Aprovecha Lolo que a Juan Ramón Jiménez le conceden el Premio Nobel para dar un repaso bastante bueno de la vida de aquella persona, de nombre Alfredo, que dio lugar a los premios que llevarían su apellido.
Es cierto y verdad que en muchas materias de los mismos ha habido acierto en otorgárselos a personas que en sus diversos campos (Medicina y Cirugía, Física, Química, Literatura y Paz) han ido teniendo aciertos que los han hecho merecedores de tal Premio.
Hay algo, de todas formas, en lo que El Beato de Linares (Jaén, España) no está muy de acuerdo y que podemos ratificar muchas veces hoy mismo: la concesión del que lo es de Literatura no ha dejado de ser más que errática. Y en el caso de España más aún.
Y otra vez más, Lolo escribe para nuestra formación e información.
Publicado en la revista Signo, el 10 de noviembre de 1956
LAS LETRAS Y LAS ARTES EN “SIGNO”
La designación de Juan Ramón Jiménez como premio Nóbel de Literatura 1.956 no vino sino a remachar los méritos de esa gran figura que encabeza la lista de indiscutibles que España levanta hoy para su gala. La silueta universal de autor de “Platero y yo”, esa ternura suya y el prodigio de sus creaciones poemáticas, no hacen sino enmendar un error que ha estado a punto de engrosar los ya abundantes de la Fundación Nóbel. Los huesos de “Platero”, allá en su tumba del huerto de la piña, habrán sentido como la comezón de un trotecillo alegre por la gloria de aquel hombre de barba nazarena y breve sobrero negro que llevó tantas veces a lomos “bajo un cielo inmenso y puro, de un incendiado añil”.
Con motivo de esta concesión tan honrosa, pero a la vez tan justa, será curioso hacer un recorrido por la azarosa historia de la famosa institución.
UNA SOMBRA EN LA VENTANA
La primavera no rezaba con la melancolía de la muchacha, cara al borbotón sangriento de las rosas de Práter. Por eso, ante el azul, las praderas y el Danubio, puso ella entonces el liviano telón de los cristales. Después, sus manos desplegaron con indolencia las hojas del diario, mientras buscaba una consecuencia lógica a aquel carrusel de hechos vertiginosos. Le dolía la separación de las muchachas, aquellas caras sonrosadas con bucles de miel y una curiosidad en la que ella había ido intentando el orden educativo. Ahora sólo quedaría atrás, por la decisión de su madre, la inflexible baronesa. Es verdad que Arturo su otro hijo había tenido hacia su institutriz una deferencia cariñosa, y que ella correspondía en idéntica forma. Pero había sido humillada…
Berta Kinsky, le había remarcado la baronesa: ¿Olvida que aquí no es usted más que una institutriz?
Es verdad. Entonces sólo era eso, aunque en su pasado florecieran las arañas de cristal y los mármoles de su sangre aristócrata: una institutriz que ahora buscaba empleo en la sección de anuncios de aquel rotativo: “Véndese casa céntrica”, “Siempre con referencias”, “Empleado para farmacia”. Al fin, los ojos temblorosos se le quedaron fijos en unos renglones: !Caballero entrado en años, culto, muy rico, políglota, busca señora formal para secretaria y ama de llave. Gare de l’Est. Avenida Malakoff. Paris! Sí, iría allá, donde el vals y la luz de Viena quedaran envueltas por la bruma de la distancia.
EN LA MANSIÓN GARE DE L’EST
Nervioso, menudo de constitución endeble, no obstante aquel hombre conjugaba una enorme capacidad de trabajo y un tacto especial en el roce con los subordinados.
-Aunque yo trabaje dieciséis horas, se comprender, señorita. Hasta tanto se le habilite vivienda en este palacio, hemos reservado para usted habitaciones en un hotel. Nosotros despacharemos durante dos horas cada día, y el resto lo ordenará usted según su conveniencia.
Al rato el caballero entrado en años abandonaba el palacio mientras Berta repasaba la historia que había conocido horas antes.
Cuando cuarenta y tres años antes en 1833, naciera en Estocolmo el hombre cuyo apellido rodaba hoy en medio de fantásticas con mociones, a la familia Nóbel la sacudía también una hecatombe financiera. El padre, Manuel, era un hombre activo, cuyo carácter de inventor nato casaba mal con la organización y las finanzas. Consagrado a la investigación de explosivos, su genio le llevaría después, con sus minas submarinas, a influir de un modo decisivo en el curso de la guerra de Corea. No obstante, su extensa capacidad científica quedó siempre lastrada por una actividad imprevisora que le hizo reiterar en la bancarrota.
Si Alfredo nacía con la inclinación científica de su precursor, aportaba por sí mismo una tendencia espontánea al método que, junto a un raro instinto financiero, habían de llevarle muy lejos en el acaecer contemporáneo. Primero con su madre, después en la Suecia natal y, por último, en su trayectoria cosmopolita.
Alfredo Nóbel recibió una educación humanística y literaria: seis idiomas, innumerables viajes. Y su tendencia físico-química estimulada al lado de consagrados como Pelonce, y aun el estudio de poetas como Byron y Sbelley.
INVENTOR
Cuando Manuel Nóbel creyó el fin completa la educación de su hijo, Alfredo pasó a engrosar la factoría de San Petersburgo, donde se domiciliaban entonces, secundando en la búsqueda de explosivos, la dedicación familiar. La firma Nóbel empezó a nutrirse entonces de su genio organizador, que se coronó bien pronto de sensacionales descubrimientos.
Desde que en 1256 empezó a aparecer en escritos arábigo-españoles la fórmula de la pólvora, un quietismo de seis siglos posaba sobre las composiciones inflamables. Fue ya el XIX el que apostó fórmulas nuevas, como el algodón en pólvora, de Schoenbein, y la piroglicerina, de Sobrero, de reacciones limitadas o anárquicas. Alfredo fue, pues, el inventor de la nitroglicerina, como puede creerse. Su mérito radica en la asociación, por primera vez, del algodón en pólvora y la piroglicerína, que le hicieron regular las detonaciones a voluntad.
El descubrimiento del tercero de los Nóbel causó sensación entre las arrendatarias de canteras y yacimientos primero, y después entre los Gobiernos beligerantes, que vieron allí una posible arma suprema. Con tal motivo, el científico sueco, que llegaría a incorporar a su lista de hallazgos la de la no peligrosidad de la nitroglicerina, el combinado nitroglicerina.nitrocelulosa, la pólvora sin humo y casi el rayón, tuvo que poner a contribución sus dotes de economista y negociante. Más de una decena de Compañías, dos grandes trusts y las explotaciones petrolíferas de Baku, en las que previamente se aseguraba el control, las puso en marcha para amasar al fin una cuantiosa fortuna.
Sin embargo, no todo fueron satisfacciones en su carrera genial. La dinamita era un arma de dos filos y bien pronto empezó a hacer de las suyas.
Cuando la muerte le sorprendiera bajo la luz meridiana de Italia, un número considerable de vidas humanas, entre las que contaría la de su propio hermano, marcaría la fatídica ruta de la dinamita.
DOS DESTINOS CONTRARIOS
A aquel hombre, afable y contradictorio, físicamente débil y de mentalidad poderosa, había venido a servir la rubia institutriz de sangre aristócrata. Durante meses, Alfredo abrió un hueco diario para el despacho con su secretaría, lo suficiente para hilar un diálogo, en el que el investigador iba matizando la riqueza espiritual de aquella alma. ¿Llego él, atraído, complacido, a pensar en Berta como una solución para su soledad afectiva? Parece que sí; cuando menos, allí nació una amistad imperecedera. La ocasión definitiva no se ofreció por un perentorio viaje de Alfredo, durante el cual el hijo de los Suttner apresuró a Berta para el enlace matrimonial. El mismo destino que empujaba al inventor hacia un futuro solitario, llevaba a Berta Kinsky al baronés de Sittner.
“ABAJO LAS ARMAS”
Se ha dicho que el gran mecenas que consolidaría su fama con la Fundación Nóbel fue una conciencia que llegó a su legado abrumado por las consecuencias nefastas de su invento. En lo fundamental no es así porque al sueco lo movió de por vida el veneno de los negocios y la ciencia. Alfredo Nóbel vivió siempre la idea de que sólo una poderosísima arma consolidaría la paz. Únicamente cuando un subalterno le encontró exánime sobre el mármol de sus laboratorios de San Remo, dio paso a un póstumo deseo pacifista gestado en la correspondencia habida con su antigua secretaria.
De temperamento sensitivo, a Berta Suttner le impresionó la infinita procesión de los hombres sin piernas, los niños decrépitos y los hogares asolados que llevaban consigo las guerras modernas. Su imagen dantesca, alimentado por los pensamientos de Nordau, un húngaro pacifista, le llevaron a consagrarse a la lucha contra la beligerancia. Fruto de su idea fue la novela “¡Abajo las armas!”, que produjo una remoción que cristalizó al fin en un Congreso proliga de Naciones.
Nóbel siguió y alentó, sin comprometerse, los pasos de la baronesa, y sólo al final pudo otorgarle la maternidad espiritual de su testamento. En sus premisas claudicaba premiando las actividades por la paz, pero también clavaba la cuña de su cientificismo con tres instituciones que estimularían la investigación.
EL PENSAMIENTO DEL NOBEL
Treinta y un millones de coronas suecas dejaba en fondo el inventor, cuya renta había de distribuirse anualmente entre los hombres que destacaran en Medicina y Cirugía, Física, Química, Literatura y Paz. Principios fundamentales eran:
Primero. La universalidad de la adjudicación.
Segundo. Preferencia a talentos desconocidos, como protección y estímulo.
Tercero. En Literatura, labor idealista.
Con el primer fallo en 1901, se pudo ver que los organismos concesionarios suecos en lo sucesivo no observarían precisamente una idea de fidelidad al pensamiento fundador. Los primeros favorecidos tenían ya resonancia universal…
En Literatura, sólo por el gran porcentaje de favorecidos, la reseña sumaría de sus 46 ediciones… la primacía se la ha llevado Francia con ocho premiados; siguiéndole Alemania y Norteamérica, con cinco, y Suecia e Inglaterra, con cuatro.
NI SON TODOS LOS QUE ESTÁN
Ya un examen somero de la relación permite curiosas observaciones. La primera, esa premisa idealista que pedía Nóbel, arrumbada y aun degradada con apellidos como los de France y Gide; luego, su localismo, ese barrer para la discutible área nórdica con un 29 % de favorecidos. En cambio, hacia Rusia parece existir una fobia a la que sólo se pudo sobreponer Iván Bucin, por cierto exilado. España, Italia figuran con una reducción que desdice de su solera literaria. A Japón y China se les ha ignorado sistemáticamente, y salvo G. Mistral, lo mismo diríamos de Iberoamérica. Pero los matices más interesantes están en la valoración literaria de distinguidos y ausentes: Así encontraremos entre los primeros nombres Gjellerap, Karlefeid, Pontoppidan, Lager-Koisi y otros, que nada dicen ya hoy a un lector medio, ¿que no será a la vuelta de unos años? Con justicia, nuestro mismo Echegaray quedará siempre como una salida de tono sueca. No obstante, aún hay injusticia mayor: la de Winston Churchill, al margen de todo buen crédito literario. Pero si ya la catalogación es anómala, la fama de los ausentes pesará siempre como una acusación sobre un certamen internacional, que precisamente por eso debió ser un prodigio de ponderación y equilibrio. Así, salvado ya ese loable postulado idealista ahí quedan postergadas figuras tan universales como Chesterton, Claudel, Papini, Ibsen, Tolstoi, Bernanos, D´Amando, Ibarbarou, etcétera. No obstante, es España la que presentaría el más importante capítulo de agravios: Menéndez Pelayo, Pérez Galdós, Menéndez Pidal. D’Ors, “Azorín”. Concha Espina, Machado, etc., pasarán a las antologías para afrenta de los Jurados del Nóbel.
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Manuel Lozano Garrido «Lolo«, fue beatificado el 12 de junio de 2010 y su festividad se celebra el 3 de noviembre. En vida, fue un joven de Acción Católica, mariano, eucarístico, escritor y periodista. Enfermo desde los 22, estuvo 28 años en silla de ruedas y sus 9 últimos, ciego; podríamos presentarlo como «Comunicador de alegría a los jóvenes, desde su invalidez». Llamado ya por muchos como el Santo de la Alegría.
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