Publicación original: Boletín Asociación Amigos de Lolo nº 16, de marzo de 1998, por Don Alberto López Poveda, hijo predilecto de Linares
Al cabo de los años, tantos después de la subida al Cielo de Lolo, hay muchas personas que, en el mundo, se consideran amigos de Lolo. Y lo somos, de verdad, porque al conocerlo eso es lo que el corazón nos ha recomendado.
Alberto López Poveda pudo gozar de la amistad directa, sin los años de por medio que es nuestro caso, y eso le influyó vivamente como aquí puede leerse.
El caso es que, como dice Alberto López Poveda, la muerte de Lolo no supuso un adiós sino, más que nada, un hasta pronto, hasta que nos veamos en el Cielo.
«Un amigo fiel es una protección poderosa …
El que lo halla ha encontrado un tesoro»
(Eccl.7)
La vida de Manuel Lozano Garrido fue una custodia viva, una orfebrería de valores, resplandeciendo entre ellos la verdadera amistad.
Él nos enseñó a ser amigos. Amigos verdaderos. Los que apreciamos, por medio de la amistad, su amor a Dios, a la Virgen María, su sacrificio dolorido, su magna obra dirigida a los demás, la alta calidad de sus perfecciones, los preciados valores de su espíritu … aplicamos su amistad verdadera, convertida en amor, para avivar en nosotros ese fuego, para seguir el camino que nos guiaba su ejemplaridad impregnada de la más elevada y virtuosa moral cristiana.
Esa saludable amistad se forjó, sin fluctuaciones, con su presencia inmóvil, con su verbo cálido y también, mucho más copiosa, con la profundidad divina y humana de sus libros, de sus escritos, nacidos de una fe insobornable, los que eran dibujados con su mano debilitada y dolorida dejando en la superficie blanca del papel, que sirve de espejo, un electrocardiograma dimanante de los latidos de su puro y ardoroso corazón, convertidos sus trazos en preciadas enseñanzas que fortalecía, y continúan fortaleciendo con su lectura, nuestros espíritus mucho más debilitados y ensanchando el fértil campo de la amistad. Y ello, porque al escribir, le fluían las sanas ideas comunicadas a la pluma por la mano que oficia a punta de condensador para la conquista de la amistad y el amor de hombres y mujeres; incluso, de muchos que no le conocieron personalmente en su sillón de ruedas hundido por el dolor y a la vez elevado por su ofrenda permanente a Dios.
Y «Lolo» escribe sin cansancio, escribe venciendo los obstáculos que están latentes en su ser, teniendo su mano próxima a su corazón y en ella el contagio de su alma al canalizar la sana nutrición de su espíritu. Las manos, quizá mucho más que cualquier parte de nuestra anatomía, nos asemejan a Dios, porque las manos crean, dan forma y espíritu a la materia inerte y al referirnos a las manos de «Lolo» tan cordiales, tan expresivas, tan creadoras, sin hipérbole pueden considerarse como instrumento de lo infinito que desde otras esferas, Dios ha tenido a bien comunicarnos a través del alma y de los dedos del escritor que sufre y calla su permanente dolor.
El día que murió Manuel Lozano Garrido, dejó a sus amigos solos, doloridos … Pero para los que tuvimos la gracia de convivir con él, el amigo no ha muerto. He aquí la inmensa alegría que aureola el pesar que sentimos. El, ya Siervo de Dios, vive en el cielo, en un más allá que no devuelve sus ecos. Ya no hay palabras, ni leves y elocuentes sonrisas, ni presencia heroica, sólo el olor de santidad que emana de su tumba terrena, pero el amigo continúa viviendo entre nosotros. Y esperamos que Dios nos conservará el tesoro de su amistad ya que no dudamos que habrá recibido su bendición para formar parte de nuestra eterna bienaventuranza. Llegará el día que nos serán revelados nuevos tesoros que estaban ocultos en el interior de nuestro amigo querido y que no llegamos a conocer en nuestra andadura. Y, si Dios quiere, tendremos la dicha de amarle eternamente, al conservar nuestra amistad intacta y se gozará avivando en ella el fuego del amor y el gozo de la santa alegría.
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