Publicación original: Boletín Asociación Amigos de Lolo nº 34 , octubre de 2002 por Blanca Aguilar Liébana, autora del cómic sobre Lolo de título “El secreto de Lolo” -en la imagen-
Es cierto y verdad que en este artículo no se habla de Lolo, digamos, refiriéndose a algún particular aspecto de su vida y milagros. Sin embargo, lo escribió alguien que también es una gran amiga de Lolo.
Blanca Aguilar Liébana es autora del cómic sobre la vida de Lolo que lleva por título “El secreto de Lolo”. Y sólo por eso es bueno que sepamos cómo influyó en su vida el Beato de Linares.
Todo sucedió en un día de visita a Linares. Hizo lo propio con los Amigos de Lolo y, claro, con Lucy, la todo-todo de Lolo. Y por eso sintió en casa de Lolo a Lolo mismo en la seguridad de que estaba allí con ella y con todo aquel que entonces allí se personó.
Hace algo más de un mes me desplacé a Linares para encontrarme con mis amigos de esta asociación. Mientras conducía me embargaba la pereza, y pensaba en volver cuanto antes porque la mitad de mi familia estaba enferma. No me imaginaba yo el rato tan agradable que me esperaba.
Cuando llegué encontré una escena que ya empieza a ser familiar en mi retina: un nutrido grupo de señores abarrotando el despachito, una «chica» entre todos ellos, y la mesa «presidencial» vacía, esperándome a mí, precisamente. A pesar de ello siempre me impacta ese respeto y ese cariño que inunda la sala cuando yo estoy, sobre todo porque no lo merezco, porque yo no le llego a ninguno de ellos a la altura de la zapatilla.
Disfruté como una niña dedicando libros de El Secreto de Lolo, sobre todo porque pude conocer a cada uno de ellos un poco mejor. El día de la presentación del mismo prefirieron ocupar un segundo plano y dejar a otras personas que se acercaran a conocer a Lolo, y por eso han esperado tanto para tener un libro dedicado.
Después habían preparado una merendilla en un restaurante cercano, con café y dulces. Fue el momento de la charla y de la risa. Y, claro está, no estaba dispuesta a irme sin conocer a Lucy, a pesar de que ya era tardísimo. Algunos miembros de la asociación me acompañaron a su casa y compartieron con nosotros uno de esos ratos que no se olvidan nunca, de palabras al corazón, de abrazos, besos, gestos y miradas llenas de cariño: las que Lucy me dedicó a pesar de verme por vez primera. Me ofreció el sillón de Lolo, su teléfono para llamar a casa, sus risas, sus recuerdos, sus anécdotas, y sus manos una y mil veces, esas mismas manos que tal vez, de tan cordiales, contribuyeron a hacer de Lolo un santo. En su casa vi lágrimas de emoción en un hombre hecho y derecho. En su casa sentí al santo que conocí por casualidad, casi por encargo de Rafa, el cura querido.
Y tanto bueno viene del cielo, seguro. Es Lolo que nos acompaña con su media risilla que seguro que ya, libre de su cuerpo, se habrá hecho plena.