Al igual que en las disparadas de fuegos artificiales hay un momento en el que, al finalizar la misma se produce un atronador final, lo mismo pasa con este artículo de Lolo. Y es que el cohete más retumbante se lo guarda para el final: un aniversario.
El aniversario no es otro que el cumplimiento de los 25 años desde que, suponemos, le diagnosticaron la que padecería el resto de su vida. Se retrotrae Manuel hasta 1942 cuando le dijeron que lo suyo… no tenía arreglo.
Sin embargo, este hombre llamado Lolo tiene un corazón muy grande. Por eso todo en todo este tiempo pasado (y suponemos en el que le quedaba de vida) tiene mucha más importancia la alegría, la esperanza y la ilusión. ¡Ahí queda eso!
Publicado en la revista Enfermos misioneros, en octubre de 1967
El año 25
Día 4.- Cumpleaños
Pienso que el día de hoy es de esos que bien merecen una tarta de cumpleaños del tamaño de la plaza de toros que hay aquí cerca. Lo tengo anotado en la agendilla desde el mismo comienzo del año, con un 25 verde tan grande en el 4 de este mes que parece una catedral y así se note bien desde la misma cuesta de enero, animando en los achuchones de esta temporada, que está resultando de bandera.
Veinticinco años, seis pesetas y un real, al modo de contar de los gitanos, ¿no vienen a hacer lo que comúnmente se suele llamar unas bodas de plata?
Mas, bodas ¿de quién, de qué o con qué? ¿De una vida? ¿Tal vez de la mía? No, porque así casi tendría la edad de un «ye-yé», que no es de despreciar, por cierto, aun contando con las barbas, pero la verdad es que a uno ya le pintan las canas.
De lo que cumplo años es, de hecho, de eso tan inesperado y sorprendente como es la llegada del dolor que, peor que las mujeres, más que tardar, ya nunca se despide de nosotros.
En estos días en que se iba acercando la fecha he ido proyectando lentamente en la imaginación la ya larga y, no por menos, impresionante película de mi vida a lo largo de cinco lustros. Como ahora ando en un trabajo de estadísticas, tiro espontáneamente de pluma y me salen 9.125 días, que a su vez suponen 788 millones de segundos, algo escalofriante si caigo en el invisible alfiler atravesado que no hay ninguno que no tenga. Caballito galopante, mi corazón ha tenido para cada golpe de su trotecillo una hiriente espuela clavada hasta los mismísimos ijares. Es así que el día de hoy tendría que ser uno de esos en los que uno saca con prisa su gabán y se lo pone, porque no puede resistir el primer repelugno del invierno.
Y, sin embargo, el «clima» de mi corazón no es, ni por asomo, ese. No hace más de media hora que yo mismo me he sorprendido delante del teléfono encargando unos pasteles a la confitería, con el pretexto de que también hoy es el cumpleaños de mi hermana y esto merece una celebración.
«Pero ¿estás loco? -me he dicho-. ¿No debieras hacer hoy como tus abuelos en los días de luto, que cerraban la cancela y se ponían a rezar funerales? ¡Con la de cosas que se te han ido…!»
Sí, es verdad que se han escabullido muchas cosas: las oposiciones que por entonces preparaba, mi colocación, la carrera y, no digamos, la juventud, tan repleta de ilusiones de amor, empeños, conquistas y esperanzas, sin olvidar esta viva morada que es mi cuerpo, aprisionado totalmente por el duro y seco abrazo de una hiedra impalpable. Pero la vida, sea la que sea y de quien sea, será siempre un camino de ilusión y de esperanza, con sus baches, revueltas o señalizaciones y en el de mi corazón sólo destacan hoy los árboles. ¡Qué duro sufrir, tanto y todos los días, pero, también, qué hermoso vivir cuando, por encima del vendaval, sobrevive la más auténtica esperanza! Al periodista que se inquieta dentro de uno le ha picado hoy también el venenillo de la profesión y se ha puesto a buscar esa hora sincera que es la verdad de sus propias entrañas y aquí está el propio corazón, en esa cirugía que es una entrevista:
-Haz balance, le digo. Empieza por el ángulo negro.
-5 pulmonías, 80 cálculos, 2.000 inyecciones, piernas, brazos, ojos y un etcétera muy amplio, más todo eso que caracteriza una invalidez: ausencia de calles, paseos, convivencia, oportunidades…
-Ahora lo positivo, el mediodía.
-Que es, sinceramente, bastante más que lo que ha desaparecido. Tengo que reconocer que me encuentro con tres cosas por las que ‘París bien vale una misa’: mi vocación de escritor, la dulce y permanente compañía de un corazón y el acercamiento de Dios, un Dios próximo y prójimo. ¿Qué traducción cabe de estas cosas, si no la esperanza, la ilusión y la alegría?
-Situaciones difíciles.
-¡Tantas! Diría que todas. No hay ni una sola en la que no se pueda acusar la debilidad humana, pero tampoco falta la conciencia de una fortaleza extraordinaria, que irrumpe en nosotros desde el momento en que, confesada nuestra limitación, pedimos la ayuda de la Gracia. Quizá los peores momentos, no sean los que nacen de nuestra impotencia física. La de la invalidez es una herida que, incluso, el propio instinto, ayuda a cicatrizar. A veces duele menos que, por ejemplo, notar nuestro dolor que se refleja en la vida de los que nos rodean.
-¿Qué es, de hecho, el dolor?
-Físicamente puede que un grito. Espiritualmente, un encuentro genuino con nuestra propia verdad o un arroyo de agua clara donde uno puede ver hasta lo más recóndito de sus entrañas.
-¿Y un misterio?
-Pues sí, incluso con ciertas tinieblas que puede que nunca veamos rasgadas, pero, cuando menos, siempre se dispone de alguna rendija con la que hacer una interpretación.
-¿Culpable o elegido?
-Puede que las dos cosas o que, a su vez, ninguna; depende de la desesperación, el orgullo o la humildad, pero apenas importa. Más allá de las razones está el hecho real de servir entonces de molde a un Dios también en Cruz generosamente.
-¿Por qué el dolor es mudo?
-Porque las grandes verdades de amor siempre se dicen en silencio.
-Silencio y soledad, ¿un dolor o una gracia?
-La soledad, como la alegría, no son en sí ni malas ni buenas, sino que se valorizan por la asimilación y el giro que les damos. Nadie que tenga a los demás en su corazón deberá sentirse nunca solo. Yo le debo a las horas solitarias los mejores hallazgos espirituales y aun profesionales.
-El aburrimiento, ¿qué papel cuenta en una vida?
-En la mía no ha contado hasta ahora. Lo digo con gratitud. Puede que a otros de más merecimientos Dios les haya reservado esa prueba, pero también pienso que quien ha sabido conservar la ilusión en sus entrañas ha dejado también consigo el manantial de no pocas alegrías.
-¿Escuecen los recuerdos? ¿Estimula el porvenir?
-Es más constructivo el momento que se vive, porque siempre ofrece la oportunidad de encender la luz que aleje las tinieblas.
-Las lágrimas, ¿no tienen también sus oportunidades?
-Pero, si está Dios en ellas, pasa como con las de las bodas y bautizos, que son de alegría.
-¿Dios cómo se siente en el sufrimiento?
-En la impresionante humildad e identidad de la Cruz y, a la vez, en la impresionante ternura de un Padre que comparte nuestro dolor. En esta encrucijada como mejor se manifiesta es en su Providencia.
-¿Qué temor o qué esperanza puede traer el año 26?
-El miedo puede tener, y tiene, científicamente, bastantes perfiles muy concretos, pero también, repito, confío y espero en aquel grito de san Pedro desde la barca: «¡Señor, mándame pasar sobre las aguas!»
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Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
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