuerpo da, a su vez, su razón al pesimismo. Tengo sed; mi corazón, reseco, clama por una fuente. Y aquí, a tan sólo unas horas del pedernal que ha de restaurar la luz de nuevo, le digo a Él que venga, y con su fuego de purificación modele su figura en las niñas de mis ojos, para que yo lo vea todo como al trasluz de su silueta.

Leo esto: «Desde el Hilton de Londres, de treinta pisos, se divisa la catedral de Guildford, situada a cuarenta y ocho kilómetros, y se puede tomar el sol, cuando, abajo, la niebla envuelve el resto de la ciudad». Cristo, siempre, nuestro sol.

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