Publicación original: Boletín Asociación Amigos de Lolo nº 43, de diciembre de 2004, por Pepe Utrera (en la imagen de arriba), amigo de Lolo.

El artículo publicado por Don José Utrera en el Boletín de diciembre de 2004 es bastante especial. Y es que narra el viaje que hizo su autor a Lourdes.

En realidad, lo que tiene de especial es que el mismo Lolo hizo lo propio pero, eso, cuarenta y seis años antes que don José. Y, sin embargo, ambos vivieron y revivieron la misma experiencia de fe.

Resulta curioso como don José Utrera va haciendo, por así decirlo, el mismo viaje, un recorrido similar pero, claro, con tantos años de por medio es seguro que algo habría diferente. Pero la fe de ambos no, en eso nada había cambiado.

Querido Lolo:

Cuarenta y seis años después de tu peregrinación, un grupo de amigos acompañados de Alberto Jaime Martínez, un sacerdote al que te habría gustado conocer, pusimos rumo a Lourdes en los últimos días de Agosto y durante el trayecto fui recordando tu viaje en un tren, de los de antes, con carbonilla y traqueteo, que ciertamente fue un Vía Crucis para ti ya que los cuatro días de camino tuviste que pasarlos en el pasillo del vagón en tu silla de ruedas.

Cruzasteis Ávila sin deteneros, pero nuestro autobús sí lo hizo. Pudimos visitar y rezar en la casa, en las iglesias y en los monasterios donde vivió aquella Santa que se llamó Teresa, monja andariega que ya de niña quiso ir a las tierras del infiel con la esperanza de dar su vida por Jesús.

Tu tren siguió en marcha por tierras de Aragón y justo cuando por las ventanillas se veían, a los lejos, las torres del Pilar recibiste la alegría de tu primera misa en aquel tren de la esperanza.

¿Te acuerdas, Lolo, de tu primer artículo escrito con apenas 20 años cuando eras secretario de nuestra Acción Católica y tu salud era buena? Se titulaba «Santiago y el Pilar» y contabas que cuando Santiago, peregrino entonces en la Hispania romana, se disponía, cansado, a volver a Palestina, toda vez que su predicación y testimonio no habían calado en el alma de los desconfiados hispanos, se le apareció la virgen sobre un pilar en la ribera del Ebro para decirle que si él se marchaba, Ella se quedaba en este lugar. Y desde entonces está con nosotros.

A sus pies celebramos la Eucaristía y le pedimos que nos siga protegiendo y alentando para ser testigos de su Hijo.

Linares quedaba ya muy lejos y tu locomotora tomaba fuerzas para subir los Pirineos. Lucy, tu lazarillo, cuidaba de ti y cerca de vosotros, en otro vagón, viajaba la Infanta Margarita en busca del mismo milagro.

Aquel paisaje de cumbres y picos os hacía sentir más cerca de Dios … y después la bajada hasta Lourdes. Era al atardecer. El Río Gave, rumoroso y cristalino os daba la bienvenida en las últimas curvas de la caravana de hierro y de pronto una voz que grita: ¡Allí junto a la luz amarilla! «La gruta!» ¡La Virgen!». Sobre la línea transparente del río, una luz de oro formada por miles de velas, os perfilaban a María de Lourdes, el Lirio florecido entre las rocas y de repente de todas las gargantas salió un único saludo: «Ave María».

Camino del lugar de descanso os cruzasteis con la procesión de las antorchas. Las velas encendidas y el Ave María son símbolos sensibles de lo sobrenatural en Lourdes. En el carrillón de la basílica que hay sobre la roca de las apariciones, cada cuarto de hora suena la melodía del Ave María, la misma que tú oíste, Lolo, y también hoy ahúman la gruta miles de velas encendidas que personalizan la fe de siempre. Esa fue tu primera noche de descanso aunque la emoción te hizo difícil conciliar el sueño.

En las piscinas hay colas, siempre, y sobre ellas se lee la frase que pronunció la Virgen «Ve a la fuente y lávate». A ti no pudieron meterte en la piscina pero unos dedos generosos tomaron de esa agua helada y bendita pasándolas por tus manos, tus pies, tu espalda, tus ojos …

El milagro aparente no se produjo pero, como tu dijiste cuando en la explanada de Tíscar una voz pidió a la Virgen un milagro para ti: “¿Para qué más milagro que esos ojos que miran y esa maternidad que nos empapa el corazón como a un terrón de azúcar? A cada hombre le nace un milagro ese día. Para cada corazón suena a cada hora el «efettá» y el levántate y anda de los prodigios».

Por la tarde y entre los árboles, el camino de la gruta es una fila interminable de enfermos sobre ruedas, algunos sobre camas, de madres y enfermeras con niños inválidos en sus brazos. Son centenares, millares, que acompañan el paso del Santísimo Sacramento por las calles y en todos brilla la esperanza del milagro. El Acto finaliza con una ceremonia en la que los enfermos reciben a Cristo, hecho pan de vida mientras los ojos se cierran por la ternura que se derrama. Y antes de marcharse, Cristo visita a los enfermos y cada cierto tiempo se para bendecirlos. ¿Te acuerdas, Lolo? Él se paró frente a ti y te bendijo. Cuando tú fuiste, esto se hacía en la explanada del Rosario frente a la basílica, hoy se hace en una grandísima nave circular que han excavado bajo la misma plaza y eso nos libró del agua que comenzó a caer cuando entrábamos a este recinto.

La mañana de tu último día en Lourdes llovía y pediste que te dejaran bajo el rosal de la Virgen en la Gruta y muy cerca de ella. Pediste que te pusieran un espejo sobre tus rodillas para poderla ver reflejada ya que no podías levantar tu cabeza.

Cuando te lo retiraron tus lágrimas se confundían con las gotas de agua que salpicaban desde la gruta. Lucy te preguntó: «Has pedido por tu curación?» y tú le respondiste: “¿Como voy a pedir por mí con todo el dolor que me rodea?” Y te despediste de Ella. Cuando uno se despide de una madre, la abraza con un beso y le dice algo. Tu no pudiste hacerlo, pero de tu garganta salió un susurro: «Te ofrezco …también… la alegría…. la bendita alegría… la fecunda alegría … »

Y entonces, Lolo, es cuando en ti se realizó el gran milagro de transformar el dolor en alegría, una alegría que dabas, a manos llenas, a todos cuantos teníamos la suerte de estar a tu lado, de ser tus amigos.

Lolo, nuestro cura Alberto Jaime, nada más llegar a Lourdes celebró la Eucaristía en una pequeña capilla que hay a la entrada de la basílica y allí se habló de tu vida y de tus obras. Pedimos a Dios que pronto la Iglesia proclame oficialmente la heroicidad de tus virtudes y a la Virgen del Lourdes que interceda para que este próximo año veamos cumplidos el deseo de que la Iglesia, por medio del Papa, proponga a este hijo suyo, que tanto la amó, como ejemplo y modelo a seguir por todos los cristianos.

Así pues, Lolo, esto es lo que tengo que contarte de nuestra peregrinación a Lourdes. Han cambiado algunas cosas, no demasiadas, pero lo que sigue igual es la fe de los que allí acuden, enfermos del cuerpo o del alma, con la esperanza de oír, de labios de la Virgen, el mismo «levántate y anda» que su Hijo pronunció para resucitar a Lázaro.

Pide por nosotros y recibe mi más entrañable abrazo.

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