Cuando Lolo muestra y demuestra lo que es, a saber, un periodista de raza, es (también) cuando escribe sobre un tema que, aparentemente, puede parecer poca cosa. Y es que le ha llegado la noticia de que han llegado las nieves, que ha nevado. Y cualquiera podría decir algo así como «Bah, lo mismo de siempre». Sin embargo Manuel Lozano Garrido extiende su fe, incluso, hasta la misma nieve.

Nevar representa, puede hacerlo, mucho en el campo de la fe: limpieza, pulcritud o, en fin… todo eso de lo que escribe Lolo y que, bien mirado, hace que ante una nevada vayamos más allá de lo que la misma representa.

Y, como no podía faltar en alguien con un sentido de la moralidad intachable (la de entonces y de la que debería seguir siendo como tal) no duda lo más mínimo en lanzar un mensaje hacia aquellas señoritas que, digamos, iban un tanto desvestidas…

 

 

Publicado en la revista Signo, el 24 de marzo de 1962

 

Sobre el amasijo de noticias en pugna, una antigua como el mundo pero que periódicamente se aproxima con una verdad o un matiz hasta entonces inexpresado, se nos ha alzado con el cetro efímero de la actualidad: la caída de las primeras nieves.

Siempre que este hecho se da, invariablemente nos produce una sensación de sorpresa, fuente a su vez de meditaciones e interrogantes. De entre ellas, dos han detenido hoy nuestra atención: ¿Qué tendrá la nieve que siempre se acompaña de un florecimiento de alegría? ¿Es ella solo un simple fenómeno climático? Porque lo cierto es que desde que nuestros ojos niños se hicieron a la estampa de un paisaje nevado, cuando el invierno nos envía alguna de sus lluvias blancas, sentimos en el corazón impulsos de infancias renacidas y en el alma el aldabonazo de un mensaje providencial.

Y es que, en la nieve, ha concatenado Dios símbolos y recuerdos que perfilan su personalidad en el campo de las cosas de predilección divina. La nieve es blanca como la verdad, luminosa como la fe, inmaculada como la castidad, incontenible como el amor. Con nieve se rubricó un día la complacencia divina a la profesión religiosa de Teresita de Lisieux y la huella virginal de tantas apariciones marianas –Bayeux, Roma -, así como el hecho inicial de la Redención, se encuadran en una panorámica inmensamente blanca.

De aquí que la nieve casi siempre tenga un mensaje o un destino que cumplir. A veces será el más ecuménico de todos los destinos; otras, simplemente una llamada intima que el excesivo afán puede hacer inoperante. Pero en todo momento la suerte estará en tener el oído atento a su voz providencial.

Y hoy, ¿nos dirá algo la nieve?

Alguien ha dicho que en verano debió de nacer el demonio y que por eso se conserva tan caliente. La verdad del axioma se palpa aún en estos meses de transición. Tal vez, el pasado estío, contemplado desde un solo punto de vista de la moral pública –el “atuendo” femenino- haya sido el de cosecha luciferina más ubérrima. Por eso hemos pensado que quizá radique aquí la explicación de estas nieves, desconcertantes por prematuras, que se han enseñoreado de la actualidad. ¿No será que el Señor, cansado de tantas admoniciones inutilizadas, habrá decidido cortar con una diagonal de nieve -¡precisamente de nieve, tan significativamente antagónica!- la inmoralidad reinante? Porque en lo sucesivo se va a invertir el cuento del palurdo, que únicamente se despojó del abrigo en última instancia por los rigores de un sol de fuego. “¡Mis ropas; mis mangas!”…estarán diciendo a estas alturas muchas chicas que abusaron del “deshabillé” en el vestir. Y una vez más tendremos que bendecir a la hermana nieve, que en su lista de beneficios se ha apuntado este último tanto de cercenar una desnudez repelente.

Nos ha sido simpático este parte meteorológico que cacareó la primera nevada. En lo sucesivo le perdonaremos sus veleidades pasadas y hasta pedimos a Dios que le conceda el reinado de los noticiarios. No queremos pensar que al puerto de la Bonaigua se le llame alguna vez la cota número tantos.

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