Si bien este texto no lo podemos incardinar en la serie de “Diario de un enfermo”, bien podemos decir que es lo mismo pues habla Lolo de los días que pasan y, como no puede ser de otra forma, de su enfermedad con los muchos tics que tiene…

Al parecer es primavera. Y Manuel Lozano Garrido sabe muy bien que no va a ver nunca las cosas como antes de que perdiera la vista. Sin embargo, toma el ejemplo de las golondrinas que vuelan alto. Y quiere volar, para verse sorprendido “en el aire, el infalible y dorado viento del otoño de la vida”.

De todas formas, sabiendo Lolo lo limitado que es tiene muy claro que debe darse por completo. Y lo sabe porque sabe que dar es amar y porque, en caso de quedar vacío por dentro al entregarse muy bien conoce nuestro amigo que Dios llenará todo el hueco que ha dejado su entrega.

 

Publicado en la revista Enfermos misioneros, en mayo de 1966

 

Todos somos elegidos

Día 7.- Margarita

La primavera, este año, una margarita: que sí, que no, que sí… Parece que a lo mejor la veo, parece que no. Las espinosas peripecias de mi cuerpo, como un carrusel en el invierno, una tras de otra. ¡Cuántas!

– “¡Qué largo el invierno, que corta la vida!”

– “Vaya, hombre, ¿con que ahora ya, la primavera se cuelga de tu balcón como una guirnalda, vas y te estás poniendo sentimental? ¡Arriba el corazón, que está aquí la luz! Primavera, primavera siempre. Fuerza, alegría, esperanza. Vida en los árboles, en las rosas, en los pájaros y también en el corazón. No te preocupes más que de vestir el hoy de flores, que de ellas ha de nacer el fruto de mañana”

Pri-ma-ve-ra. ¡Oh!

Día 9.- Luz

Me preguntan siempre con mucho miedo, por lo que responda: – “¿Ya no ves nada? Pero, ¿ni los bultos?”

Me hago cargo y sé que es terrible el pensamiento de un mundo siempre a oscuras.

-“Bueno todavía noto la luz.”

-“¿Sólo la luz?”

-“¡Sólo la luz, como si fuera poco la luz! Me pongo en la terraza y un rayo de sol se ovilla delante de mis pies, como un perrito lulú. El sol de ahora es como esas luces que siempre llevan las procesiones de Semana Santa, que, donde se ponga un cirio, que se quiten todas las lámparas fluorescentes. No es lo mismo ver una cara del color de las acelgas que notarla refulgir, como los mejores doblones de oro.

Qué elemental es un rayo de sol y, sin embargo, corre el día y se nota que va madurando lentamente, hasta darse en plenitud la caída de la tarde, como una mazorca de maíz. Qué hermoso milagro el de la luz a secas incluso sin perfiles, sin sombras atiborradas de átomos encendidos. Yo me paso ahora muchos ratos emborrachando mis pupilas y abriéndole hueco por entre la enorme telaraña que se teje lentamente en ellas y dejo allí dentro, sustancialmente caliente y vivo, su alegre testimonio. Entonces tocará una campana a mediodía y las pupilas dirán que estamos a medianoche. Cegarán ardientemente las aceras en la siesta de verano y uno vivirá de madrugada. Sin sol, sin luna, sin estrellas, vendado con un pañuelo oscuro, la fe podrá decirme, con el recuerdo de estas horas:

-“¿Sabes? No ves, pero estás rodeado de luz y vives envuelto en llamaradas de esperanza, como esos leones de circo, a los que les pones delante un aro para que den un salto y pasen por el círculo de fuego.”

Día 13.- Golondrinas

¡Qué de golondrinas hay y qué de locas están ahora! Hay que ver el escándalo -el dulce y alegre escándalo- que arman a todas horas. Dan ganas de chistarles de madrugada, para que se callen, como al vigilante de la fábrica, a medianoche, cuando va dando martillazos para comprobar las piezas que se enfrían.
Golondrinas, como cascabeles, anda que te anda la calle, de arriba a abajo, a ras del suelo, sin tocarlo, de mañanita; saltando a la comba de las niñas que cantan lo de “la viudita del Conde Laurel” a la caída de la tarde.

-“Golondrina, ¿qué hora es?”

Ella no contesta. Volar, anidar, gorjear.

¡La hora! Las golondrinas nunca saben la hora ; para ellas es solo “hoy”, “este momento”: sol, risa, vuelo, canciones; para acá, para allá; únicamente hoy. Un aire las trajo, un dulce viento las llevará también algún día. No importa la fecha: será siempre “en su hora”, nunca antes, ni después, en aquélla que está escrita en el gran catálogo celeste de las golondrinas.

-“Golondrina, ¿no te da miedo volar tan cerca, tan cerca del suelo, que, a lo mejor tropiezas?”

-“¡Volar, siempre volar! La vida en el cielo, tan azul y tan ancho, tan suave y glorioso, tomándose a la vez su buen jugo de las cosas de la tierra. El agua que se bebe de una fuente, el grano que se toma de una era, la brizna que se recoge de la calle para un nido.

Sed de los hombres, hambre de los hombres, necesidad del amor de los hombres; gran, necesario y esencial secreto de la vida en la tierra.

Beber, comer y amar, pero a prisa, rozándolo apenas en lo fundamental. Lo importante es subir. Lugar de nuestro corazón, el cielo tan limpio, tan ancho, tan puro, tan glorioso. A la mañana pasa que te pasa; a la tarde, gira que te gira, volando siempre, sin apenas caer en el tiempo, para que nos sorprenda, así en el aire, el infalible y dorado viento del otoño de la vida.

Día 16.- Manos

El médico de la radio dice que a los niños, desde el principio, hay que iniciarlos en el uso de las dos manos. Y creo que tiene más razón que un santo. Aquí estoy yo para demostrarlo. A estas alturas, a uno, no le da ya vergüenza decir que es un zocato. Sus buenos cachetes me ha costado, porque de verdad que era un zurdo rabioso: la cuchara con la izquierda, cortar con las tijeras, igual; pegarle al balón, ídem de lienzo, y menudos goles hacía; así con todo. En la comida me corregí, a fuerza de coscorrones, pero me quedó una rara habilidad con la mano prohibida.
Ea, pues viene la enfermedad, y la mano derecha que se inutiliza, lo primero. ¿Qué hacer entonces? Aquí viene la zurda por sus fueros: empiezo por el tenedor y la pluma y todo a pedir de boca. La primera vez que me puse a escribir lo fue para firmarle a un notario.- “Hala -me dije- ¡si te ha salido ni que pintado!”

Escribe, que te escribe; ya la letra que se asegura y hasta sale más bonita que antes. ¡Palabra!

-“¿Ves tú?- me dije un día-: ¿y te quejabas de chico de eso, casi igual que por ser pecoso? Ya ves lo derecho que te salen los renglones”. Pero la Providencia sí que escribía derecho antes que yo, con sus aparentes hileras torcidas.

Día 19.- Dar

“Te pido, Señor…” “Dame…”

Dame, siempre dame; pedir, exigir; un Dios al que hay que desplumar a cada momento, como a un pavo de pascua.

¿Cuándo: “Te doy…” ;“Aquí tienes…” ;“Te ofrezco…”?

Pero, ¿qué puede dar uno, tan limitado, tan pequeño, tan necesitado? Lo que sea, pero que se note el deseo de dar algo. Lo importante es dar; pues dar, es amar. Dar, así: el corazón, desalojado de “yo”; alargarlo vacío aunque nos duela el eco de la desolación, porque el dolor del hueco que deja en nosotros la generosidad, Dios se compromete a llenarlo con su misma presencia. Apresúrate alma mía.

Día 25.- Cosas

Ni el misal, ni el rosario, ni el crucifijo, los puedo utilizar ya. Corazón, ahora a vivir de tus reservas. ¿Cuidaste de guardar bien y mucho en el granero?

Día 27.- Lechuza

En el vano que hay en el techo de mi cuarto ha hecho su nido una lechuza. Ahora como están los balcones abiertos, siento a media noche, delante, el tosco revolotear de sus alas. Me despierto, a veces, y oigo muy cerca:

-“¡Uuh!“

Una noche, otra, y así durante el tiempo mejor:

-“¡Uuh!“

Su acento es grave, monótono, triste, casi fantasmal, con cierto aire terrorífico del coco que asusta a los chavales.
La lechuza -me digo-, es como el que amaga y no da. ¡Pobre, al fin y al cabo de la lechuza, tan inofensiva, tan mínima, tan intrascendente!
Lechuza, a veces, también los fantasmas de nuestros males. Hacen mucho “¡Uuh!”, agitan sus negras alas, parecen que ya nos comen y resulta que no, que sólo cumplen una misión, para escabullirse después, como esa mía en la gatera.
¡Oh!; ¡quién pudiera ver las preocupaciones tan claras y definidas como la vulgarísima ave nocturna que revolotea delante de mi balcón!

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