A Lolo le gusta mucho la Navidad. Y es que en muchas ocasiones escribe sobre la misma y sobre la influencia que ha de tener en nuestras vidas. Pero ahora lo hace de una forma especial: la trae a su presente para demostrar que aquel Niño que nació en Belén está muy cerca y muy presente.
A Lolo también le gusta mucho Tíscar, sus montañas y todo lo que rodea a tan buen sitio. Por eso nos trae en este artículo a tres representantes de aquel lugar: tres niños que, en su situación, bien vale la pena tenerlos en cuenta.
El Mudo, Estefanilla y Ñoño (a quien años más tarde escribiría un cuento del que en imagen ponemos parte de su portada) son ejemplos de que es posible estar en una situación de vida muy mejorable y no dejar de demostrar que Dios habita en sus corazones de una forma muy directa y demostrable.
Recomendamos todo lo que ahora viene, estas maravillosas letras escritas por Lolo para deleite y conciencia de nuestro corazón.
Publicado en la revista Cruzada, en octubre-noviembre de 1958
El “ñoño”, el “mudo” y la “estefanilla”, aún esperan redención.
Cuando llega una feria, los pueblos la anuncian con un desfile de Gigantes. Asimismo, aún hay sitios donde los llorones van al lado de los entierros para que se “vea” lo triste que es la muerte. Yo creo que también hay palabras Cabezudos y palabras Plañideras, en las que el azúcar y la sal que contienen rezuman por la estilográfica hasta quedarse quietas en la venilla de tinta con que se tallan las letras. Por la L, la U y la T de luto chorrean ríos de cera y lágrimas que caen sonoramente sobre el redondel de la O con la contundencia de un toque funeral. La I de alegría es como un cohete que estalla en el punto redondo con la fuerza y el color de una hora de feria.
VACACIONES CON CASTAÑUELAS
Vacaciones, tiene, a su vez, diez letras, en cada una de las cuales aceptaríais que ahora colgara un cascabel y hasta algún farolillo de verbena. En estos días, en vacaciones hay como un duende que se os enreda en el sueño y que sorprendéis en la mente al clavar los ojos en el techo durante el estudio. Planes y planes se os cuecen ya en la cabeza. El futbolín, la T.V., los tebeos y las andanzas con Julito bullen y bullen con alboroto y con fiebre, junto a otros proyectos, entre los que ocupa un lugar de privilegio la instalación del Nacimiento. Año por año, junto a papá, habéis ido cumpliendo el hermoso rito y ahora sentís la trascendencia y la mágica emoción de toda una herencia familiar. Tal vez sea una tarde próxima de sábado cuando, aprovechando la semana inglesa de papá, subáis los dos hasta el desván en busca de un cajón al que nadie hizo caso durante el año. Bajo una tapa polvorienta, unas veces, tú, otras él, iréis sacando de entre las virutas la mujer vieja que hace migas bajo la parra, el viejo de la fogata, el paje verde de Baltasar y el pastor que lleva reposadamente un cordero sobre los hombros. Para cada uno puede que determinada figura tenga un significado propio, que os dio la cosa especial que vivisteis una Nochebuena o la leyenda creada sobre cierto personaje. Y si al fin os cae en la mano la cabeza quebrada de un zagal, habréis sentido como si algo muy íntimo y delicioso se os hiciera añicos en el lugar del corazón.
Y es que habrá que estar con vosotros cuando penséis que bajo el barro y la purpurina late a su vez, una vida, como sobre la arcilla de nuestro cuerpo palpita el soplo y el alma que Dios nos infundió. Es en efecto, que ellos representan a los mismos hombres amorosos y sufridos que un día afluyeran a Belén porque el dolor y el frío, la piedra por almohada y los zagales con hambre no bastaron a minarles la creencia en un Dios-Niño y la milagrosa generosidad de la pobreza. Sobre cada una de esas peanas que tus ahorrillos o el regalo de mamá han ido rescatando del puesto de zambombas la fe nos ha de hacer ver la realidad de aquellas criaturas que enmarcaron al hecho más grande de la Historia y el intenso escozor de su arista diaria. Cuando ya os va cristalizando la reflexión de la juventud, del Misterio debemos tomar hoy el hecho cierto de que, con su encarnación, Cristo vino a compartir la herida y la angustia del hombre de todos los tiempos.
¡UN BELÉN ATÓMICO!
A mí, que siempre he sido un entusiasta de la precisión histórica, me sentó mal el día en que mi hermano menor colocó en el portal un vendedor de globitos de feria. Si no le hubiese detenido también habría encajado su tanque oruga, la pistola interplanetaria y hasta las vías del tren eléctrico. Sin embargo, confieso que ahora mismo he pensado con cariño en un Nacimiento con repartidores de periódicos, mecánicos y hombres de hatillo y carburo. Porque Cristo nace, vive y muere cada día y siempre, unas veces entre túnicas hebreas y ahora mismo junto al obrero que trabaja en el “ciclotón” o el que golpea el remoche de una lavadora. Entre tantas cosas bellas, cuenta también en la Redención el eterno sentido vigente que gravita sobre ti, sobre mí y sobre ese chaval que mendiguea en una noche de nieve. Belén puede tener una actualidad de cuatro cifras y los niños la misma necesidad de Dios bajo una trenca o la leve camisilla deshilachada.
Sin embargo yo no he venido ahora a darle un alegre papirotazo a todo ese mundo convencional que levantáis sobre la mesa de corte de vuestra hermana. Continuad saboreando el nuevo efecto de luces y aquí tenéis mi mano de amigo. Lo que sí quiero es que desde este momento empecéis ya a proyectar sobre vuestro tiempo la misión social de la Encarnación y veáis en los hombres de cayado y zurrón a esos otros de fiambrera y tenazas con los que os cruzáis cada mañana y cuyo sudor y angustia están aún muy lejos de los de Cristo en el taller y en la Cruz.
CON MONTAÑAS DE VERDAD
De verdad de verdad, como esas montañas que intentáis modelando cartón reblandecido, como los ríos que imitáis con platilla y cristal a los valles prefigurados con harina, de verdad, de verdad hay también Nacimientos en la Naturaleza. Uno los ha soñado tantas veces que no puede evitar un escalofrío al pasar la vista por las cumbres, andar las mismas veredas, cruzar los riachuelos, oír triscar a los corderillos y palpar en las gentes la misma esperanza mesiánica con lenguaje de nuestra hora. En España mismo, en Tíscar (Jaén) los hay y yo os aconsejaría que, como hizo un amigo que ganó un premio con la idea, fuerais allí y los llevarais luego a vuestro tablado, os alegraría, pero no olvidéis entonces la hermosa oportunidad de conocer a tantas criaturas que, entre miserias y privaciones conservan limpia la confianza de que nosotros las llevaremos a Cristo para que nazca en sus corazones.
TISCAR TIENE UNA GRUTA
La Geografía dice que el Guadalquivir nace en la Sierra de Cazorla. Yo puntualizaría más: en el término de Quesada, que hasta le da su nombre en Sierra propia. Más debajo de la afluencia del padre Betis está el Santuario de Tíscar, ese fantástico Belén que os anuncio. Es el mismo, pero gigante, que siempre deseamos crear en miniatura. Nada falta allí, ni el castillo -¿de Herodes? – soberbio sobre la cumbre, el ganado sesteando por las laderas, el molino, un puente sobre un río pequeño que canta bajo las estrellas, las mujeres que lavan y tienden sobre el romero, una cueva grande, maravillosa y tibia, para un Niño que esperan, y las casitas, claras y simples, enquistadas en las pendientes. La mano de Dios ha sido pródiga al reproducir el paisaje de su nacimiento. Ahora mismo hay allí hasta un viento que ulula sobre la nieve mientras en el cielo brilla escandalosamente un colosal lucero con aire de estrella errante.
Pero, con todo, lo más impresionante de Tíscar son los hombres, mujeres y niños que allí viven, con su andar lento, como a la expectante inminencia de un milagro. Los niños, sobre todo, son idénticos en el trabajo a los de Belén y con la misma necesidad de redención que los que un día vivieron el anuncio del Ángel. Allí están el Pedrillo, que guarda cerdos y no conoce la cartilla; Ramoncico, el del guarda forestal, que vive en el bosque y pasa nueve meses sin ver persona; Tisquillas, con mal de Pott, que sube al monte por leña; Isabelilla, el Consuelo, Geraldillo, José y tantos a los que hablar de un juguete mecánico, de calefacción, dulces y aulas es como elucubrar sobre la vida de los marcianos. Como muestra, he aquí las historias de otros tres.
EL “MUDO”
Tuvo la culpa, al nacer, una meningitis. Lo cierto es que ahora, cuando retumba la tormenta y las piedras ruedan por las vertientes, Ángel, el “Mudo”, permanece impasible porque sus oídos quedaron insensibilizados para siempre. Un día, desde la línea del Castillo donde se había encaramado para cortarles leña, su padre cayó, dejándoles en orfandad. Desde entonces, Ángel y sus hermanos tuvieron que arrancarle su pan a la vida. Él, sin ninguna protección ni guía, aullaba por los caminos como una fiera salvaje. Con todo, la lucha no pudo nunca arrancarle la simpatía que Dios le había prodigado y una sonrisa que le bulle siempre en los labios. Un hombre excelente, un buen magistrado, le vio un día y acertó a llevarle al Colegio Nacional de Sordomudos. Si en alguna ocasión vais allá, él os saludará, ahora con elegancia, y después sonreirá sin cortapisas. Últimamente, en las vacaciones de verano, el “Mudo” ayuda en lo que puede a la madre viuda. Allí me lo encontré hace unos meses, sudando y encorvado bajo el peso de una amplia carga en las espaldas. Con el pulgar y el índice me hizo un círculo –el sol – que, escondía tras de la otra palma vertical, con lo que quería decir que había salido antes del amanecer. Al fin sacó un papel, en el que leí: “Vale por cuatro pesetas, importe de una carga de espliego, que entrega”. (¡Cuatro pesetas una jornada!). Y sonreía.
LA “ESTEFANILLA”
Estéfana lleva siempre en la cabeza un pañuelo descolorido y de unas zancadas que para sí las quisiera el Gigante de las Siete Leguas. La Cañada, donde la chiquilla tiene la “planta”, está bien alta, lejana y solitaria. Allá no se oye otro sonido que el del viento, los grajos y el tejón. Como las zorras y víboras acechan el ganado, ella sube antes que amanezca y en el chozo se pasa el día de invierno y el de verano, con un metro de nieve o bajo un sol achicharrante. Su gran ilusión fue siempre ir a la escuela para algún día leer de corrido. La “Merguiza”, su madre, que podría mandarla, opina que es más provechoso guardar y guardar duros en un calcetín. Estefanilla, que acepta la adversidad, se lleva cada día al monte su “Rayas” y los papeles que pilla y a todas horas deletrea los renglones. La última vez que la vi me dejó un denso sabor amargo. Con todo su peligro, desde entonces ya no pienso en las alimañas y sí en los hombres que rondan los caminos y pueden acecharla. Porque Estefanilla –catorce años – ya va siendo mujer y las veredas siguen siendo lejanas y solitarias. Aunque las calzas de la “Merguiza” aumenten de día en día.
EL “ÑOÑO”
Antoñillo, el de Bernarda –siete años – tiene el pelo y el corazón como un ascua de oro y unos ojos grandes, claros y limpios, que sostienen la mirada con la terquedad de la inocencia. Si al candor hubiera que darle una figura concreta, yo elegiría esas pupilas azules por las que se ve hasta el último pliegue de un alma. El “Ñoño”, con su ingenuidad y su desprendimiento, hace pensar en un arcángel de Dios de servicio particular que hubiera venido a algo transitorio, por ejemplo, ganar un jubileo en un Lourdes escondido de España. De dos caramelos -¡caramelos, Estefanilla! – uno lo dará él siempre a quien más lo necesite. Recados de tres kilómetros los hace con alegría y conformidad escalofriantes. Entre los encargos, cuidar las gallinas y otras zarandajas, al “Ñoño” se le iban los días sin ir a la escuela. Su madre –infeliz – obraba con un sentido práctico en el que no contaba la educación. Al fin, una mañana cedió al ruego del maestro y el chaval rubiales y pecoso se encaramó en quince mañanas en la cabecera de la clase. Como premio, “Ñoño” hizo la Primera Comunión, con un pantaloncillo gris y un lazo hecho de un estadal de la romería, pero con un divino fulgor en las pupilas. Yo le besé en la frente y conservo con ahínco la serena beatitud de la mirada. Desde entonces me niego a pensar en la piara de cerdos que, como guardián, será su destino o en la escuela que perderá para siempre. No hago más que pedir a Dios que le conserve siempre como un ángel invicto para que nosotros podamos gozar del hermoso espectáculo de su pupila inocente.
AHORA, AL PORTAL
Y ya está. Si vuelves a repasar esto en un día de Navidad, sólo te ruego que te acerques allí, junto a la Mula y al Buey, y tributes al Niño una oración de agradecimiento por el don gratuito de la fe cierta, la vida orientada y unos padres y educadores responsabilizados. Luego detente también un poco en los que Él ha querido que le acompañen por un sendero de espinas y a los que alguna vez puedes llevar su semilla de redención.
Entradas relacionadas

Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
Etiquetas: Revista Cruzada