Acaba de partir al encuentro con El Padre, nuestra querida Paloma Gómez Borrero, una mujer que si era gran periodista, era aún más grande persona.

Queremos aportar nuestro granito de arena al mundial homenaje que se está haciendo, a su figura, por todo el mundo. Compartiendo dos de sus grandes momentos en la relación con el beato Lolo:

Ella escribió el prólogo del libro de Lolo «Las golondrinas nunca saben la hora» (2ª edición), que a continuación os transcribimos.

Y ella fue la primera periodista que lanzó a la radio la noticia de la declaración de Lolo como venerable, cuando se aprobó la heroicidad de la vida y virtudes. A las dos horas de aprobarse por los cardenales, ¡ella dió la noticia!

Confiados que estará junto a sus queridos S. Juan Pablo II y Lolo, solo nos queda decir: ¡Muchas gracias, Paloma! Por tu gran quehacer periodístico y por tu cercanía y difusión del beato Lolo y su proceso de canonización, Descansa En Paz.

 

Prólogo escrito por Paloma Gómez Borrero

Las Golondrinas nunca saben la hora

A una periodista pueden ocurrirle muchas cosas. Chocante, divertidas, insólitas y hasta peligrosas.

A mí también me han ocurrido. Y de todas las marcas, aunque no sea cosa de sacar a relucir aquí el anecdotario particular.

Pero nunca se cierra el catálogo de lo sorprendente. De hehco, nunca me había ocurrido lo que estoy haciendo en este punto y momento: escribir un prólogo que ya estaba escrito. Y, encima, hacerlo para colocar junto al que antaño escribiera José María Pemán.

En efecto, la primera edición de este libro de Manuel Lozano Garrido, que apareció en 1966, llevaba un hermoso prólogo de Pemán.

¿Cómo poner mi prólogo al lado del suyo, sin que resulte osadía o mentecatez? Y, sin embargo, me animo a pensar que los años transcurridos me brindan alguna ventaje sobre tan ilustre prologuista. Aún siendo tantas las desventajas.

No perderé muchas líneas en demostrar que Yo no soy Pemán. Salta a la vista. Ni su estilo, tan galano y luminoso. Ni su austeridad tan reconocida. Ni la experiencia de haber conocido y tratado al autor del libro. Por desgracia mis caminos cronológicos y profesionales nunca se cruzaron con los de Lolo.

Pero ¿llegó a saber Pemán que aquel periodista a contrapelo de todo, que asombraba ya, desde su corresponsalía abligada de Linares, por la calidad de su literatura y por la firma de su testimonio; llegó a saber Pemán que aquel colega iba para Santo y que pudiera convertirse, en día quizá no muy lejano, en patrono de los periodistas españoles?

Ésa es mi ventaja sobre un prologuista tan aventajado como José María Pemán. Y no es grano de anís. Yo escribo ahora estas líneas, no sólo desde la adminración literaria, sino también desde la devoción cristiana. Incluso desde la gratitud por un ejemplo tan alto de profesionalidad periodística y religiosa como el que dejó Lolo en las páginas que escribió y en las venturas y desventuras que vivió.

¿Acaso no somos todos como las golondrinas, que no saben la y que, para sus idas y venidas, revoloteando sin cesar, no les interesa demasiado saberla?

Tengo la impresión de que la originalidad de Lolo, tan libre, tan ágil y tan desprendido como una golondrina, consistió precisamente en saber su hora. En conocerla y en aceptarla con amor entregado. Soy un hombre de soledades, de dolorosas y no buscadas soledades. La soledad es fecunda. Lo sé, porque a mí me ha desgranado sus espigas en todas las estaciones.

¿Es demasiado vislumbrar, tras esas palabras de Lolo, en este mismo libro, toda una mística del dolor y del amor, del trabajo y de la vida? Impresiona y asombra a quienes, por exigencias de nuestro guión profesional tenemos que andar en trajines continuos, en desplazamientos y movilidades permanentes, esta fijeza de Lolo. Es una fijeza mucho más que geográfica y obligada. Es la fijeza existencial que se alimenta de lo trascendente.

Manuel Lozano Garrido, observador agudo de cuanto ocurría en sus entornos, escritor fino y atildado, testigo de su época y ejemplo de creatividad aún atenazado por la enfermedad, estaba animado por la vivencia de la fe. No se entiende de otro modo el milagro de su existencia, la paradoja de su andante inmovilidad, de su dolor alborozado.

Lolo supo descubrir que el dolor, tocado por la fe, rezuma amor en abundancia.

Quizá al son de una experiencia tan paradójica como la suya eligió para lema de éste su libro aquella expresión de Santa Teresa de Jesús: «Cuanto menos veo, más creo».

También en clave de paradoja tendré yo que consignar que si no lo veo no lo creo, que no me explico cómo he podido escribir este prólogo que ya escribiera Pemán con tantos méritos superiores a los míos. Quizás convenga desvelar que me he sentido prendada y subyugada por el poder de la súplica que expresó Lolo en la última línea de este libro por tantas razones admirable: Ya es de noche, siempre de noche. Que sea, en cambio, mediodía también en mi corazón.

Paloma Gómez Borrero

Roma, junio 2000
Jubileo de los Periodistas

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