revistaecclesia.com, 16 de mayo de 2021
por Ángeles Conde y Silvia Rozas

Amabilidad y hondura. Son las dos palabras que podrían resumir la entrevista de ECCLESIA con el prefecto del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede, Paolo Ruffini. En una Roma casi vacía, en un despacho moderno en la Via della Conciliazione, el primer laico a la cabeza de este organismo nos recibe con esa gran amabilidad y regalándonos esa hondura de quien se siente atravesado por la experiencia de Jesús y enviado por el Papa a «pastorear» la comunicación vaticana.

Ruffini, que nació en Palermo el 4 de octubre de 1956 y obtuvo la licenciatura en Derecho en la Universidad La Sapienza de Roma, es periodista de profesión desde 1979 y ha trabajado en Il Mattino de Nápoles (1979-1986), Il Messaggero de Roma (1986-1996), en la Radio Rai (1996-2002), en el Canal del Parlamento italiano (1998-2002), en Radio 1 (1999-2002), en InBlu Radio (2014-2018), en el canal Rai3 (2002-2011) y en La 7 (2011-2014). El 28 de abril de 2014 fue nombrado director del canal Tv2000 y de Radio InBlu, por la sociedad que se ocupa de los medios de comunicación de la Conferencia Episcopal de Italia (CEI). En el año 2018 el Papa Francisco creaba este Dicasterio y ponía al frente a este periodista, casado con María Argenti desde 1986, comprometido con el papel de los cristianos en el mundo de la comunicación.

Su despacho se llenó de su sonrisa en muchos momentos, dejando en el ambiente una extraordinaria humanidad y asegurando que pone al servicio todo su ser «con la conciencia de que no es bastante». Porque la misión es urgente.

—Muchas gracias por recibirnos presencialmente. Tras esta pandemia, ¿cómo podremos recuperar la dimensión del encuentro como periodistas y «gastar la suela de los zapatos»? ¿Cómo lo está haciendo el Vaticano?

—La pandemia nos ha hecho sentir nostalgia por cosas que dábamos por descontadas, como encontrarse en persona, estar juntos. Antes, muchas veces, no aprovechábamos del todo las ocasiones para encontrarnos. Al no tenerlas, a causa de la covid, las estamos apreciando mucho más. Lo importante es no desperdiciar estas ocasiones, este nuevo comienzo. El Papa nos dice que no podemos volver a donde estábamos, sería un error pensar que el futuro será un pasado remozado. Redescubrir la belleza de estar juntos nos indica que el futuro, en términos de comunicación y de vida, debe ser nuevo, más fundado en la escucha al otro, en el encuentro y en la capacidad de ver al de al lado. En el mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año el Papa nos dice: «Id y ved» e «id y tocadlo», no solo ver desde fuera o a través de las pantallas.

Creo que la experiencia de la pandemia nos revela que podemos usar los medios de comunicación, que debemos usarlos, como un don de nuestro tiempo. Imaginemos cómo hubieran sido los confinamientos más duros sin los medios digitales. Pero, al mismo tiempo, el encuentro incorpóreo no puede ser todo en nuestra relación. Hemos de pensar que la comunicación no es solo dar información, no es solo recibirla, no es solo hablarse a distancia, sino que es verse y encontrarse para construir juntos. La comunicación sirve para hacer, no solo para hablar. Nos hablamos para construir juntos cosas, físicas o espirituales. Hemos de recuperar en la comunicación esa voluntad de construir juntos.

—Esto para la Iglesia es muy importante.

—Si pensamos que la comunicación de la Iglesia es solo comunicar sin llamar al compromiso, nos equivocamos. Cuando el Papa se reunió con la plenaria del Dicasterio para la Comunicación, antes de la covid, nos dijo algo contundente: que para nosotros la comunicación viene de Dios y del hecho de que Dios se comunica a sí mismo. La comunicación de la Iglesia es un darse a los demás y, para ello, se debe poner toda la carne en el asador, jugársela, no dejarse nada, y hacerse reconocer por el testimonio. La mayor forma de comunicación de la Iglesia es el testimonio de nuestro estar juntos y ser un don los unos para los otros.

—¿Cómo se comunica la vida de la Iglesia sin centrarse en uno mismo?

—Hemos de comunicar a través de nosotros mismos. No hemos de concebir nunca una comunicación autorreferencial, como si fuera la comunicación de palacio, porque la Iglesia no es un palacio, es una comunidad. No hemos de comunicarnos a nosotros mismos como personas que tienen un poder. La comunicación debe ser casi transparente. En la parábola del sembrador tenemos al sembrador, a la semilla, a la planta y a la tierra. Quizá la comunicación es la tierra que está al servicio del sembrador que siembra y al servicio de la semilla. Nosotros hemos de comunicar la belleza de nuestro ser, con la humildad y la sobriedad de sabernos siempre siervos, sin pensar que depende de nosotros. Hemos de tener la determinación de querer gastar todos los talentos que se nos han dado. Hemos de tener la determinación de tratar de hablar todos los lenguajes de nuestro tiempo, en todos los idiomas; nosotros solo somos instrumentos y nuestro deber no es atraer el protagonismo.

—Con la pandemia ¿ha cambiado la comunicación de la Iglesia?

—Sí, porque nos ha puesto frente a la evidencia de lo que el Papa llama «un cambio de época», nos ha puesto frente a la evidencia de la urgencia de nuestro testimonio, nos ha puesto frente a la evidencia de la importancia de la Eucaristía en los momentos en los que no podíamos celebrarla y nos ha puesto frente a la evidencia de no estar lo suficientemente presentes. Nos ha obligado a hacer un examen de conciencia. Este tiempo nos desafía a ser de verdad sal y levadura, a dar una lectura sabia de lo que sucede, a ver más allá y a tener una mirada de futuro entendiendo que el futuro no es repetir los mismos errores del pasado en términos de comunicación. La era digital se ha alimentado de fake news y de rencores, pero nos ha permitido encontrarnos durante la pandemia, no solo en las ciudades vacías, también de un continente a otro. Así, hemos podido compartir la sensación de estar perdidos y la posibilidad de repensar qué nos piden estos tiempos. Es cuestión de ponerse en camino.

El Papa nos dice que de momentos como estos podemos salir mejores o peores, depende de nosotros. Nos toca jugárnosla para poder salir mejores. ¿Cómo se hace? Juntos. ¿Qué dice esto a la Iglesia? Que hemos de dejar de buscar la división entre nosotros, de mirar solo lo que tenemos en las narices y levantar la mirada al horizonte.

—¿Cuánto puso en juego usted cuando aceptó liderar este Dicasterio?

—He puesto todo mi ser con la conciencia de que no es bastante. Ahora y cada día, me doy cuenta de que no soy adecuado, de que este deber me supera. Y al mismo tiempo, caigo en la cuenta del gran sentido de comunidad.

—¿Tiene esa sensación ahora más que, por ejemplo, cuando era director del canal de televisión Rai3?

—Sí. Cada uno, o al menos a mí me ha pasado, intenta hacer lo mejor posible aquello que se le encarga. Creo que esforzarse para hacer bien las cosas es parte de la naturaleza humana. Me ha sucedido que, al ser requerido para ciertos deberes, siendo honesto, no me sentía preparado en ese momento. Por ejemplo, cuando me nombraron subdirector de un periódico, o director de una radio o director de Rai3. Me parecía que esos encargos me venían grandes. Quizá este sentido de no ser lo suficientemente adecuado para el puesto ayuda mucho a vivir las cosas con serenidad, el hecho de no haber buscado estos encargos, el no sentirse tan seguro de sí. Quien está demasiado seguro de sí mismo quizá es el que comete los errores más grandes. Acumulo años de experiencia, pero no hay comparación y hay muchas razones por las que no hay comparación. Una cosa es dirigir una televisión nacional de un país, uno más en el mundo, como es Italia, y otra cosa es contribuir a guiar la comunicación de la Iglesia católica en su universalidad, que afecta a todo el mundo, e intentar hacerlo a través de todos los medios posibles en un momento de cambio para el mundo, para la comunicación y para la Iglesia. Es difícil. Cada día encontramos muchas dificultades y cometemos errores porque somos seres humanos, pero intentamos corregirlos. Lo que he tratado de hacer en el trabajo cotidiano es hacer equipo, trabajar construyendo, en la mayor medida posible, una comunidad de trabajo con una visión que es la que nos da el Papa y la que nos da la Iglesia. Es un trabajo que tiene sentido en la medida en que está hecho en comunión, no solo entre nosotros, sino con las Iglesias. La comunicación de la Iglesia de Roma tiene sentido y funciona si es en comunión, colaboración, sinergia, en diálogo y en construcción constante con las Iglesias de todo el mundo, en todas las lenguas posibles. No será fácil, pero teniendo esto como horizonte no se pierde el rumbo. De otra forma se corre el riesgo de centrarse en el día a día y perder la ruta, de no entender la esencia de la Iglesia.

—Y ante una emergencia comunicativa ¿cómo se activa el Dicasterio? ¿Lo primero es encomendarse a un santo y luego comienzan las llamadas?

—(Risas) Sí, lo primero es la oración. En el Dicasterio rezamos juntos el Ángelus cada día y hay otros momentos de oración comunitaria. Hay una parte que nos corresponde a nosotros y una parte de comunicación de lo que sucede en otros Dicasterios o sobre el Magisterio, las decisiones, las homilías o los discursos del Papa. Otro ámbito de nuestro trabajo se refiere a los momentos de crisis. El Dicasterio ha reunido a instituciones que estaban separadas bajo ese deseo de unidad y de comunión. Esto supone que el director editorial, el director de Sala Stampa y el director Teológico-Pastoral, las tres direcciones con vocación comunicativa, estén en continuo diálogo conmigo y con el secretario del Dicasterio. Desde la mañana temprano comienzan a funcionar nuestros chats, hay reuniones diarias en las distintas direcciones y reuniones de las direcciones conmigo. Son las ocasiones en las que compartimos lo que hay que comunicar, lo más bonito y lo no tan bonito, y así planificamos los artículos o vídeos y otros contenidos. Más o menos sucede así, como sucedería en otro medio. Como además comunicamos sobre otros Dicasterios hemos creado un sistema por el que tenemos «corresponsales» en cada uno de ellos. Hay una relación muy, muy estrecha con Secretaría de Estado en todo aquello que se refiere al contenido de los bolletinos. Esencialmente, este es el sistema que consiste en comunicarse varias veces al día y entre las distintas sedes del Dicasterio. La tecnología nos ayuda a estar en una continua comunicación.

—¿Ningún caso hasta ahora que le haya hecho saltar de la cama en plena noche?

—No, en plena noche no. Sí trabajamos hasta tarde en el caso de que haya algún problema; en momentos complicados, como la cumbre sobre los abusos a menores que se realizó en febrero de 2019; o durante eventos largos de especial intensidad comunicativa, como los sínodos. Pero saltar de la cama, todavía no.

—¿Cómo hacen para que la comunicación que sale del Vaticano se entienda bien en tiempos de fake news?

—Hacemos un gran esfuerzo para estar a disposición de quien nos pide saber. Hay cosas que a veces nosotros mismos no sabemos. Se suele pensar que el sistema de comunicación de la Santa Sede lo sabe todo y no es así. Por ejemplo, cuando nos piden comentarios sobre cuestiones de las Iglesias locales. En este sentido, la Iglesia no es una corporación donde todo viene controlado por un mando central. A veces, se nos pregunta cosas que no sabemos. Pero el esfuerzo máximo es ser transparentes y comunicar. Este es el espíritu del Dicasterio.

En cuanto a las fake news yo haría una distinción. Hay noticias totalmente falsas, muchas, pero en estos casos es fácil darse cuenta porque son tan flagrantemente falsas que se nota enseguida. La dificultad de nuestro tiempo, en mi opinión, es otra y es un desafío para el mundo de la comunicación y para cada uno de nosotros porque en la era digital todos somos comunicadores. La cuestión es esta: una cosa verdadera de por sí puede ser engañosa si no se llega a contar en su verdad total. Por ejemplo, si uno cuenta que una persona ha muerto porque se ha vacunado, no quiere decir que la vacuna mate. El peligro es contar una parte de la verdad convirtiéndola en toda la verdad. Si se destapa un escándalo sobre un político que ha robado no significa que todos los políticos roben o si sucede con un miembro de la Iglesia, no significa que toda la Iglesia robe. Por desgracia, creo que esta es una de las características de la difusión en la era digital: un fragmento de verdad que se estira hasta convertirlo en un todo.

—¿Cómo se combate esto?

—No creo que solamente se haga con normas o que lo tengan que hacer los gobiernos. Lo hemos de combatir todos juntos. Nos hemos de sentir llamados a hacer una comunicación para dialogar y construir juntos. San Juan Pablo II decía que la verdad es siempre un aproximarse. ¿Cómo se hace esto? Dialogando. Si todos juntos, ya que todos juntos estamos en el mundo digital y en la conversación en las redes sociales, construimos este camino donde no se esconde nada, llegaremos a usar la comunicación por construir el bien. Si en lugar de eso, usamos la comunicación contra otros pensando en salvarnos solos, en que la narración está hecha de chivos expiatorios que tienen la culpa de todo o de salvadores de la patria, confundimos. Si pensamos que defendemos nuestra identidad negando la del otro, construimos un mundo de rencor, un mundo de guerra y un mundo infeliz. Hemos de entender que este deber es de todos. No demos crédito a una noticia que no hemos verificado. No podemos absolutizar una noticia, aunque sea verdadera. Un ejemplo. Si digo: «Un amigo ha muerto tras haberse vacunado contra el covid». ¿Tengo la prueba definitiva de que la vacuna mata? La respuesta es «no». En nuestra comunicación el esfuerzo radica en ser transparentes y completos, incluso en reconocer que no lo sabemos todo.

—¿En una catequesis de parroquia deberíamos enseñar esto?

—Creo que sí. Creo que tendríamos que decir a los más jóvenes que el mundo digital no está esculpido en piedra y es igual e inmutable por los siglos. Cuando comencé mi carrera no existían los ordenadores, y no fue hace tanto. Ha cambiado todo. Y nadie ha dicho que lo que hay ahora se mantenga por los siglos. En la catequesis estaría bien decir: «Cuidado con la información que compartís, controladla». Intentemos a través de lo digital construir un mundo mejor. Es todavía un mundo fluido, que estamos plasmando con nuestras manos. A nosotros como Iglesia esto nos debe desafiar a usar estos medios de la forma más creativa posible. Hay que estar presentes en el mundo y ser atractivos, tener ideas nuevas y no ser antiguos.

—Pero sí hay que transmitir el Magisterio y una Tradición que son seculares. Relacionado con el ámbito de la información, este año se cumple medio siglo del documento Communio et Progressio, sobre los medios de comunicación social. ¿Cómo traducir enseñanzas de la Iglesia como puede ser este documento al mundo de hoy?

—Qué profético ha sido el Concilio y cuán densas son sus enseñanzas. Pero creo que hay que distinguir varios niveles de comunicación. Por ejemplo, no creo que se trate tanto de comunicar qué es la Communio et Progressio, sino que se trata, más bien, de aplicar nuestro discernimiento sobre la comunicación y el Magisterio de la Iglesia haciendo que cobre vida. Comunicaremos comunicando.

La comunicación está en crisis, en cambio. Los comunicadores contamos con unas brújulas entre las que está Communio et Progressio, que nos ayudan a divisar un horizonte de sentido que la comunicación corre el riesgo de perder. Es decir, ¿qué mueve a fundar un periódico o a comunicar algo? En un principio se hacía para mantener unida a la comunidad y para comunicar lo que sucedía en ella. Creo que esto se ha perdido y es una de las razones de la crisis de la comunicación. Si se pierden las raíces de por qué comunicamos, antes o después, el árbol terminará marchitándose. La comunicación de la Iglesia, que incluso a veces se ha adelantado a su tiempo, enseña a los comunicadores que para comunicar bien se debe saber qué comunicar y que para leer bien la realidad se ha de contar con los instrumentos interpretativos. De no ser así, lo que se comunica estará vacío y no

 

se producirá el encuentro. Si la información está hecha de división, de malentendidos y de rumores, termina por cansar.

—Con un Papa que comunica con gestos y espontaneidad, ¿cómo se manejan las interpretaciones equivocadas que puedan hacerse de ellos?

—El riesgo de los malos entendidos existe siempre. Siempre hay riesgo de que se entienda mal una frase, una palabra o una imagen. Lo que se pide a los profesionales de la información es una responsabilidad mayor a la hora de entender, que entiendan las cosas según la verdad. Si lo vemos desde un punto de vista cristiano, podemos decir que toda la narración pública de la vida de Jesús ha estado expuesta a la posibilidad de interpretaciones erróneas. Obviamente, el Papa tiene un talento y un carisma que encierran el deseo de ser lo más fiel posible al mensaje evangélico, también en los gestos, sabiendo que puede ser malentendido. Si miramos con los ojos del mundo, diríamos que en el cristianismo todo está equivocado porque hay que perdonar a quien nos ha hecho daño y amar a los enemigos. Por eso, creo que, para contar estos gestos, según la verdad, los profesionales y los medios han de tratar de explicar cuán extraordinario es el cristianismo.

—Hablábamos de división, malos entendidos, rumores… En España acabamos de pasar por una campaña electoral en la que hemos visto demasiados discursos de crispación. ¿Cómo puede la Iglesia contribuir a que el debate sea diferente, a que haya argumentos y no enfrentamientos?

—No me compete entrar en dinámicas políticas de uno u otro país, pero lo primero que es necesario recordar, y el Papa lo hace, es que la política es la forma más alta de caridad. Para que sea así hay que entender que, más allá de las distintas opiniones políticas que también hay entre los cristianos, algo que nos une como cristianos y como pueblo es trabajar por el bien común, que es el de todos. No existe el bien común de una parte. Si los cristianos, los católicos, recuperan esto para la política harán un servicio a la política y a su país. El mensaje contenido en los valores fundamentales del cristianismo puede dar forma al discurso político con nuestro testimonio de que creemos en el bien común. Si transformamos la política en una lucha sin cuartel de odio creo que hacemos un mal servicio a la política y no damos un buen testimonio de nuestro ser cristiano.

—Próximamente hay un encuentro de responsables diocesanos de Comunicación en España. La mayoría se dedica totalmente a la comunicación de la Iglesia, con profesionalidad y muy buen hacer, pero también con gran dosis de soledad y de incomprensión, de sentir que su trabajo no es del todo importante. ¿Qué mensaje les daría?

—No hay nada demasiado pequeño que no sea importante. En la Iglesia no hay pequeños ni grandes. En la Iglesia somos todos pequeños y todos grandes. Esto vale para cualquier diócesis grande o pequeña. Dios, para encarnarse, en la era del Imperio Romano no eligió Roma, eligió Palestina. No hay que pensar nunca que lo que se está haciendo no es importante. Se ha de hacer pensando que es lo más importante que jamás se haya hecho. Algo fundamental es que no esté cada uno por su lado, hay que hacer comunión. Porque la comunicación no es solo la comunicación de punto a masa a través de un comunicado. Es el tejido de una relación. La comunicación de una diócesis ha de ir siempre a más, de forma que todo lo que haga la diócesis sea comunicado, no solo con los medios, sino a través del mismo actuar en la diócesis construyendo relaciones y proyectos.

La comunicación es construir una red que puede ser una tela de araña o una red de belleza y de sentido. Esto depende del trabajo del comunicador y puede partir de los periodistas diocesanos.

Por Ángeles Conde y Silvia Rozas FI

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