El amor a la Madre de Dios lo expresa Lolo en muchos de sus escritos pero, sobre todo, en su propia vida. Y lo hace como sabe hacerlo quien tiene a la Madre en el corazón. Y no podía ser menos que dedicar su verbo a pedir, sencillamente, la coronación de la Virgen de Linarejos.

Poco a poco va escanciando Manuel Lozano Garrido, en este artículo, las causas pero, sobre todo, los motivos por los cuales cree que tres años después (1957 pues en 1757 fue nombraba la Virgen patrona de Linares) de cuando escribe este artículo, sería un buen momento para la Coronación de la Virgen en la advocación de Linarejos.

Lo pide eso Lolo justificando que se dan las condiciones espirituales para que tal acontecimiento tenga lugar, precisamente, en 1957. Sin embargo, debemos decir que la cosa no sucedió así sino que sería el 11 de febrero de 2004 cuando se produciría un acontecimiento de tal envergadura. Pero Lolo, como vemos, lo tenía más que claro.

 

 

Publicado en “Cruzada”, en octubre-noviembre de 1954.

 

El corazón de la Humanidad creyente está hoy prendido de unos ojos -los de María- a los que, en frase del Dante, “Dios ama y venera”. En buenas manos ha puesto, pues, la religiosidad de ahora su esperanza, porque Ella “no sólo socorre al que la implora, sino que muchas veces se anticipa espontáneamente a la súplica”.

Es por esto por lo que, del uno al otro confín, infinitas almas se arrodillan para implorar una salvación que, indefectiblemente, ha de llegar. Un día es el rosario escenificado del P. Peytón, que aglutina a las muchedumbres; o ese otro policromado de Monseñor Sheen; otro, cierto congreso, nutridas peregrinaciones, hasta en los santuarios del Silencio; fiestas, como la de la Realeza, y tantos otros, que se engarzan como las cuentas de un rosario colosal para subir al Cielo y revertir después en lluvia de bendiciones.

España, “la nación más devota de María y la de más fervoroso culto a la Inmaculada Concepción” (Pío IX) no podía faltar a la cita. Las fechas marianas estaban aquí, por derecho propio, abocadas a una gran popularidad. Como así ha sido. Una serie de fechas emotivas han dado pie a un reconocimiento de la Santa Sede que loa, sin regateos, la mariología española.

También Linares, en la medida de sus fuerzas, se ha asociado a la exaltación universal. Está aún reciente el cortejo masivo que acompañó a María a su santuario; y el recién inaugurado monumento a la Inmaculada afirma la continuidad fervorosa.

Ha sido el deseo de valorizar comparativamente lo que hagamos por nuestra Madre con lo que Ella realiza por nosotros y de corresponder en lo posible a lo que en su dulce advocación de Linarejos escancia continuamente, el que nos ha movido a analizar el Año Mariano para hallar, en lo local, el hueco de una omisión trascendente: el de la coronación canónica de la Virgen de Linarejos, sueño largamente acariciado, que debió estar enmarcado como una señalada efemérides de este año de gracia.

Cuando se constata nuestro historial mariano con el ya reconocido de otros pueblos y arroja un saldo favorable; cuando un pueblo se hace riada que vitorea a la eterna Guardiana de la ciudad; cuando se computan las fechas de una devoción antiquísima, difícilmente se alcanza cómo hasta ahora no se “trabajó” una coronación canónica a la que Roma hubiera otorgado complacida, como lo ha hecho a esas diez Vírgenes guipuzcoanas o a las de Tíscar, Puich, Villalpando, Valvanera o Blanca.

¿QUÉ ES LA CORONACIÓN CANÓNICA?

La oportunidad de coronar canónicamente a una Virgen es un privilegio pontificio por el que oficial y solemnemente se reconoce a una imagen una soberanía “de jure” que de hecho venía ejerciendo con el beneplácito, la sumisión fervorosa y el respeto acreditado de los súbditos.

En lo espiritual, la concesión representa una coyuntura de remoción cristiana y un futuro de copiosas bendiciones.

Y fundamentalmente, es un compromiso por el que cierta comunidad cristiana sella un pacto formal con la Virgen, que obliga a la mutua dedicación; comprometidos a venerarla y glorificar a Dios instaurando una vida cristiana, Ella corresponde acentuando su favor proteccionista. Por la naturaleza de la alianza y la necesidad de impedir su no cumplimiento, es normal que la Iglesia asegure la invulnerabilidad exigiendo pruebas que avalen el deseo de perseverar. A los naturales agravios que infiere el pecado, no se puede añadir la ruptura de tan solemne compromiso. En lo esencial, estos requisitos se reducen a:

1º.- Antigüedad probada de culto a la advocación que se desea honrar y, a ser posible, de su imagen.

2º.- Devoción acrisolada, con proyección sobre las obras, que se considera ideal si ha sido transmitida de generación en generación y tiene determinada resonancia, no ceñida al ámbito local.

Estas premisas cabe alterarlas en casos como el de Ntra. Sra. de Fátima que, por las circunstancias extraordinarias de su aparición, hubo de saltar al segundo epígrafe por su abrumadora fuerza.

Sinteticemos las características de la devoción a Ntra. Sra. de Linarejos y saquemos consecuencias en orden a sus posibilidades de coronación.

ANTIGÜEDAD DEL CULTO

El fallecido historiador señor Ramírez sustentaba una teoría de gran verosimilitud. Según él, cuando la invasión bárbara del año 409 se daba ya culto en la provincia a cierto número de imágenes que gozaban de gran veneración. El vandalismo que acompañó a los usurpadores forzó a muchos cristianos a buscar seguridad en rincones apartados de la sierra. Ni que decir tiene que con ellos marcharían las Vírgenes queridas, que fueron ocultadas para impedir su profanación. Andando los años y extinguidas las generaciones que salvaguardaran las efigies, la Reconquista inició un paréntesis de seguridad, a la sombra del cual la Virgen dictó su presencia valiéndose del milagro. Así surgen al culto imágenes como las de la Cabeza, Zocueca, Baños de la Encina y Linarejos, que se suceden en un espacio de tiempo relativamente breve.

Cierta o no la versión, ya sí se puede partir con seguridad del 1227, fecha de la aparición, para cimentar un acontecer que tiene a Linarejos por centro. Si del hecho no es posible alcanzar una certificación literal de entonces, si tenemos el peso de una tradición unánime que se confirma con hechos históricos, como el de la existencia de la Virgen de Linarejos de Córdoba, allá llevada por los conquistadores fernandinos, y la construcción de la capilla, de la que deben existir testimonios que certifican obras de restauración en 1258.

De entonces a acá, los documentos se escalonan ya con reiteración y, aunque alguno tal vez sufriese extravío por la penuria en que siempre estuvieron nuestros archivos, quedan transcripciones como las realizadas por el señor Ramírez.

De 1600 y 1613 son sendos documentos del entonces Obispo de Jaén; del siglo XVII es la extendida y veraz versión romanceada. De 1638 a 1666, en que se inaugura oficialmente, se construye el segundo templo más amplio; D. Miguel Cobo historiaba en 1799 a la Virgen, utilizando, entre otros, antecedentes de Jerónimo de Villergas.

Finalmente, he aquí un fragmente oficial del texto redactado en 1757 por el Obispo, Fray Benito Marín; con Sánchez Caballero lo consideramos como la carta magna de nuestros derechos marianos: “…Habiendo tenido por protectora y especial patrona a la Stma. Virgen Ntra. Sra. de Linarejos, que se venera en su santuario extramuros de dicha Villa de inmemorial tiempo a esta parte, como consta de los documentos de nuestra comisión recibidos…”

Sumariamente, este es el puñado de documentos que concluye con la tradición en la fecha de 1227. Hay también analogía cronológica con el itinerario conquistador del Rey Santo y la huella de la imagen militante de Córdoba. Una comisión al caso recopilaría textos abrumadores.

Puntualizamos este aspecto, no sin antes advertir que sería factible salvar el obstáculo de la imagen desaparecida, puesto que en idéntica situación se encontraba la de Tíscar, recién coronada.

ARRAIGO DE NUESTRA DEVOCIÓN

Un no experto catador de virtudes, puede sufrir espejismos si trata de calibrar nuestro fervor mariano relacionándolo con el de otras localidades. Sin caer en el menosprecio, sí cabe afirmar cierto matiz que no es característico. No cabe buscar aquí la exteriorización ruidosa. La veneración local es hacia lo interior y, por lo tanto, con repercusiones sobre el actuar y el sentir. Devoción, pues, consecuente. El que va al Santuario sabe que tiene que rubricar con actos la oración que murmura. Quien se abstiene es porque siente en el corazón el gusano roedor de la impotencia. Pero, a su vez, cuando urge que el estruendo se haga plebiscito, también Linarejos sabe cumplir como bueno. Ciertas fechas muy actuales lo avalan.

De la complacencia de María a esta fe hablan los numerosos milagros con que siempre nos favoreció. También tiene Ella su proyección; ahí están el corazón cautivo de Fernando III, la ambrosía que rezuman los versos de Fray Pedro de Padilla, el linarense poeta de la Asunción, y la devoción cordobesa.

EL CENTENARIO A LA VISTA

Es, pues, necesaria, la coronación; bastaría considerar las bendiciones que ha de depositar a esta hora crítica para llevarla adelante. Pero también, objetivamente, es factible; hay que consumarla, constituyendo ahora las oportunas comisiones.

A la vista tenemos una fecha conmemorable: el segundo Centenario de la proclamación como Patrona de la Ciudad de la Virgen de Linarejos, que se cumple en 1957; si ese día ciñéramos, al fin, las sienes virginales con una corona de refrendo pontificio, Linares habría ganado un lugar señero en el corazón de María.

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